miércoles, agosto 30, 2006

POSIBLES DOSIS DE LOCURA

En reciente diagnóstico clínico que ha asombrado a la comunidad psiquiátrica peruana, el renombrado doctor Montesinos ha identificado -con la sólida autoridad moral que lo asiste- seis claros rasgos de conducta errática en el no menos intachable paciente Ollanta Humala Tasso. Como ya es de público conocimiento, dichas manifestaciones disfuncionales son las siguientes: 1) alto porcentaje de oportunismo, 2) falta de contacto con la realidad, 3) búsqueda de notoriedad, 4) alto nivel de deslealtad, 5) irresponsabilidad y 6) posible dosis de locura. Esta última, como comprenderán, es nuestra favorita pero, mejor, desmenucémoslas una por una, a ver si, por una vez en la vida, nos entendemos.

1. OPORTUNISMO. No hay que preguntarse: "¿A cuento de qué?" sino más bien: "¿A la cuenta de quién?". Que las mayores dudas nos quepan acerca de la accidentada biografía del tal Ollanta, no nos impide reconocer el alto porcentaje de oportunismo del propio doctor Montesinos al haber elegido -con tan buen tino- un día viernes para animarse a romper su hospitalario silencio y formular tamañas revelaciones, confirmando lo que ninguneados Pochos Rospigliosis ya veníamos diciendo hace seis años.

El viernes, como se sabe, es un día estratégicamente inmejorable para armar zafarranchos de proporciones ya que todo lo que pasa en viernes -cuando es así de grosso- tiene enormes posibilidades de convertirse en tema central de los programas periodísticos del fin de semana.

El Doc lo sabe de sobra pues fue este mismo agudísimo sentido de la oportunidad el que lo llevó, por ejemplo, a tramar, ordenar, sugerir o -seamos huevertos- solamente permitir que América transmitiera la exclusivísima entrevista de Laura Bozzo con la mamacita de Zaraí Toledo el viernes previo a las elecciones del 2000. Remember?

Bueno, pues. Admitamos, eso sí, que su experiencia de tantos años marcando la pauta de los grandes temas nacionales ha dotado al viejo Doc de cierta pizca de esa sutileza de la que antaño carecía por completo: pudo haber echado al comandante el mismo fin de semana de los comicios y lo reventaba del todo pero prefirió grabar su mensaje a la nación 15 días antes, en un esfuerzo consciente por dejar de ser tan absolutamente obvio. Este gesto, en apariencia intrascendente, es muy importante pues quiere decir que su percepción de los peruanos ha mejorado y que ahora nos considera un poquito menos mongoloides que antes.

2. DESCONEXIÓN DE LA REALIDAD. "Aunque su habitación-celda contaba con clóset, baño privado, tina y ducha de agua caliente, Fujimori no acostumbraba usarla por la claustrofobia incipiente que padece" -leemos, intrigados, en una noticia encontrada en el portal peru.com sin que nos quede del todo claro qué era lo que el Chino no acostumbraba usar: ¿la ducha, la tina o la habitación-celda?

Esperamos, en Dios, que se hayan referido a la tina. Pero lo de su flamante patología constituye novedad, aunque, por ratos, suene más a agorafobia: "Me cuesta acostumbrarme al aire, al espacio" -ha confesado a su salida de la Escuela de la Gendarmería de Chile que, como se sabe, fue antiguamente un convento de clausura, cuando nada hacía presagiar que alguna vez se convertiría en la meditativa morada del venerable monje de la humildad y la paciencia, con todo y jardín zen seguramente sembrado de cerezos en flor.

Según la versión de uno de los carabineros que lo custodiaba, en uno de los altos muros de la así llamada Ermita Fujimori, todavía pueden leerse las siguientes enigmáticas líneas escritas con un punzón sobre el blanco estuco:

Pasan seis años

Rápida resurrección

El Perú olvida.

Es un haiku. Milenaria forma poética nipona. ¿No es lindísimo? Domo arigato, Matsuo Bash de la amnesia.

3. BÚSQUEDA DE NOTORIEDAD. Que además de cubrirle las espaldas al Tío, Humala hubiera decidido jugar al sublevadito más por saciar su voraz hambre de cámara y su sed de flash que por otra cosa, nadie lo dude. Al final, toditos son iguales. Cortaditos con la misma tijera.

Un ejemplo: en su columna "Los ojos del Chino" del 3 de enero del 2005, Fujimori editorializaba desde Tokio: "Absalón Vásquez no es la primera persona que se resguarda o protege de la injusticia y la persecución. Recordemos que el escritor Álvaro Vargas Llosa ha sido querellado por un personaje cercano a Toledo y ha decidido no regresar al Perú. Igual ha ocurrido con el periodista Beto Ortiz. Y se trata de personas que no comulgan con nuestras ideas". Oh, por favor. No me defienda, ¿quiere? Hágase un servicio: ubíquese, acusado. No me venga ahora con solidaridades. ¿Creyó acaso que nadie iba a darse cuenta de que intentaba colgarse de mi fama? ¿Qué cosa?

4. DESLEALTAD. Primero el Doc dice que Humala Tasso mostró un "alto nivel de deslealtad" con sus subordinados en el así llamado levantamiento de Locumba. Y un par de minutos después añade: "La verdad monda y lironda es que él se prestó para facilitar mi salida del país en el velero Karisma". Si tal como lo sospechábamos desde un principio, la cueca fue así y, con tal de distraer la atención de la tribuna, Humala fue capaz de montar una épica escenificación tan solo comparable con la pasión del Cristo de Comas, ¿no debería Vladi estarle eternamente agradecido?, ¿no le sirvió para fugarse calladito y por la sombra mientras todas las cámaras apuntaban a otro lado? ¿Si entonces lo llamaba "patriota" por qué ahora le dice "falso valor"? Sobre la grosera delación del viernes, me pregunto: ¿no contiene, precisamente, un alto nivel de deslealtad con su eficiente subordinado?

5. IRRESPONSABILIDAD. Ninguna como la nuestra, la de los periodistas que ya hace rato tendríamos que haber aprendido que no hay que publicar obligatoriamente todo lo que la sapaza de Estela Valdivia logra sacarle al jefe por lo bajo con su minigrabadora ni hay que darle media línea de prensa ni un segundo de transmisión a todo lo que Montesinos haga, deje de hacer, diga o no diga. Cuando necesitemos su opinión, se la pediremos. Mientras tanto, que se coma su cana nomás y que se joda. Pero que se joda calladito.

6. LOCURA. Será todo lo Doc que él quiera pero -un momentito- él no es quien para decidir quién está loco y quién no. Y mucho menos en un país que no es, precisamente, el imperio de la sensatez y la cordura. Los abajo firmantes queremos expresar nuestro abierto rechazo a las injuriosas expresiones por él vertidas, ya que pretende darle a la sana locura una connotación peyorativa y discriminatoria que contribuye a empeorar las frecuentes y dolorosas manifestaciones de intolerancia de que somos víctimas en nuestra sociedad.

Atentamente; el Loco Quiroga, el Loco Poggi, el Loco Cardenal, el Loco Perochena, el Loco Bucaram, el Loco de los Balcones, el Loco Cánepa, el Loco Totó, el Loco Letts, el Loco del Pollo, el Loco Zileri, (siguen firmas).

lunes, agosto 28, 2006

EL GRAN CEBICHE DE LAS LAGRIMAS

Como el título lo indica, el presente artículo versa sobre la inconmensurable nostalgia del Perú perdido. También sobre el influjo que Miami ejerce sobre la nueva poesía nacional. Y sobre cómo un patita de Camacho que estudió periodismo en la de Lima -y que tendría que haber sido cantante o, mínimo, torero- se cachueleó tocando congas y cajón antes de mandarse mudar, llevando muy en alto los colores de la Patria, a Estados Unidos donde -con gran diligencia- fungió, durante dos años, de sigiloso portero de un edificio habitado por octogenarios en la misma playera Collins Avenue que le da título a uno de los intensos poemas que publicara en Hechos Reales, su ópera prima presentada, a fines del 2002, en la Feria del Libro de Miami.

Ninguno de los asistentes aquella mañana logró explicarse qué estaban haciendo glamorosas top models, afamados fotógrafos y diseñadores de modas en dicho recital. Los convocaba, sin duda, la suprema elegancia de la melancolía. Y una sorpresa: aquel joven e ignoto aeda de ancestros incas se había convertido, sin saber cómo, en el editor de la versión en español de Vogue, la revista de alta costura más importante del planeta. Remember his name: Julio Llerena Caballero. Los que antes lo batían: "¡Vago, vago!" ahora le bailan: "¡Vogue, vogue!"

Cuando un peruano llega a Miami, los peruanos que viven acá le dan la bienvenida al recién llegado invitándolo a comer un cebiche, ¿no es cierto?, ¿y eso es absurdo? No. Lo que pasa es que el que extraña el cebiche soy yo que vivo acá, así que soy yo el que tiene una necesidad imperiosa, casi biológica de cebiche y tengo que comerlo como sea y no me importa en absoluto si el otro lo que quiere es una hamburguesa, porque cuando yo llevo a un peruano a comer un cebiche en Miami lo que quiero, en realidad, es regresar, de algún modo, a esa magia de ser peruanos no solo comiéndome el cebiche con todo lo que eso significa sino, además, compartirlo con el peruano que acaba de llegar y con el cual voy a poder regresar a mi país imaginariamente.

Ojo, dije: regresar, que, una vez más, es lo que yo quiero hacer. Otra vez: yo y no él que recién está llegando del aeropuerto y viene de vacaciones y lo último que quiere en esta vida es seguir hablando del Perú y mucho menos comiendo ese patético cebiche de red snapper y sorbiendo esa leche de tigre de jalapeños con key lime que, de lejos, va a ser el peor cebiche de toda su vida. ¡Qué idea tan precaria tendremos de lo que es realmente el Perú, que lo único que se nos ocurre para reconocernos es comernos un cebiche! Increíble, ¿no? Y por supuesto, el veredicto será: No es igual. Es el primer comentario que se te ocurre apenas le das la primera probada. Pero lógico, nunca va a ser igual, pues. Esa es la idea. Uno se va, precisamente, para que las cosas no sean igual. ¡Para eso se va uno!, sino, ¿para que te vas? Una vez, Cecilia Alegría vino a hacerme una entrevista y me preguntó si yo me había venido de Lima a Miami esperando que me fuera mejor. ¡No!, ¡yo me vine con la esperanza de que me fuera peor! Alucina.

Nada vas a encontrar allá afuera aprende/salvo el aliento de las calles/y la certeza de que a algún lado/ vas a volver.

Yo toco cajón, me llega al pincho decírtelo, pero sí, pues, toco cajón. Pero, eso sí, nunca he cantado valsecitos. No, no, cuando yo comencé a sospechar que el vals era una cojudez, leí Conversación en la Catedral y me convencí del todo. Mi peruanidad no tiene nada qué ver con eso. Por eso no me gusta mucho pensar por qué me fui del Perú. No me gusta hacerlo, pero me lo pregunto. Y me respondo: me fui del Perú porque me dio la gana. Las cosas que han pasado/han pasado porque sí/cada vez son menos las preguntas

Lo que tal vez es difícil es que la gente no calcula cuán diferente va a ser la experiencia acá, sobre todo si te pasa como yo que llegué al Miami de los desesperados, de los ilegales, de la gente que no tiene más alternativa. Nadie se imagina que Miami puede tener ese rostro de supervivientes, de prófugos, de vagabundos. Pero así es, Miami está atestado de gente que viene porque no le queda más remedio. Aunque podría también decirse lo contrario, que es la gente que se queda en el Perú la que no tiene más remedio. Y también estaríamos diciendo la verdad.

Nadie nos conoce en estos vecindarios (...) pero tenemos un auto y un televisor/y el muchacho que vende gasolina/aprendió a llamarme por mi nombre.

Lo que significa estar solo, yo lo he venido a aprender recién aquí. En el Perú, la soledad era parte de mi condición personal, nunca he sido de andar en patota, tampoco he sido ningún cacherito. Pero mi soledad era electiva. Aquí, en cambio, es una condición indesligable: estás lejos de todas partes, estás desligado de todo. Aquí no tienes adónde correr. O te las arreglas o te las arreglas.

No te reconoces en nada ni en nadie. Mi collera son mi mujer y mi hija. Eso es todo. No hay amigos, ni familia, no hay nada. ¿Qué te queda? Miami es una ciudad agobiante, monga, asfixiante. Aburridísima. Ni siquiera es una ciudad. Es una aldea donde no hay nada qué hacer. Cuzco o Arequipa son mil veces más excitantes que Miami. Pero yo creo que Miami es perfecta para una sola cosa. Para escribir. Especialmente para escribir poesía. Porque te encapsula, te aísla, te encierra dentro de ti mismo. Pero no se te ocurra buscar bohemia ni mucho menos vida cultural porque no existe.

¿Por qué quisiste publicar tu libro en el Perú?Porque salía más barato.¿Nada más?Bueno, además me interesaba saber cómo lo iba a tomar la crítica nacional, o sea: mis patas.

No sé por qué sentía que el libro significaba algo así como regresar mejor de lo que me había ido. Creo que la gente lo recibió bien. ¿Sabes qué? Cuando regreso a Lima todavía siento que estoy en mi cancha, que estoy jugando de local. Pero cuando pienso en mi casa, ya pienso en Estados Unidos. A veces hasta me descubro hablándole a mi hija Abril en inglés, o sea, let´s go to the bathroom, no? Abril baja con prisa/de la silla/y olvida -como es lógico- los deberes de la tarde/arroz y pollo frito que dejará enfriar.

Los temas que yo elegí son temas tan manidos: el desarraigo, la soledad, el amor a la mujer o a los hijos que...el riesgo de escribir mala poesía es inmenso, pero como diría Chabuca Granda, cada canción con su razón, es decir, tuve que tener bien claro que Abril Llerena tiene que funcionar como personaje literario porque salvo a mí y a su vieja, ella no tiene por qué importarle a nadie. Ayer mi hija llegó hasta mi cama/protestando a gritos por mi sueño/despierta/acabó la noche -me dijo.

Hechos Reales esquiva el melodrama, su ternura es económica, casi tacaña ... ¿O pudorosa?

No es pudor, es un asunto de verosimilitud, más bien, yo me puedo pasar la noche hablándote de mi hija o de mi hermano, pero la literatura tiene que ser verosímil, Vargas Llosa decía que cuando investigaba para La Fiesta del Chivo se encontraba con eventos tan espectaculares y tan increíbles que decidía no ponerlos en la novela porque nadie se los iba a creer. Ayer en el televisor /la fundadora de la sociedad/de alcanzados por un rayo/declaraba amar la vida y los cielos azules. Me parece mejor sugerir las cosas que decirlas.

Uno aspira a que la gente entienda la sutileza, cuando yo digo: el noticiero ha anunciado mucho frío pero eso es algo que yo puedo soportar. El lector agudo se preguntará: ¿Y qué es lo que no puede soportar? Se lo preguntará, ¿verdad? Ese es el mérito del libro, espero. Es una emoción áspera, sí, tienes razón creo, es una ternura casi cruel. ¿Será por eso que, de cariño, mi esposa me dice "mi hielito"? Tal vez es una cuestión más de personalidad que literaria, yo no soy efusivo. Soy tímido, seco, medido. A mí el televisor me tiene capturado/acabo de encontrar una película espantosa/y he decidido verla hasta el final.

He seguido tocando con un grupo de música negra peruana, tocando cajón, congas y también con una orquesta de peruchos que anima fiestas en Miami Beach. En Lima, en cambio, en Barranco tocaba una noche con La Sarita y la siguiente con Del Pueblo, del Barrio Pero esta chamba de Vogue como que no le hace mucho juego a un ex percusionista de Del pueblo, del Barrio, que no era precisamente, una banda muy fashion, ¿no? Ja, ja, ja

Yo no sé. Me ha pasado que hay mañanas en que me despierto pensando: soy Forrest Gump, me pasan las cosas y yo no sé ni por qué me pasan. Entro en tu casa como un objeto invisible/el mal necesario/y me invitas a llevarme las bolsas de basura/abrirte las botellas de licor/cambiarte los bombillos quemados de la sala. Yo vengo de un barrio ficho, vivía en Camacho, mi vecino era el cholo Toledo, alucina, estudiaba en la de Lima. O sea, pues, yo no era ni del pueblo, ni del barrio y, de pronto cuando tenía que tocar, como había que cargar las congas y todo eso, yo llegaba manejando la cherokee de mi viejo, bien hijito de papá, pues, ¿no?

Pero yo nunca me tragué ese cuento. Y paraba metido en el Festival de Juventudes Comunistas y tampoco me la creía, pues. Lo importante no es estar, sino saber por qué diablos estás. Y yo tenía una razón: quería tocar. Punto. Y te exhibes sin reparos/y apareces como el hombre en estado natural/el mono que escupe y bendice su jaula/que calienta su carne y se la come/y luego se duerme frente al televisor. Podía tocar feliz de la vida en un antro de fumones, qué importaba si yo lo que quería era tocar.

Yo he cantado música clásica, he cantado el Stabat Mater, el Mesías de Haendel completito con el Coro de San Fernando. Conozco tu reino. A los 16 años, quería ser cantante o torero, pero me cambió la voz y ya no pude cantar y, pucha, matar toros me dio una pena... Sé a qué hora despiertas/a qué hora vuelves del trabajo/conozco a tus amigos/la ubicación inmóvil de tu cama. ¿Cómo cuernos vine a parar a Vogue? No tengo idea. Dejé cientos de copias de mi currículum durante dos años por todas partes hasta que -cuando ya creía que nunca me iban a llamar de ningún sitio-me llamaron.

Y dio la casualidad que había una persona que estaba casada con el amigo de un amigo y me dieron una tarea: me encargaron que hiciera una crónica común y silvestre. Y la hice y se quedaron fascinados como si lo que hubiera escrito fuera pues, el cantar de los cantares y luego me dijeron que lo que buscaban, en realidad, era un editor para Vogue en español. La cagada.

Después de dos años como portero, portero de edificio, imagínate...¡si me llamaban de El Chino también iba corriendo! Alguien supone desde afuera/tu secreta vida interior/transita por tu puerta y te imagina vivo/tras la puerta. Me moría por escribir. Y yo no sabía nada de modas, yo usaba medias de dos colores como Kiko Ledgard y usaba polos blancos misiazos, pues, con logos de Don Vittorio, de margarina Manty, de E. Wong.... nada qué ver con modas, si me acuerdo que, una vez, estábamos de shopping y mi viejo encontró aquí, en una tienda, una camisa de 500 dólares y se quedó lelo, escandalizadísimo y yo, peor. Y ahora mi chamba consiste en hablar de camisas que cuestan 1000 dólares y de pantalones que cuestan 3000, así que ahora cuando veo uno de 300 digo: chucha, qué barato. Yo, en cambio, tengo memoria/de tus hechos reales/tu rastro inútil, hermoso/por la tierra.

Lo disfruto, sin duda, pero es mi trabajo. ¿Puede llegar a ser una aventura? Sí, hermano. Puedo escribir artículos muy cojudos, sobre exposiciones de arte como una a la que fui el otro día de diseños de zapatos de Salvatore Ferragamo, centenares de zapatos y ... no había ni mierda qué decir al respecto de nada y tuve que hacer, pues, mi investigacioncita y descubrí que el tipo este era un ricachón italiano con suerte y me largué a contar la historia del tío porque la exposición era una aburridera. Lo paja es que yo escribo lo que me da la gana y nadie me edita.

Por ejemplo, entrevisté a Ricky Martin y me esperaba pues lo que te esperas cuando vas a entrevistar a Ricky Martin, o sea, un auténtico huevonazo, ¿no? Pero me encontré con un personaje bien interesante. Y le escribí una nota nada chupamedias. Y él me dijo, por ejemplo, que en Bangladesh, la gente cantaba de memoria sus canciones en español y que "¡Joder, eso era mágico!" Y escribi "¡Joder!" que no es lo usual, pero yo lo puse y allí se quedó y créeme que ese no es, en absoluto, el lenguaje de Vogue en ninguna parte del mundo. Me puedo, además, dar gustos, entrevistar a gente, a mujeres, solamente porque las quiero conocer en persona, como me pasó con Susan Orlean, la autora de El ladrón de Orquídeas que yo acababa de leer el libro y de ver la película Adaptation y me había encantado. Así que, como estábamos por empezar la temporada Primavera-Verano...
¿La temporada primavera-verano? ¡Ja, ja, ja!


No te rías, pues, es que en eso tengo que pensar ahora, ¿no? Es una revista de moda, no te olvides. Y la directora dijo: "Ay, empieza la primavera, ¿no hay algún libro que tenga que ver con flores?" ¿Las Flores del Mal?

Claro, "Prohibido suicidarse en primavera", ¿no? y, bueno, ya te imaginas, escucharon "orquídeas" y dijeron: nice! ¿No? O sea, regio, cholito. Pucha, no paré hasta conseguir la entrevista que, de repente, a la revista no le interesaba un pepino, pero a mí sí. Y mientras haya gente que sepa un culo de modas, yo seré la contraparte porque soy, simplemente, el único huevas al que se le ocurre cómo contar todas esas historias.

La editora de alta costura viene y me explica, ¿sabes qué? hay una sección especial de no sé cuántas páginas sobre el rosa y, bueno, tú sabes que el rosa estuvo muy de moda en los 80 y la tendencia está regresando con mucha fuerza y tal y tal y tal... ¿Y yo? Normalazo. Te lo escribo, nomás, causa. Como si fuera un experto.

sábado, agosto 26, 2006

CARTA A MAMARITA

Hace 22 años conocí a doña Rita León, una señora humilde que todos los días viajaba varias horas en micro para llevarle el almuerzo a su hijo Toñito, un pequeño que, tras un accidente, estuvo postrado meses y meses en la cama 437-1 del Hospital del Niño, adonde yo acudía como voluntario.

No pude sino admirarla desde el principio y, naturalmente, nos hicimos grandes amigos. En 1993, cuando recibí la triste noticia de que mi madre tenía el mal de Alzheimer, Rita fue la única persona a la que llamé para pedirle ayuda. «No te preocupes, mi rey» -fue su respuesta- «a ti y a tus padres yo los voy a cuidar siempre».

Así lo hizo, desde entonces, a costa de todo. Y lo sigue haciendo, día tras día. Cuando la vida, sabiamente, se encargó de darme merecidas palizas, Mamarita fue la única que siempre estuvo allí, abrigándonos con sus cuidados incansables y, cuando hacía falta, también dejando aflorar su arequipeña garra y defendiéndonos como una fiera. Esta carta abierta intenta ser, sencillamente, un testimonio de gratitud a la mujer extraordinaria que se compró todos mis pleitos y puso las manos -mil veces- al fuego por mí. A la amiga que me salvó la vida.


Mi querida Mamarita:

Son las diez de la noche y acabo de terminar de acostar a mi mamá... y de pelear con mi papá. Han sido solo tres días, los primeros tres días a solas con ellos y muchas, muchísimas cosas me dan vueltas por la cabeza y el corazón. Tantas, que he tenido que salir del cuarto del hotel a buscar una computadora para tratar de ordenarlas, para que me entiendas.

Ya sabes que yo prefiero escribir las cosas que decirlas y por eso, muchas veces, cuando las digo casi siempre las digo muy tarde. Mis amigos me escriben para preguntarme: «¿Llegaron tus papis? ¿Ya estás feliz?» Les respondo que lo que tengo, en realidad, es una inmensa confusión de sentimientos que yo sé que solamente tú vas a entender.

La noche del domingo, en el aeropuerto de San Francisco, cuando después de tanto tiempo de espera y tantos problemas y tantas decepciones y tanta angustia, finalmente los pude reconocer entre la multitud -ya sabes- me puse a moquear como una mamacha.

Era alegría pero también era pena, y creo que ninguna de las dos era más grande que la otra. Ver llegar a mi mamá en silla de ruedas, dormida, toda encogidita, tan frágil, tan indefensa.

Y a mi papá, tan extraviado, tan viejito, tan nervioso... me produjo el dolor tremendo de una culpa espantosa, la culpa de pensar que ellos no tendrían que haber pasado todo lo que han pasado todo este tiempo si no fuera por mi causa y que nada de esto tendría que haber ocurrido si yo hubiera logrado hacer con esto que me dieron (mi vida), algo siquiera un poquito más presentable, si hubiera buscado la única grandeza que hay que buscar: una vida sencilla, sana y buena.

¿Por qué no lo hice, Mamarita? ¿En qué momento la cagué toda? Claro que no tiene caso que me haga reproches a estas alturas, pero tú me has pedido que te cuente cómo me sentí y así me sentí. Así me siento.

Cuando estuve por fin frente a mi viejita -que es un momento que, sin exagerar, había visto en sueños tantas veces en estos años de ausencia- me detuve delante de ella con mis flores en la mano y dejé que pasaran largos segundos mirándola a los ojos con la leve esperanza de que no fuera a ocurrir lo que yo tanto había temido. Pero, por supuesto, ocurrió.

No me reconoció, para qué te voy a mentir, no hizo el menor gesto de saber quién era yo, así que me limité a abrazarla largo rato. La aeromoza que empujaba la silla de ruedas se puso a llorar como una zonza.

Después, cuando abracé a mi papá, me di cuenta de algo que seguramente te va a sorprender:

tengo 38 años y era la primera vez en mi vida que lo abrazaba. Y percatarme de eso fue peor porque ahí sí que les hice una escena y me puse a lloriquear con ruido y todo, mientras él no se cansaba de repetir: «Esas son lágrimas de alegría» -tratando de disculpar mis sollozos ante toda esa gente que nos miraba y dándome, de rato en rato, unas toscas y muy sonoras palmadas de paisano en la espalda. (¿Has visto cómo se abrazan los paisanitos borrachos? Bueno, pues. Igualito.)

Una australiana se nos acercó a contarnos que había venido al lado de ellos durante todo el viaje y que mi papá se la había pasado preguntándole a dónde lo llevaban. En el carro, camino del hotel, el pobre terminó de confundirse por completo y comenzó a desvariar: dijo que unos chinos lo habían tratado de retener en Miami para hacerlo trabajar bajo la lluvia, pero que él y mi mamá habían conseguido escapar.

Lo peor de todo es que, durante su relato, no dejó, ni siquiera por un momento, de llamarme "Salo". De todos los nombres del mundo, eligió ponerme el de Salomón, el más difícil de todos sus hermanos. Y cuando le dije que yo no era Salo sino Beto, me dijo: «Caray... ¿Qué te parece? ¡Somos tocayos!» Tocayos.

Esa primera noche, a pesar de todo, las cosas fluyeron con suavidad. Al acostar a mi mamá me di cuenta de que sus piernas estaban muy hinchadas por el largo viaje, así que le puse unas almohadas bajo los tobillos. Intenté darle sus pastillas pero no conseguí que se las pasara así que te llamé a Lima y me dijiste que había que molerlas entre dos cucharas y dárselas con un poquito de jugo de manzana.

Por supuesto olvidé quitarle los aretes y también la plancha, así que se durmió con ella puesta (quizás por eso roncó tanto). Sus ronquidos me despertaron a cada rato sin conseguir molestarme ni siquiera un poquito. Cuando caía en la cuenta de que era ella no podía creer que de verdad estuviera allí, durmiendo a mi lado como cuando era chico y me daba miedo dormir solo. Pero lo que más me sorprendió de todo fue escuchar por primera vez con qué ganas se ríe a carcajadas en sus sueños.

A medianoche mi papá se levantó y dio vueltas por la oscuridad, tropezándose con todo. Acaso confundiéndola con un árbol, estuvo a punto de ponerse a orinar bajo una lámpara de pie. Me levanté a guiarlo las tres veces que se despertó y dejé la cortina entreabierta para que, al amanecer, la luz se filtrara.

A las ocho en punto, aprovechando que mi mamá duerme hasta tarde, bajamos juntos al comedor a desayunar café con leche, huevos revueltos y cachitos. Y hasta hubo tiempo para dar una vuelta por el muelle y ver el mar y el puente anaranjado y la isla de alcatraz y regresar haciendo una escala en esos madrugadores puestos donde venden una humeante sopa de cangrejos a la que llaman Clam Chowder.

Mi papá lo observaba todo fascinado como un niño de cinco años. «No hay nada que hacer. Italia es otra cosa» -fue su comentario.

Después subimos a la habitación. Eran las diez y doña Irma ya estaba despierta. Le di los buenos días con un besito y me dijo: «gracias». Entonces vino el momento de la verdad: levantarla casi en peso, llevarla al baño, ducharla, vestirla... Me puse tan nervioso.

No sabía qué hacer ni cómo hacerlo. Creo que fue allí que realmente me di cuenta de todo lo que, poquito a poco, nos ha ido quitando su enfermedad: sostenerla para que dé unos pasitos, asearla, vestirla, peinarla, atenderla en todo como si fuera de nuevo una bebé . ¡pero una bebé de 70 kilos! Y una bebé voluntariosa, además.

Una que no siempre coopera. Algo tan simple como levantarle un pie para ponerle una media, se convierte en una proeza, te hace guerrear y sudar a chorros. Meterla a la ducha -a ella que siempre fue tan pudorosa- y entibiarle el agua y enjabonarla y sentirla tan pequeñita y asegurarse de que cierre los ojos para que no les entre champú. Y después, a vestirla. Otra batalla feroz luego de la cual termino empapado y exhausto. Mientras terminaba de amarrarle los pasadores de los zapatos, me volvió a hablar y pude entenderle con perfecta claridad. Me dijo: «No me fastidies».

Y mientras intento hacerlo lo mejor que puedo y me armo de la paciencia que no tengo para no contestarle una pachotada a mi papá que me resondra porque soy tan torpe y le pongo tan mal el camisón, a lo único que atino es a pensar:- A ver, a ver... ¿cómo haría esto Mamarita? ¿Cómo hiciste? ¿Cómo haces? ¿Cómo has hecho? Ay, Mamarita. Cada detalle, hasta el más chiquito, me hace bendecir cada día más el inmenso amor con que has cuidado sin pedir nada a estos dos viejitos durante estos tres larguísimos años. Dios mío. Tres años. Y

o llevo cuidándolos tres días y ya estoy pidiendo chepa. ¿Cómo has hecho? Para guiarlos de la mano cuando todo estaba tan oscuro, para darles casi todo cuando no había casi nada, ¿cómo hiciste?

La primera noche, cuando ellos se durmieron, me puse a abrir sus maletas y me alegré de reconocerte en todos esos pequeños detalles tan tuyos. La ropita tan coqueta que les escogiste, sus zapatos nuevos, sus talcos y sus colonias. Las pastillas perfectamente organizadas en bolsitas de Essalud.

La libreta con las indicaciones: cuándo el Cardiotor, cuándo el Aricept, cuándo el Lipitor. Los cartelitos -con sus nombres y mis teléfonos- al cuello, como si fueran chicos excursionistas. Y los billetes dobladitos, desperdigados por todas partes, para que de todos modos los encontraran, si llegaban a hacerles falta. De una cosa sí no tengo duda: ellos dos y tú son la única familia que yo tengo y necesito. De no haber sido por la fuerza de tu cariño, hace ya bastante rato que ellos no estarían aquí.

Dice mi amigo Martín que no debo pensar ni en el pasado ni en el futuro, que debo disfrutar el instante tan esperado de estar con ellos. Y creo que tiene razón. Trato de hacerlo con todas mis fuerzas. Cuando me desespera, por ejemplo, ver que el viejo Humberto se puede pasar media hora estirando y doblando maniáticamente una bolsita de plástico (tú sabes que no exagero: ¡media hora!), me río solo y me digo: cuando no estemos juntos, esto también lo voy a extrañar. Porque sé que así será....

Hoy en la tarde estuvimos detenidos los tres delante de una playa preciosa con un faro y un galeón y la arena increíblemente sembrada de gaviotas. Y de repente, comenzó a llover a chorros, como si el cielo se estuviera viniendo abajo. Mi mamá se secaba la cara con las manos, me miraba con esa miradita traviesa que no ha perdido y se reía a carcajadas. Y mi papá, todo alarmado, exclamaba:«Ay, carijo, carijo...¿y ahora qué hacemos?»

Y yo le respondía que nada, que esta maravilla no ocurría a diario y que aprovechara: «No hacemos nada, tocayo. Tú, tranquilo. Total, solamente es agua.» Nos quedamos quietos y callados largo rato. La lluvia de esa tarde se encargó de camuflar mi breve pero perfecta felicidad. Y ni cuenta se dieron de en qué momento entré en desigual competencia con ese cielo encapotado. Total, solamente es agua.

Beto

jueves, agosto 24, 2006

UN DIA DE TRANQUILIDAD........

Hace tres meses , con ocasión del Día de la Madre, publiqué un post que -la verdad- no había sido escrito para tal fin.

Se trataba de una íntima carta que quise enviar en señal de gratitud a Mamarita, la señora que ha cuidado de mis padres durante mis años de ausencia. Para suerte mía, su regalo le encantó, y con eso me hubiera dado por recontra bien servido.

Pero -a partir de aquel post- más cosas buenas ocurrieron y, entre ellas, una francamente extraordinaria: como un pequeño ejército que surgiera, por generación espontánea, de la nada, aparecieron un montón de amigos desconocidos formando voluntaria fila en mi buzón de mensajes : betoortiz_ @hotmail.com

En 19 años de periodismo, nunca me había ocurrido algo así. Quizás muchos de los que leyeron ese post se reconocieron en alguna línea (que es lo mejor que puede ocurrir en la vida de un escritor) y no pudieron evitar ceder a la tentación de mandar sus cartas: generosas, confesionales, tremendas, o suspicaces pero todas, sin excepción, providenciales.

Hoy he querido compartir este milagrito modesto porque creo -francamente- que el rol de heraldos del Apocalipsis se vuelve cada día más cansón. Y porque no hay derecho a que la voz cantante la lleven siempre los mismos. ¿Sí o no? Busquen un sillón cómodo y léanse, causitas.

Para quiénes no han leido " La carta a Mamarita " , lo volveré a publicar, en éste modestísimo blog )

El post de hoy, lo hicieron Ustedes :

Es la primera vez que le escribo a alguien que no conozco y también la primera vez que escribo una carta a un diario. Compré el Perú.21 de hoy y, como todos los domingos, esperé hasta estar tirado en mi cama para leerlo.

Todo iba bien hasta que llegué a tu columna. 'Ta que me cagaste. En serio. Perdí a mi madre hace casi 16 años cuando era aún un huevas tristes en la secundaria. Quizás por eso o por la obtusa crianza que tuve como testigo de Jehová, fechas como esta pasaban sin pena ni gloria en mis almanaques.

Decirle "feliz Navidad" a alguien era lo mismo que preguntarle qué hora era. Solo la celebración del Día de la Madre me dejaba extrañamente inquieto. Tu columna de hoy me produjo una conmoción nueva, de esas imposibles de ubicar porque no sabes ni dónde te duele. Casi no pude terminar de leerte, pues mis lagrimones estuvieron a punto de perforar la página del diario. Gracias man, aunque solo sea por haberme hecho llorar como un niño.

Cristóbal

No me caes bien. Me pareces un hombre superfluo, engreído y excesivamente irónico, pero después de tu artículo de hoy, casi estoy dispuesto a perdonarte.
Ethelwoldo
Ica

Solo quiero pedirte que seas feliz y que aproveches cada momento al lado de tus viejos, llena tu corazón de cada pequeño detalle para que, de repente, cualquiera de estas noches los engarces y hagas con ellos un rosario o los conviertas, simplemente, en una almohada para, sobre ella, dejar descansar un poco esta vida que, a veces, pesa.

Carmela

Me has sorprendido bastante al contar que alguna vez fuiste voluntario en un hospital. Eso de dedicar energías y tiempo -y de perder dinero- sumergido anónimamente en un espacio desgraciado y pobre, podría parecer lo más alejado a lo que vendes de ti mismo, y sin embargo ahí está.

Me parece sumamente interesante, y no solo porque se trate de ti, creo que también de mí y quizás de otras gentes que se diseñan para afuera de una forma que no condice necesariamente con lo que pasa por dentro. ¿O es que se quiere purgar culpas? ¿O simplemente, hacer el bien sin mirar a quien? Es raro, mi estimado, todo es raro. El bien siempre tiene trastienda pero eso no importa si nadie lo sabe.

Rafael

Soy una mujer de 54 años, tengo el hábito de la lectura y aunque últimamente ya no me apetece comprar el diario , pero hoy lo compré.

Tu columna me llegó muy profundamente porque mi suegro tiene el mal de Parkinson, y su esposa, demencia con sordera. Mi madre, artrosis de cadera y, en fin... los familiares nos turnamos para cuidarlos.

A mí, particularmente, me gusta hacerles masajes con crema o aceites en las piernas y los pies, recortar y limar uñas, pasearlos en sus sillas de ruedas y leerles algo cuando están lúcidos o sencillamente sumergirme en sus momentos de locura y confundirme con sus recuerdos más antiguos como si yo también hubiera vivido cuando ellos eran jóvenes. ¿Sabes qué? No lo tomes como un tormento porque no lo es; es una tarea deliciosa. Pero quiero que sepas, desde ya, que puedes contar conmigo.

Si en algún momento tu Mamarita necesita un descanso, te ofrezco mis manos.

Clemencia

Debo decirte que estoy un poco molesto contigo, pues no me gusta empezar el día llorando pero, gracias de todas maneras, por haberme permitido darme cuenta de muchas cosas importantes que estaba dejando pasar con los días.

Wilfredo

Leyéndote he caído en la cuenta de que hace como un mes que no hablo con mi padre. No importa qué día estemos, hoy voy a llamarlo sin falta.

Martín

Te escribo desde el Callao para decirte que es de valientes reconocer, públicamente, los errores y los desamores y que me alegra saber que has tenido la oportunidad de compartir con tus viejitos esos momentos irrepetibles en la vida. Yo soy muy creyente y le agradezco a Dios por haberte dado esa oportunidad de mirarse a los ojos y de aceptar el silencio.Gioconda.
Hoy te leí y pude ver mi futuro allí escrito.

Pilar

Es lunes y son las 11 de la mañana en el Perú. Recién estoy leyendo los periódicos del domingo. Ayer fue un día de emociones encontradas, y por lo mismo, muy ocupado. Mi mamá tiene 95 años (soy hija, madre y abuela) y aunque mentalmente está bien, también hay que hacerle todo, pues su movilidad es casi nula.

Pero no te he escrito para contarte la vida de mi mamá, sino para decirte que leí tu carta a mi tocaya. Muchas veces pensé que tus escritos eran idiotas y me preguntaba por qué tú mismo te maltratabas tanto escribiendo y haciendo idioteces si no tenías por qué. Es una pena que tu mami no pueda leer tu carta, pues en ella desnudas tus verdaderos sentimientos. Es obvio que los otros, los que muestras en la televisión cuando haces de payaso, no son verdaderos.

Deseo que pronto cambien las cosas en el Perú y que así, al fin, puedas regresar.
Rita

Gracias a todos ustedes.

martes, agosto 22, 2006

CONOZCA EL INTERIOR

Una controvertida exposición está fascinando -y horrorizando- a los neoyorquinos. El mensaje de los muertos que la integran: la belleza verdadera es la de adentro.

El asunto es más simple de lo que parece. Primero te arrancamos el corazón, luego te lo embalsamamos con formaldehído. No contentos con eso, lo disecamos para poder usarlo mejor.

Una vez disecado, lo sumergimos en acetona para eliminarle completamente el agua. Así deshidratado, lo bañamos en silicona y lo sellamos en una cámara al vacío, donde la acetona se gasifica y es reemplazada por el polímero que te lo endurecerá todavía más. Lo ponemos dentro de una urna de cristal y listo. Ya está. Tu corazón convertido en pieza de museo, educando a la juventud, día tras día. (Claro que para llegar hasta allí, es menester que primero te hayas muerto).

Son los muertitos los que te reciben desde el instante en que entras a Body Worlds. Muertitos jugando béisbol o leyendo el diario. Muertitos mostrando orgullosamente los abductores, las vértebras o el páncreas.

Muertitos divididos en mitades que se miran casi besándose o rebanados al infinito como en una pintura de Dalí. Plácidas mujeres embarazadas con el útero expuesto. Bebés siameses. El cerebro de un congresista. Pulmones tiznados a muerte por la nicotina.

El esqueleto del feto. El corazón del embrión. Y los que más extasiados contemplan todo son los niños. El responsable: Gunther Von Hagens, anatomista alemán e inventor del plastinado, una técnica de momificación que ha logrado atraer a más de 30 millones de visitantes en todo el mundo y recibir 10 mil donaciones voluntarias de cuerpos, amén de un centenar de juicios y amenazas de muerte. Pero él, que se considera, ante todo, un educador, no les teme: "Yo presento un hígado como un hígado, nunca transformaría un pene en revólver o un cráneo en florero. El cuerpo es bello siempre. El cuerpo nunca miente."

"¿Y qué hacen con las partes del cuerpo que no utilizan?" -le preguntó un reportero sensacionalista al que gustosamente habría embalsamado vivo. "Algunos los curtimos con sal a la intemperie y nos los comemos para navidades" -ironizó Von Hagen declinando abundar en las razones por las que la Iglesia católica rechazó de plano su bien intencionada, pero polémica propuesta de plastinar al papa peregrino.

domingo, agosto 20, 2006

EL TALENTO , ESTA LENTO ?

1979. Todas las mañanas, en un viejo pero impecable Ford Taunus color verde agua, un serísimo dermatólogo progre que vivía a media cuadra de mi casa, me hacía, gratis, la movilidad de ida a mi aburrido colegio parroquial que, para buena suerte, era el mismo que el de sus tres chancones críos.

Como yo era más voluminoso que todos ellos juntos, viajaba siempre repantigado en el asiento delantero y el trayecto desde San Borja (donde mi casa tenía -para mi gozo y tu terror, China Tudela- una preciosa ventana redonda) hasta el rico Jesús María duraba una media hora que yo aprovechaba para gorrearle, fresquecitos, al doctor sus periódicos preferidos, periódicos izquierdosos o sinvergüenzas que, en mi familia, nadie compraba jamás ni por error: El Diario de Marka, El Caballo Rojo, Don Sofo y, muy especialmente: Monos y Monadas.

No incurriré en la tentadora huachafería de decir que en aquellos diarios viajes interdistritales se fraguó en silencio esta vocación acrisolada, este apostolado solitario al que quise consagrar mi existir atormentado. Sí diré, en cambio, otra más chévere y bastante más exacta: que gracias a esas transgresoras páginas -leídas medio a la volada- experimenté, a mis once añitos, la luminosa epifanía de descubrir lo que, en verdad, significaba cagarse maravillosamente de la risa.

Y -lo que es más mágico aún- conseguir que otros lo hicieran. Así como algunos niños que ven jugar a Maradona y piensan: "Algún día voy a jugar como él", yo leía las extraordinarias aventuras de Pepe Lumpen o Pepe del Salto y pensaba: "Algún día voy a escribir como Rafo León".

2006. Veintisiete años más tarde, entro al portal de Agencia Perú y lo veo en la foto abatido, hecho puré, desencajado. Leo: «Rafo León pide disculpas por plagiar a cronistas en su libro Lima bizarra». La primera pregunta que me asalta a mano armada es: What? ¿Puede alguien que escribe como Rafo León -o, salvando las distancias, como Bryce- querer plagiar el muy respetable trabajo de los jóvenes colegas apellidados Hidalgo, Masías, Peralta y Villalobos, a quienes -con todo cariño- debo haber leído pero no recuerdo especialmente?

No sé ustedes, pero yo, si fuera a plagiar, querría hacerlo con alguien que escribiera mejor que yo, ¿no es cierto? Y la segunda -más complicada todavía- es: ¿por qué lo hizo?, ¿para qué? Intentar siquiera encontrarles respuesta me pone en una triple encrucijada: 1) porque, como es obvio, soy fan de Rafo; 2) porque la casa editora de su libro es la misma que publicó mi novela; y 3) porque la mayoría de los periodistas afectados trabajan en la Empresa Editora El Comercio que es, como se sabe, también propietaria de estas páginas en que escribo. Pero ninguna de esas tres razones ni el haber leído, uno por uno, varias veces, todos y cada uno de sus dolorosos -y flojones- descargos, me impide decir aquí que me queda clarísimo que, esta vez, Rafo la cagó todita. Ningún escritor escribe sin releer lo que acaba de escribir. ¿Uy, te copié?, ¿qué cabeza la mía? ¿"Plagiar por descuido"? Imposible. Pero, por lo menos, tuvo la hombría de pedir disculpas y no se escudó en la típica soberbia de las vacas.

No hay derecho a armarse "su" libro con cut and paste. Está clarito. Rafo la recagó pero, ¿saben qué?, no me da la gana de contribuir a su despellejamiento público por eso. Qué buena vaina. ¿Acaso a los malos presidentes no los perdonamos siempre?, ¿por qué, entonces, esa perversa desesperación limeñita por crucificar a artistas a la primera?
Alguien me envió Lima bizarra apenas salió y lo disfruté. Es un bonito regalo y no me sorprende que esté en todas las listas de best-sellers. Pero, para serles franco, me gustan bastante más las fotos que el texto en el que escasea el vuelo creativo y la ironía a que nos tiene suscritos.

Contiene alguna información nueva para mí, sí, pero también es verdad que incluye páginas prescindibles como aquellas dedicadas a los partidos políticos que no creo que importen a los viajantes. Sus machaconas alusiones a la "gente fea" de Lima, además, me saben a rancio. Pero más allá de lo que a mí me parezca o me deje de parecer, el libro es un éxito y el éxito -dicen- no se discute. El bendito éxito que -sospecho- ha sido el verdadero culpable de todo este rollazo lamentable. Si no me creen, aquí lo tienen. No es Milli Vanilli, es Rafo León, unplugged:

"Cada vez con mayor frecuencia me descubro a punto de marcar el número telefónico de alguno de mis amigos jesuitas y pedirle que me reciba por un tiempo: yo enseñando literatura a los comuneros sin cobrar nada. Me detengo y no hago la llamada porque de haberla hecho, a los cinco minutos me caería encima una vergüenza insoportable y tendría que deshacer semejante huevada.

Demasiados años de psicoanálisis me han enseñado que las interpretaciones facilistas son como las ideas facilistas, confunden, banalizan. Yo tenía un tío que se llamaba Rafael de la Fuente Benavides (N. del E: Martin Adán) que se aguantaba tan poco a sí mismo que se fue a vivir al Larco Herrera con tal de sentirse protegido".
Vergüenzas aparte, creo que Rafo es un loco genial, brillante, multifacético que puede hacer esto, lo otro y aquello. Y hacerlo bien, además. Y durante décadas.

No cualquiera puede pasar de escribir exitosas obras de teatro (como Amor de mis amores), a asesorar oenegés europeas como Radda Barnen, dándose maña, además, para dar vida a sus personajes más formidables: Caín y Abel, el subte renegado y su mellizo nerd y maricueca, por si alguien es tan joven que no tuvo el gusto. Escribe en joda o en serio, publica acá, allá y acullá, hace -feliz- su programa de televisión que -como suele pasar- se ha convertido en su estilo de vida, gana premios, gana plata, se vuelve famoso, vende, vende y quiere vender más, le llueven los proyectos y los acepta todos porque en Lima nada basta, se embarca en más de los que humanamente puede realizar, vamos, se siente un star, ¿a quién no le pasa?, se la cree pues, total, el ego se le inflama, se sobra, ¿acaso no tiene de qué?

Está en su mejor momento, se infla como zeppelín, levita sobre nosotros, los mortales. ¿Es un pájaro?, ¿es un avión? Es Rafo León y cualquier cosa con su nombre encima venderá. Se sobrecarga de proyectos a tal punto que un día quiere mandar todo a la porra pero ya no puede. Ya es un producto, una marca registrada. Se harta, claro. Reniega. Reclama otro trato. Le tira el teléfono a algún noble asistente.

Lanza por los aires una que otra secretaria. Sonamos. Se jodió. Se le colgó la red. Le volaron los plomos. Y listo, le nació el alien asesino de su diva interior que se encargará de devorarlo todo, comenzando por sus pobres musas que irá exterminando hasta que no quede ninguna. Patapúfete. A emergencia: inyecciones intensivas de humildad. Bájate de tu nube, Nubeluz.

«Aunque te llegue al pincho: la confrontación es tu esencia y eso no es malo ni bueno, simplemente es. Tu forma de confrontar te incluye, no lo puedes hacer sino es contigo adentro, botas el agua sucia con todo y bebe recién bañado. Es tu laya. Entiendo perfectamente que te duela persistir en la pelea a la distancia, porque no estás acá y lo que quieres -a ratos- es estar acá. Beto: a los dos días de estar acá estarías peleándote ya no contra los otros sino contra ti, por haber vuelto. Pienso, en verdad, que Lima para ti -para mí, para un montón de gente que andamos con el culo en varias sillas- es un antídoto contra la escritura, una mierda. Tú quieres escribir pero se te sale esa otra huevada que se llama narcisismo, mediante la cual mirarse el ombligo parece igual a mirar las cosas y el espejo es una sutilísima vitrina».

Justamente. Así pasa cuando sucede. Créanme. "Creo en el plagio y por el plagio creo", predicaba el vate Lucho Hernández. Yo le creo. Que tire la primera bolsa con pichi el escritor que nunca haya usado las palabras de otro como suyas. Que diga yo el infeliz al que jamás piratearon. Les cuento: alguien en Lima ha tenido la ostra de crear un blog con mi nombre y de colgar allí todos mis artículos sin mi permiso y, lo que es peor, de hacerse pasar por mí para perpetrar -como presentación- un mamotreto idiota, impresentable y, encima, con faltas de ortografía. ¿A ver cómo yo lloro menos?

«Estoy de salida de mis vacaciones y me comienzo a angustiar: no he escrito lo suficiente (100 páginas sin corregir), he gastado un huevo de plata, me espera Lima gris y castradora como nunca. Tengo un motivo adicional -como si me faltaran- para sufrir: he descubierto que no podría vivir en Cusco, contra lo que me decía una de mis fantasías más acariciadas. (...) Qué manía la de hacerse la vida difícil. Soy, además, un ser que aburre y se aburre muy rápido: no bebo alcohol, no me drogo, me gusta dormir temprano, solo trato de mantener conversación con muy poca gente, muy cercana. Es decir, estoy en las antípodas del 'Cusco era una fiesta' que aquí domina.

No sé, tendré que buscarme una utopía personal más alejada, por ejemplo en Huamachuco o en Moquegua, donde yo sea un misti exótico al que nadie se atreva a hablar porque, de repente, muerde».
Un talento no es algo que uno se encuentre a cada rato, tirado en medio de la pista. Y no hay país que tenga tantos como para darse el lujo de arrojarlos al tacho. Pase lo que pase, Maradona seguirá siendo Maradona. Siempre. Al talento se le cuida, miserables.

viernes, agosto 18, 2006

ESA ESTÚPIDA CANCION ¡¡¡¡

Acabo de cumplir 38 años y no estoy dispuesto a tolerarlo más. Me veo en la obligación de preguntárselo al mundo de una vez por todas: ¿Hasta cuándo churchill me van a seguir cantando el pelotudo happy birthday? ¿Ah?, ¿hasta cuándo?, ¿hasta cuándo tendré que soportar ese sistemático, macabro, sadomasoquista ritual de humillación extrema? ¿No les parece mortificación suficiente el ir llenándose inexorablemente de pecas y de canas hasta en los lugares más inhóspitos y agrestes?

Por lo que Dios más quiera, tengan un poco de consideración con este inminente anciano. ¿Acaso no se han dado cuenta de lo absolutamente babosos que nos vemos todos -sin excepción- cuando lo cantamos? Si me dieran la alternativa, escogería un callejón oscuro, un cargamontón, un apanado de cumpleaños pero happy birthday... nooo, motherfuckers, nooo.

¿Hace falta que lo explique?, ¿a quién se le ocurre una celebración que consiste en avergonzar delante de todos al presunto agasajado? Nunca sé qué cara poner cada vez que la entusiasta de turno me vuelve a acorralar con la condenada tortita en ristre, mientras el fuego tembleque de las velas ilumina siniestramente las miradas ebrias, las risas torvas y las caras mofletudas.

Mientras los miro, mientras los oigo cantar -y, por regla general, desafinan horrible porque parecería que, en el fondo, esa es la idea- mientras los miro -decía- paralizado de pavor, me pregunto en silencio, sin dejar ni un solo instante de rezar a mi ángel de la guarda: ¿Qué indecible mal habré causado en esta vida y en las anteriores para ser ahora merecedor de este suplicio miserable? Pero sobre todo, mientras los oigo repetir hasta la náusea, happy birthday, happy birthday, me pregunto: ¿por qué cuernos me están cantando en inglés si aquí, en el Cerro San Cosme, lo que se habla es castellano?

Quizás la respuesta sea que la versión en español es más idiota todavía: Cumpleaños feliz, te deseamos a ti. A ver, machuquen pausa, aguanta ahí: ¿cómo que te deseamos a ti? Si es TE deseamos no es a mi, ni a él, ni a ella, ni a ellos, ni a nosotros, ni a vosotros, ¿verdad? Si TE deseamos, obviamente es a TI, estúpido. O sea, no es a mí a quien desean, qué raro, es a ti.

Bon appetit. Pero sigamos, chicos, sigamos canturreando esta bonita canción para retardados: ¡Cumpleaños felices, te deseamos a ti! ¿Felices? O sea, primero era cumpleaños feliz, ahora es cumpleaños felices. Denme tiempo, quiero entender, soy bruto, (pero de buen cuerpo) y quiero entender así que denme tiempo.

A ver: cumpleaños felices. O sea, ¿cuántos cumpleaños estamos celebrando acá?, ¿y si es uno solo, entonces significa que es un cumpleaño?, ¿quiénes están felices?, ¿los años, los cumpleaños, los dueños del santo, los invitados?, ¿cumpleaños es singular o plural? ¿Y el "que los cumplas felices" dónde me lo dejan? Ahora que lo pienso no es tan mala idea, yo tengo derecho a ser felices.

Cual si la agonía arriba descrita no fuera ya un brutal atropello a los derechos del hombre y del ciudadano, lo que viene después es aun más ruin. Cuando la infausta, interminable cantadita ñe-ñe-ñé ya parece aproximarse a su final, es menester, por supuesto, apagar las velas que, mal rayo nos parta, serán, claro, de aquellas que, una vez sopladas, se vuelven a encender, gracias al gentil auspicio del infalible chonguerito de rigor.

Es, por supuesto, faltaba más, el clímax, el momento culminante de la velada: hay que extinguir el pequeño incendio de un solo soplido con la clásica actitud canchera del chiquiviejo indomeñable. Antes de que lo hagas -es seguro- no faltará la pánfila que, alborozada, gozosa, beatífica, exclamará: «¡Un deseo, un deseo!» ni tampoco el huevas tristes que, como en todos los santos a los que lo llevaron vestido de taradito en su puta vida, graznará: «¡Sapo verde tuyú, apio verde tuyú!», para redondear la faena vociferando: «¡Ya no sopla, ya no sopla!», de modo tal que sus no pocos semejantes puedan, a su vez, reírse y aplaudirse a sí mismos mientras se ríen como es tan característico en ciertos primates criados en cautiverio.

Una vez que hayas logrado apagarlas todas con la mano, mojándote -expeditivo- los dedos con babas, serás aclamado, unánimemente y con gran estruendo. Te ovacionarán, cual si fueran los asalariados miembros de tu propia portátil. Serás vitoreado como si acabaras de meter un gol, o de lograr un triple mortal o de cerrar un gran discurso de campaña. ¿Y que has logrado? Un soplido. Tiene tanto sentido como aplaudir un pedo.

Y seguro que te tomarán cerros de fotos para recordarlo. Difícilmente voy a olvidar que, allá por el ochenta, cuando volver a tener elecciones presidenciales era una genuina novedad, se gestó, en el seno de mi familia, una aguerrida -y algo disparatada- célula belaundista que no titubeó en sacar provecho hasta del menor descuido para ejercer el proselitismo más desembozado.

En aquellos días -recuerdo- después de los happy birthdays se aplaudía siempre en forma de disciplinadas maquinitas: ¡ac-ción-po-pu-lar, ac-ción-po-pu-lar! Qué papelón, caballero. Apostaría a que ni entre los parientes de Martha Chávez se ha llegado nunca a esos extremos.

Pero no prendan las luces todavía que se van a perder el fin de fiesta que es igual de descerebrado: "¡Queremos que partan la torta!, ¡queremos que partan la torta!" (sírvanse cantar con la no menos zopenca tonadita de "Porque es un buen compañero"), "¡queremos que partan la tortaaaa... si no, no nos vamos de aquí!".

Me parece que hay que ser muy, pero muy muerto de hambre para irse a meter a casa ajena a exigir, en mancha, que se nos sirva de tragar a grito pelado y de ese modo tan ordinario, máxime tratándose de una ciudad distinguida como esta en la que las buenas costumbres nos han enseñado que el hecho de que haya una torta en el centro de la mesa no significa necesariamente que la vayan a partir.

No hay derecho a poner en compromiso a los anfitriones que la habrán adquirido con tanto sacrificio, calculando que les dure para la lonchera de los chicos de una semana, por lo menos. No hay derecho por más que creamos que es muy alegre y divertido el decírselos cantando mientras, matonescamente, dejamos en el aire la amenaza soterrada de tomar su vivienda y a ellos, de rehenes si no se cumple con nuestras abusivas exigencias.

Pero hay dos cosas más deprimentes aun que el clásico happy birthday de fiestecita: el happy birthday por teléfono y el happy birthday de restaurante. Piense por un instante en el pobre chico del cumplemenos, o para ser aun más criollitos: del santoyo.

Póngase en su lugar y pregúntese: ¿será realmente simpático llamarlo -de larga distancia- para cantarle al oído, por enésima vez, esta canción tan huevona considerando: 1) que ya se la sabe, 2) que está repodrido de escucharla y que, 3) encima, se la vas a cantar tú que ni siquiera cantas bien?, ¿será original?, ¿será entrañable?, ¿será placentero? Y, lo más importante: ¿será chistoso? Respóndase: ni cagando.

A un amigo nunca se le hace eso. Si amaneció muy cantarín o cantarina, vaya y cómprese el equipo de karaoke más pacharaco que encuentre en Hiraoka y arránquese con Puerto Montt a todo lo que da, pero deje tranquilo el teléfono, ¿estamos? No se canta por teléfono. Nunca. Y, bueno, ahora le toca al japi verde de restaurante. Acabáramos. Ese es el peor de todos y, como no podía ser de otra manera, este año, maldita sea, me tocó.

Llega un momento en la vida de las personas -vamos a ver si me dejo entender, amigo lector- llega un momento -digo- en que lo único que quieres en tu cumpleaños es olvidarte por completo de que cumples más años. No pides más. Fue en ese ánimo precisamente que decidí esta vez mandarme a mudar a Atlantic City sin sospechar ni por un instante de lo que se trataba: un pueblito paupérrimo de New Jersey infestado de casinos rococós de alfombras moradas, esculturas de dioses griegos en pan de oro y alamedas techadas con cielo artificial que parecen haber brotado del cerebro de Chibolín bajo los efectos del fármaco de diseño conocido como crystal-meth.

Los buenos amiguitos que -con la mejor de las intenciones- me llevaron ilusionados hasta este páramo de pesadilla en el que todo invita al suicidio, me invitaron, espléndidos ellos, a cenar a un restaurante más bien apacible que prometía permitirnos el sencillo privilegio de llevar tan monse fiesta en paz.

La cháchara y el vino fluían con placidez y casi estaba comenzando a pasarla bien cuando, de pronto, hizo su ingreso atronador la aterradora banda de las obesas celulíticas. No sé cuántas eran. Lo que sí sé es que nunca había visto tanto bofe junto y en movimiento.

No sé si serían las cocineras pero venían vestidas de porristas, y en cuestión de segundos armaron un estrépito infernal (iban armadas de matracas, soplapitos y tapas de olla). Obligaron a toda la clientela a ponerse de pie. Alegría, alegría. Y a ver, everybody con las palmas. La suerte estaba echada.

Algún traidor me había delatado y ahora venían, zangoloteando los mondongos, a por mí. La más flácida de todas se me abalanzó y ciñó, juguetona, en mi cabeza una cretina coronita de cartón. Apuesto a que no adivinan lo que se pusieron a cantar

miércoles, agosto 16, 2006

NECESITO UNA MUJER ¡¡¡¡¡

El otro día me levanté cruzado y dije: muy bien, basta, para gusto ya está bueno, necesito una mujer. Nadie me lo va a creer pero es la verdad, me dije así, ni bien abrí los ojos. A la vejez, viruelas. Esa es la idea con la que me desperté: si yo tuviera una mujer que hiciera contrapeso en esta cama, me pregunto: ¿cuál sería?, ¿parecida a quién?, ¿cómo, nomás, me gustaría? A ver, a ver, me gustaría -para comenzar- una mujer con buena dentadura y agradable aliento, risa frecuente, carnes firmes y excelente ortografía.

Preferiría que no usara maquillaje. Sería extraordinario que pudiera prescindir de él completamente pero, como sabemos que eso es imposible, me conformaría con que no se pintara los párpados de verde tornasol, los labios de violeta ni de rosa chicle globo las uñitas de los pies. Y si no es mucho pedir, que careciera de tatuajes en las pantorrillas. No protestaría si, al abrir el botiquín, se suscitase un severísimo derrumbe de tampones, frasquitos, pinzas, lociones, cepillos, tijeritas, frotaciones, esmaltes, limas y prestobarbas rosaditas de esas que -en el sobaco- les hacen brotar cañones.

Tampoco si -trayendo a cuestas sus maletas- me pidiera duplicado de la llave en el primer día, hijitos en el segundo, matrimonio en el tercero y repetición en el cuarto. Que me ganara siempre a cinco orgasmos contra uno, a siete contra dos y allí paro de contar porque me canso. Que para convencer a su mejor amiga de que ese hombre mayor no le conviene y que ella tiene para más, le recitara de memoria y a gritos por los pasillos, párrafos enteros de Las mujeres que aman demasiado como una predicadora desquiciada que amenaza con el infierno tan temido vociferando versículos del Eclesiastés. Que me llevara a rastras hasta las vitrinas de un sex shop -al que siempre he ido solo- para presentarme al mejor de sus amantes: Bunny, el bicéfalo vibrador-turbo con sensurround que la acompaña en su cartera a todas partes, igualito que a Sarah Jessica en Sex and the city.

- Pucha, beibi, ¿nunca has visto Sex and the city?
- No.

- Ay, oye. Pucha. Alucina que no puedo creerlo, beibi.
- Prefiero ver Oz, ¿por qué, ah?

- Porque, o sea, qué asco, ¿manyas? Pucha, beibi. Alucina.

No me molestaría en absoluto que mirara la escoba y el recogedor ladeando la cabeza como un pavo sorprendido, con la cara de estupor con que se mira un meteorito y que exigiera aspiradora como quien exige amor o agua potable, que metiera el edredón a la secadora y lo encogiera hasta convertirlo en agarrador de sartenes, que, en su afán por perseverar innecesariamente en el anacronismo del streaking, caminara regando la ropa por toda la casa en la certeza de que detrás suyo viene el eterno escuadrón de empleadas de su vieja a recogerla, ni que fuera incapaz de hervir el agua sin quemarla (cocinar es cosa de hombres), pues nada me complacería más que hacerme cargo -vitalicio- de la cena siempre y cuando sea ella la que lave, seque y guarde hasta el último cubierto que yo ensucie.

Cerdo machista y todo -porque el mundo me hizo así- no tendría inconveniente en comenzar por primera vez a preocuparme en levantar el asiento del water antes de mear para que ella nunca tuviera que posarse sobre las reales o imaginarias gotitas que, de todas maneras, va a esmerarse en encontrar y me enternecería al contemplar, al levantarme, los sendos racimos -o, perdón, los ramilletes- de calzones lavados, de emergencia, la noche anterior festonando, cual guirnaldas navideñas, las paredes de mi baño: calzoncitos estampados en el poto con leyendas disuasivas en inglés -the bitch is back- éxito de ventas sin precedentes en los días R de Ripley.

No le mentiría ni una sola de las veces en que me preguntara: Amorcito, ¿me extrañaste?, al regresar de la esquina de comprar pan, ni forcejearía mucho en el cine para que me soltara un instante la mano que me tiene agarrada -y convertida en un trapeador viscoso- durante el íntegro de la película (con Hugh Grant), no me enfadaría ni un poquito si la ampayo rebuscando mis papeles, leyendo, uno por uno, mis correos electrónicos, hurgando entre los archivos de mi computadora, revisando uno por uno los 150 números que hay en la memoria del celular para enterarse -porque me quiere mucho- de quién me llama, a qué hora me llama y qué cosa dicen los mensajes de voz y de texto que me han estado mandando desde muchos meses antes de que ella (des)apareciera.

No insistiría en explicarle que es humanamente imposible que yo deje de roncar mientras haya 70 kilazos de ternura encima mío, impidiéndome por completo la respiración. Que la manera más segura de tener horrendas pesadillas en las que eres sepultado vivo bajo el peso de un container y levantarse de mal humor y con tortícolis aguda no es otra que esa, la bendita costumbre de dormir apuchungados como dos monitos de fieltro con pega-pega en las patas y en las manos.

No me opondría a que compitiéramos cumpliendo dieta estricta, a que desayunáramos yogurt natural con afrecho, que almorzáramos churrasco de soya a vapor con coliflores crudas y que cenáramos manzanilla con limón para que, a la primera de bastos, se reventara ella solita un macetero con medio galón de helado sabor Princesa rociado con todas las salsas: fudge, mermelada de fresa, crema chantillí, manjarblanco, butterscotch, mantequilla de maní, lentejitas de chocolate, plátano en rodajas, merengue, nueces, coco rallado y todo coronado por generosos y negros trozos de Charada.

Si no a tejer chalinas que donar a los vagabundos en invierno-que sería, sin duda, el pasatiempo ideal- me dedicaría a armar rompecabezas chinos de cinco mil piezas reversibles, mientras ella terminara de exfoliarse, de humectarse, de depilarse, de revitalizarse, de suavizarse, de reacondicionarse, de hidratarse, de fraganciarse, de delinearse, de empolvarse, de barnizarse, de laquearse, de accesorizarse, de laciarse o de rizarse una por una las pestañas y, transcurridas dos o tres interminables horas de agonía, saliera del baño de una puta vez solamente para preguntar: "¿Qué tal me veo?" y regresar a él para un último retoque rapidito.

Esperaría paradazo como un mástil, créanme, esperaría en una esquina empapándome el orto bajo la lluvia, con mi ramo de florones y mi mejor sonrisa Signal si ella me hubiera citado allí para encontrarnos a las dos en punto en la ilusión de almorzar conmigo, pan y cebolla y allí jugando a las estatuas me dieran, por supuesto, las dos y media y las tres y las cuatro y exactamente a cinco para las cinco llegara, de lo más pancha, toda taconeante, sofocosa y agitada -cual si en verdad se hubiera apresurado- y, de todas las excusas del mundo, se decidiera finalmente por: "Sorry, beibi, pucha, me estarás alucinando, pero es que no sabes lo que me pasó, pucha, es que yo sé que no me lo vas a creer si te lo cuento..."

Guardaría silencio respetuoso y sepulcral si la veo embutirse de lo más entusiasmada en un topcito trinquete de Hello Kitty diseñado para chicas quince años -y treinta kilos- más jóvenes que ella y que, por supuesto, la hará lucir, ni más ni menos, que como un tarrito (chico) de leche Ideal, una plastilitro con la etiqueta arremangada, un Todinitto de bolsa, un Bogli a medio terminar.

Me conmovería abrir el primer cajón de la cómoda para comprobar que -en un alarde de entrega, de renuncia y de pasión- ella ha lavado, sin excepción, todas mis medias apestosas y hasta mis fatigados calzoncillos que ahora lucen muy bien planchados, organizados en cuatro montoncitos, ocupando todo el lado izquierdo de la gaveta, mientras que -ah, Caracas- al derecho y sobre varias capas de papel de seda, reposa toda la línea otoño-invierno de Victoria's Secret con especial énfasis en la sección baby-dolls, batitas y negligés. (Y no, no son mi talla, graciositos).

Me esmeraría en cumplir a cabalidad mi improbable rol de Machito Ponce. Recibiría muy gustoso las violentas cachetadas de sus tetas vengadoras. Obedecería como un buen can a sus más sofisticadas exigencias de Lady Chatterley, de dominatrix de la "Serie Rosa", de amante del teniente francés. Obedecería cada vez que me dijera: Perrea, papi, perrea.

Embestiría incansablemente como un torete, como un torito de Pucará, dele y dele con coraje y con tesón, siempre dejando el nombre de la patria muy en alto, hasta que, clamando misericordia -ella y no yo, supongo que se entiende-, hiciera jirones el empapelado con la ferocidad de sus uñas acrílicas. Y entonces, hecho un Al Bundy borracho de amor, me quedaría dormido, inánime y desmondongado, no sin antes haber sido presa de un bochornoso ramalazo de nostalgia meridionale cuando, al menor ademán o movimiento en falso por Detroit, me pararan en seco, feamente, suave, loco, guarda ahí.

- Ah, no, papito. Excuse me. Eso sí que no.
- Pero, tomatito, ¿por qué no?

- Porque no me gusta. ¿Tú qué me crees, oye?
- Chirimoyita: ¿qué tiene de malo?

- Mala costumbre, ¿no? Cochino ahí!
- ¿Cochino por qué, repollito?

- Conmigo no te equivoques nomás te digo.
- Bien esto eres tú también, pues, camotito.

- ¿Qué tienes, ah? Estás bien grave tú.
- ¿Y tú?, ¿piensas dejarme así? Qué mala.

- Ya dije ya. Por ahí no.

lunes, agosto 14, 2006

PEQUEÑAS INFIDENCIAS......

El autor hace una entretenida lista de sus más insospechados secretos y pone al descubierto a muchos personajes.

Ha llegado el momento de confesarlo. Una vez pasé una noche entera con Susan León. Estudiando. Estudiábamos logaritmos para el examen final de Matemática Básica I de la pre-Lima. (Sí, sí, qué desperdicio, ya sé, ya sé).

«No lo intentes, ni siquiera hagas el ademán» -me dijo Jaime Bayly al verme buscar la billetera para pagar, a medias, la cuenta de una cena en su point favorito de Lincoln Road en el que, para mi máxima sorpresa, comió quinua.

«¡Nunca te voy a perdonar que hayas apoyado en sus mentiras a ese marica maldecido!» -me espetó, bastante huasquita, un exaltado Alejandro Toledo al toparse conmigo casualmente una madrugada del 2001 en el café Vivaldi de Ricardo Palma. Hablaba, claro, del asunto aquel del ADN.

«¡Yo, por defender a esta gente, me he peleado hasta con mi hijo!» -me dijo Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro de Miami del 2003, al enterarse del rochoso decreto que el conchán de Raúl Diez Canseco le regaló al papacito de la tristemente célebre Luciana.

Cuatro años antes de saber lo fácil que era hacer buen rating con programa diario, Cecilia Valenzuela una vez me gritó: «¡A mí me ve la gente más influyente de este país y a ti no te ven ni los peluqueros!» Quién diría que, diez años antes, cuando el autogolpe de Fujimori, juntos habíamos hecho flamear al viento, de lo más legendarios, una enorme pancarta que decía « ¡No nos callan!» por todo Camaná, Emancipación, Abancay, Plaza Bolívar.

Cuando Naamín Timoyco se quedó en tetas durante un atrevido musical que tuvo lugar en un cumpleaños de Mauricio Fernandini, Mónica Delta se aterrorizó, mientras la dueña de la casa no atinaba a mejor cosa que a echarse a llorar. En el mismo exclusivo evento, Pimentel acababa de ruborizar a otra recordada narradora -Lilian Zapata- con una pregunta repleta de elegancia: «Si así te ríes, ¿cómo cacharás?»

«Nunca sientas vergüenza de desnudarte frente a tu pareja» -me aconsejó don Edgar Vivar, o sea: Ñoño. Huelga decir que ahora dejo la luz prendida más seguido.

El empleo que nunca pongo en mi currículo. Lo admito: fui jefe de práctica de Jessica Tapia en el curso de Técnicas del Reportaje I. La asombrosa ortografía de que supo hacer gala en sus controles de lectura no me permitió sospechar que esta agraciada alumna habría de llegar tan lejos.

Admito que tal vez fue un poco obvio haberle regalado unas chaquiras a Shakira.

A la entonces primera dama Keiko Sofía, el libro Las recetas de cocina de Leonardo Da Vinci que contiene consejos tan sabios y sutiles como este: «Si para la comida hay planeado un asesinato, se debe ubicar en la mesa al asesino en las cercanías de su víctima dado que, de este modo, se interrumpirá menos la conversación.»

El olor de la India de Pier Paolo Pasolini es el nombre de un bonito libro que Gisela no me devuelve todavía. Tranquila, Gise, te espero.

Al enterarme de cuál era su signo en el horóscopo chino, le regalé -con el dolor de mi alma- a Natalia Oreiro mi anillo de la suerte: uno hecho de serpientes enroscadas. Ella dijo que sí, que aceptaba casarse conmigo y a la noche siguiente, la vi en TV durante su concierto en el festival de la cerveza cusqueña. Les miré las manos y ya no lo tenía. Así son todas.

Excepción hecha de Mávila Huertas que alguna vez reveló que, década y media atrás, estuvo perdidamente enamorada del sujeto que escribía estas modestas notitas. Todo iba bien hasta que un día, para mala suerte, alguien cometió la torpeza de enseñarle una foto.
Lo más cerca que he estado de enamorarme sin remedio de una estrellita a la que haya visto en persona: Laura Pausini.

Okey, okey: Laura Pausini y Gael García. Y Juliette Binoche. Y Benicio del Toro. Y Morella Petrozzi. Y el no menos famoso cantante Wayo.

«Me pone un poco nervioso... ¿quién es este tipo?» -secreteó Chayanne con su mánager al percatarse de mi incomprensible pelo azul.

«Te juro por Dios que esa no es mi voz» -me dijo, mirándome a los ojos, José Francisco Crousillat cuando salió el primer audio suyo con Montesinos. Lo mismo le juró, uno por uno, a absolutamente todos los periodistas del canal que formaron cola varias horas en la puerta de su despacho, comiendo triples con gaseosa.

«Hildebrandt me prometió un disc-man si yo le daba una entrevista y no cumplió» -se lamentó amargamente Zaraí Toledo, luego de lo cual fuimos juntos a la tienda Saga Falabella de Piura, donde, por supuesto, Don Pelotudo se lo compró.

«¿Sabes qué cosita? La plata nunca se regala» -me dijo Tula Rodríguez, reemplazando rápidamente por una moneda de a sol el billete de diez que yo había dejado de propina en una mesa del "Ari's Burger" en Iquitos.

«Iré a tu programa el lunes siempre y cuando me pongas en promociones durante todo el fin de semana, eso sí, de 8 a 10, ¿ah?, horario estelar» -demandó Fernando Ampuero, con la graciosa auto-estima que lo caracteriza.

Quise mucho más a Compay Segundo cuando, al ver la mancha que dejó en el sillón en que lo acababa de entrevistar, noté que se le había escapado un poquito de pichi.
Y después de grabar con las imponentes gatitas de Porcel, una inquietante presencia bajo la tanga de una de ellas me dio la certeza de que se trataba, en realidad, de un gatito. O de un gatazo, más bien.

«¿Y por qué hacés tanta joda con eso de que sos trolo?, ¿en serio sos trolo, vos?» -me preguntó Fito Páez durante una pausa comercial.

«Déjame a mí nomás, mi amor, que yo te saco el macho bien rapidito» -me susurró una vez Mónica Adaro en la pista de baile del Kapital de Comas. (Era una cita de trabajo.)

El mayor despliegue de glamour: mientras esperaba en Sao Paulo la llegada del fotógrafo Mario Testino recibí una llamada suya en la que se disculpaba por la tardanza: que ahorita llegaba, que estaba en Río de Janeiro, en la playa, con unos amigos. Antes de que tuviera tiempo de molestarme, su helicóptero aterrizó en la azotea del hotel. «No me vayas a grabar, ya tú sabes cómo es Lima, la gente habla» -me advirtió bajando de la nave con la camisa de seda inflada como un paracaídas, seguido de cerca por tres modelos italianos tremendamente pendientes de su bronceado.

La mayor lección de vida que aprendí jamás de un entrevistado: Frieda Holler me sorprendió revelándome que sonarse los mocos con el pañuelo era una asquerosidad imperdonable. Jamás lo he usado desde entonces.

Hace poco, Pedro Suárez Vértiz admitió en una conversación algo que ya casi parecía una leyenda del rock nacional: que, en sus años mozos, él iba por la vida llevando en el bolsillo una traviesa fotografía que lo mostraba en alegre estado de erección. Como tarjeta de presentación o fotocheck le deparaba grandes satisfacciones, según cuenta.

Eva Ayllón siempre usa una cintita roja en el tobillo. Cuando le pregunté para qué le servía, me dijo: «me protege de la mala onda de la gente». Yo haría bien en comprarme varios metros de cinta roja y vendarme, como mínimo, una pierna.

«Estamos en campaña electoral, cien soles a que vienen» -le aposté a un productor que se mostró escéptico ante la posibilidad de que los distinguidos candidatos al Congreso aceptaran participar en una ridícula competencia que consistía en someterse a las altas velocidades de una electrónica máquina de bailar (a ritmo rave). Gané la apuesta, claro y un flexible y agilito Carlos Bruce se llevó la medalla de oro. Gloria Helfer, la de plata y Fausto Alvarado, la de bronce.

Contra todo pronóstico, Xavier Barrón perdió.

Antes de hacerse conocido, Luis Solari se pasaba la vida llamando al canal para que lo entrevistaran. Nos tenía podridos a todos.

Archienemigos fue el nombre del programa que una vez estuve a punto de coconducir con Álamo Pérez Luna y... Laura Borlini. Y, en otra época, Hernán Garrido Lecca, hoy jefe de campaña aprista, se opuso inexplicablemente a la idea de bautizar Los 3 Chanchitos al programa que tampoco hicimos con él y Pedro Salinas.

La vez que las gemelas Bernaola me dejaron plantado llegué a pensar que la producción de Mónica Zevallos se había confabulado con el gobierno para arrebatármelas. Cuando la transmisión de su programa -en el que aparecían las dichosas conejitas- fue interrumpida a la mala sin ninguna explicación, la producción de Mónica llegó a pensar que yo era el confabulado.
He sido acusado de fujimorista, de aprista y de toledista. Derechista nunca me han dicho. Humalista, tampoco.

«¿Todavía te importa, alma sensible, que vomiten sobre tu nombre?» -me preguntó Rosa María Palacios cuando decliné opinar sobre la libertad de Laura Bozzo.

«Te quiero presentar a una amiga que yo adoro» -dijo Laura Bozzo en el backstage de los premios Billboard del 2002. La "amiga" -que me apapachó amorosamente como si yo fuera un hijo reencontrado- era Celia Cruz.

Alan García le ha contado a sus amigos que si aceptó reunirse conmigo durante su exilio en París fue solamente por el vivo interés que le despertaba conocer en persona a Michelle Alexander, mi productora de entonces, cuyo cinematográfico nombre lo tenía muy intrigado.

Una sola vez me he quedado dormido en televisión. Fue mientras padecía escuchando una interminable y seguramente profunda respuesta de Mercedes Sosa. (Solo le pido a Dios que este infierno acabe de repente.)

«¿Cuántos años tiene usted?» -me preguntó hace mucho tiempo César Hildebrandt, en medio de una entrevista de trabajo cuando buscaba reporteros para su programa La Clave de Canal 13 (para el que no fui contratado). Al oírme responder: «Veinticinco» se agarró la cabeza y exclamó: «¡Veinticinco!, ¡soy un anciano!»

Ricardo Montaner me rogó una noche que le consiguiera el número del celular de Mariella Zanetti. El insospechable 'Tongo' me entregó discretamente una tarjetita con todos los datos de uno de sus bailarines.

Y el contestatario Ricardo Letts se pasó varias semanas llamando al teléfono de nuestra oficina intentando sin éxito que le pasáramos con Andrea Montenegro.

«¿Hasta cuándo vas a seguir siendo tan patéticamente autobiográfico?» -suele preguntarme Nicolás Lúcar.

sábado, agosto 12, 2006

¡YO LO DESCUBRI ¡

Con su particular estilo, nuestro colaborador recuerda las advertencias que lanzó sobre los nuevos protagonistas de la política criolla: The Humala Brothers.

Nos desgañitamos advirtiéndolo hace seis años en TV y nos llamaron payasos, sensacionalistas, locos. Lo repetimos en estas páginas hasta el cansancio y nos dieron el mismo crédito que al solitario pastor que gritaba: "¡Ahí viene el lobo!" ¿Y ahora? ¿qué me cuentan? Como diría mi viejo: ¿Se les dijo o no se les dijo? ¡Se les dijo! Ahora los van a poner a gozar.

¿Se acuerdan de esas viejas tan patéticas del Fredemo que, días antes de las el
ecciones del 90, salían en la tele llorando y gimiendo: "¡No queremos un chino, no queremos un chino!" ¡Cómo olvidarlas!, ¿verdad? Pues bien, todos los pomposos profetas del Apocalipsis que ahora salen a advertir los horrores de Humala a la estólida plebe, me hacen recordar a ellas: siempre esperando a tener la soga al cuello para recién ponerse a lloriquear.

No estoy en el Perú pero hasta aquí me llegan los agónicos estertores de esa desesperación tardía: mi buzón de correo amanece, todos los días, atestado de anónimos mensajes masivos de advertencia: peligro, peligro, Ollanta nos quitará nuestras casas de playa para donárselas a la indiada. Oh, miseria, oh, desolación: nos obligarán a hablar en quechua.

Qué hecatombe: nos dejarán sin celular. Bah. No tengo casa de playa, me encantaría aprender quechua y, por lo que recuerdo, la existencia es perfectamente posible sin celulares. Vivo en Nueva York, claro, ustedes dirán: así cualquiera. I am very sorry, my fellows.

Que me disculpen los pontífices, los tremendistas y todo ese ejército de Colones que, a estas alturas del partido, vienen a descubrir América con el dedito en ristre, pero a mí, la verdad, me late que por ahí no era la jugada.

Primero: porque ninguna de esas frívolas razones le quitarán a Humala medio voto y segundo: porque si este gallo ha llegado hasta donde ha llegado es precisamente porque muchos, muchísimos políticos, intelectuales y coleguitas se la pusieron en bandeja, con flores de rabanito, perejil picado y todas las salsas. Qué buena vaina. Ahora resulta que todo el mundo la vio venir. Ahora resulta que todo el mundo lo dijo primero. Aquiétense, desastrólogos. Bien brujos son. Relájense, bambis. Augusto Ferrando solo hay uno. A las pruebas me remito. Página 13 de la edición de Perú.21 del 19 de agosto de 2003. ¿Qué dice allí? Se siente, Humala Presidente. ¿Hace cuánto tiempo? Como mil días. Treintiún meses. Dos años y medio. ¿Cuándo te he engañado, primito? Cholo lindo... ¡yo te descubrí!

«"Como Manco Cápac y señora emergiendo absurdamente del Titicaca, asomaron sus trasnochadas cabecitas desde las insondables profundidades de la nada. Acapararon, de repente, todos los titulares. Sus nombres rezumaban exotismo. Parecían alias de bricheros. Ollanta y Antauro. Una exquisitez. Como si un marine de ancestros pieles rojas se llamara Danza con Lobos, más o menos. Hasta tenían una hermana Cusi Qoyllur.

Pobrecita. Los Humala aparecieron cuando esa zarzuela rascuache ya no daba para más. El país coqueteaba con el vacío como Cahuide. Entonces, directo en directo, sublevación etnocacerista en no sé qué cerro, qué importa. ¿Etno qué? Nadie entendió nada y eso es intelectual. Etnocacerista, antropougartista, cualquier cosa. Cholos con Botas: el regreso. Eso es lo que era. Una barra brava de racistas. ¿Quién dio la primicia? La misma RPP, en la que a un lecherazo Jesús Miguel le ligaba Montesinos al teléfono."»

¿Y? ¿Cómo les quedó el ojal? Pero allí no quedó la cosa, mis queridos paranoicos. Más tarde, el 16 de enero del 2005, cuando la cobarde matanza de policías perpetrada por Antauro en Andahuaylas, este modesto pechereque les recordó, por si alguno lo hubiera olvidado, quién era el máximo alcachofa en esta historia:

«"Yo estoy de acuerdo con él" -señaló en aquel entonces (henchido de orgullo quechua), el candidato Alejandro Toledo, en declaraciones a la agencia EFE, al referirse a los motivos por los que el capitán Humala dijo haberse sublevado contra el presidente peruano. Aseguró "no compartir un sentimiento de sedición", pero dijo estar de acuerdo con los motivos de este militar rebelde. "No puedo dejar de compartir lo que hemos defendido a lo largo de esta campaña por la recuperación de la democracia. Sancionar a Humala sería acallar una de las tantas voces de descontento que existen al interior de las Fuerzas Armadas", finalizó, derrochando olfato político, más visionario que nunca."»

Dicho artículito recordaba además cómo, allá por los aciagos días del 2000, algunos de nuestros más encumbrados analistas políticos también se habían dejado huevear olímpicamente por la señera figura de este rebelde tan... ¡¡auténtico!! Traigan la camilla que no aguanto más. Cucuchá-cuchá, cucuchá-cuchá:

«"En realidad, todo indica que el alzamiento de Humala es auténtico" -escribió Fernando Rospigliosi en su columna "Controversias" de la edición del 2 de noviembre del 2000 de la revista Caretas. "De hecho casi todos los políticos opositores le han expresado un cauteloso respaldo y son escasos los que lo han condenado. Entre estos últimos, destaca Jorge Santistevan de Noriega, casi lanzado como candidato. El defensor del Pueblo cometió un error al reprobar virulentamente a Humala e identificarlo con Hugo Chávez."»

Pero todo indica que don Rospi no fue el único deslumbradito por las poses setenteras de nuestro lampiño y broncíneo Che Guevara. Desde los estrambóticos Ataucusis hasta ese microscópico protozoario que es hoy Olivera, todos parecieron enamorarse a primera vista de The Humala Brothers y derrocharon sus esfuerzos más locazos por treparse a la carretilla con un sentido de la oportunidad que ni Papaúpa en La Gloria, por mi madre:

«Pocos han de recordar la razón por la que, a inicios del 2001, la muy bien papeada cantante de huaynitos Martina Portocarrero fue lanzada como candidata a la presidencia de la República por las barbadas huestes israelitas de Ataucusi. ¿Alguien sabe cómo terminó de cabeza de plancha del pertinaz partiducho del pescadito? Fue una candidata de emergencia ante una grave crisis: muerto y embalsamado el eterno patriarca Ezequiel, los hermanos del Frepap perdieron la brújula y no encontraron mejor reemplazo que Juanito Ataucusi, el primogénito que, no obstante, tenía fama de ser una joyaza.

Para completar el desaguisado, la facción más dura de los iluminados del Nuevo Pacto Universal tuvo una idea fulgurante: ¡colocar en la primera vicepresidencia a Antauro Humala! Se armó la de Dios es Cristo entre las bases, desde luego, y la improvisada fórmula se disolvió, abriéndole así las puertas de la alta política a tan renombrada intérprete vernácula.

Haciendo gala de su ya conocida testarudez y con el fin de redondear sus pintorescos pininos electorales, Antauro Humala brincó entonces a la enclenque barcaza de otro barbudo delirante: Fernando Olivera, quien lo acogió patriarcal en su seno y, quizá en reconocimiento a su sólida formación académica o a su indesmayable lucha por la paz, lo galardonó con el número uno en la mazamorrienta lista de candidatos al Congreso por Moquegua del Frente Independiente Moralizador."»

Sorprendentemente, el malogrado candidato Popy, que ahora lo ataca (malogrado significa "mal logrado", por si acaso), coincidió entonces con los más pintados voceros apristas, que, en su momento, también saludaron el mítico surgimiento de este Frankenstein patriotero que hoy todos quieren desactivar sin que nadie sepa cómo:

«Ahora que ya hay muertos de por medio es que comienzan a preocuparse. Después de que casi todos -Del Castillo, Solari, Salinas Sedó- les dieran tanta pelota, ahora se vienen a dar cuenta de que los Humala son -además de ser, como Kouri, otra carta bajo la manga del Vladi- unos completos genocidas en potencia. ¿No estaba cantado, acaso? ¿Era necesario ser Jorge Basadre para verlo venir? Cualquiera que propugne la superioridad de un ser humano sobre otro es candidato de fuerza al asesinato.»

Recitad conmigo a nuestro gran poeta Washington Delgado: ya todo está dicho pero como nadie escucha, hay que decirlo de nuevo. Por si alguien seguía creyéndose el cuento aquel de los "líderes de opinión" será motivo para irse bajando de sus nubes, nubetores. ¿De qué sirvió la andanada de denuncias, a ver? Si lo desenmascaraban años antes, santo y bueno, pero ¿ahora? Too late. Too late para públicas advertencias, manifiestos o condenas de Vargas Llosas, Bryce Echeniques o Gianmarcos Zignagos.

Más gordo favor no pudieron hacerle, mis queridos ídolos del populórum: los feligreses podrán escuchar de rodillas al Papa pedir abstinencia, pero ni bien salen de misa se van corriendo a tirar. Lección aprendida, entonces. Como decía el memorable Pocho: lo veníamos diciendo, señoras y señores. Inútilmente, claro, pero lo veníamos diciendo una y otra vez, como aburridos. Nuestra alucinada futurista del 2003 terminaba así:
«Ojalá, pues, les ganen a Alan y a Fuji el 2006. Como cuando Susy llegó al Congreso dirán: "Ha sido un voto de protesta"»

La voz del pueblo es la voz de Dios. Y vaya que esta vez Dios luce más que encabronado, rayadazo, hecho un pichín, completamente decidido a cagarla toda.

jueves, agosto 10, 2006

TRAICIONES PERUANAS.......

Algunos lo llaman idiosincrasia. Otros, mucho más precisos: criollada. Para nosotros -los peruanos que vivimos fuera y que no nos queda otra que pelear conscientemente contra eso- se trata, simple y llanamente, de una nefasta maldición nacional. Y no son pocas las veces en que, a pesar de todos tus esfuerzos, vuelves a claudicar y permites que se te salga una vez más todita la peruanada.

A continuación, algunos ejemplos que intentan descifrar el enigma de nuestra internacionalmente famosa mala imagen, aquella de la que tanto nos gusta responsabilizar a desdentados panelistas televisivos y que -todo indica- se debe, en realidad, a ese mayoritario estilacho que tenemos de navegar sin bandera por la vida para boicotearnos solitos, para traicionar nuestros propósitos mejores por creernos siempre los muy entradores y cancheros. Bien vivos somos.

Estampa Costumbrista 1:
La superestrellaOmitamos su nombre. Supongamos que se llama Gloria porque, en el fondo, eso es lo que es. Una Gloria nacional. Una rutilante supernova del firmamento artístico iberoamericano. Algo caída en desgracia, pero estrella al fin. Imaginemos que, en alguna lejana ciudad, usted ha llegado por accidente a uno de esos cócteles de intelectuales influyentes y ha terminado, sin saber cómo, conversando de tú a vos con la non plus ultra de una de las mayores casas editoriales de Estados Unidos quien, al enterarse de que usted es peruano, le confiesa lo mucho que le interesaría publicar -para toda América y España- la autobiografía de Gloria. "¿Cómo podría hacer para establecer contacto con ella?", le pregunta y usted, siempre tan conmovedoramente servicial, coge su celular, la llama y se la pasa. Todos quedan muy felices de la vida.

Luego de firmar un contrato millonario con la editorial y de bocinearlo a los cuatro vientos, loca de contento, Gloria lo llama a usted y le dice: "Eres lo máximo. Siempre lo he dicho: eres el mejor. Tú tienes que escribir mi libro, cholito lindo, amorcito, corazón, te adoro".
A usted no le hace ninguna gracia escribir un libro que otro va a firmar y mucho menos si se trata de una 'autobiografía' ajena, pero, en un súbito arranque de locura regalona, Gloria le hace a usted una oferta que no puede rechazar y, por supuesto, una vez más, sucumbe a la tentación del desastre y acepta. La editorial ha dado un plazo de nueve meses para completar un libro de 350 páginas. Moco de pavo no es. Hay que correr.

Convienen verbalmente -porque son amigos- que Gloria abonará el 25% del monto acordado al inicio y el resto contraentrega de cada capítulo terminado que es como se estila entre ustedes, los negros literarios. "¿Cuál es tu número de cuenta para hacerte el depósito?", pregunta Gloria. Usted, nacido inocente, se lo da. Le da también el índice tentativo que ha pensado para su libro y sugiere un título hiperbólico, recibiendo a cambio un muy entusiasta: "¡Los de la editorial están encantados contigo!".

Okey, creo que hasta aquí ha quedado meridianamente esbozada la situación, ¿verdad? Vayamos ahora a las tres posibles soluciones con que podría culminar el conflicto planteado:

a) Gloria deposita en la cuenta de usted el monto inicial acordado y usted le escribe el libro de marras a la exacta medida de su ego, cobrando sus haberes puntualmente con cada episodio terminado.

b) Gloria se desanima a medio camino y decide que, pensándolo bien, usted cobra muy caro o escribe horrible o se demora demasiado o las tres cosas juntas, así que -como no hay contrato de por medio- le dice que la disculpe pero que no está quedando del todo satisfecha con los resultados, le paga de buena fe por todo lo trabajado hasta la fecha, le vuelve a agradecer por ayudarla a obtener un contrato tan absurdamente bueno y santas pascuas, buena suerte y hasta luego.

c) La peruanada: Luego de cuatro semanas de completo silencio, Gloria lo llama para decirle, amiguito, que la disculpe, que no vaya a creer que se ha olvidado de usted pero que en estos días anduvo como loca, que ha estado en mil cosas, que ha tenido que hacer una cantidad de gastos terribles -la vida en Lima está carísima, ya no se puede- que la editorial todavía no le entrega su cheque (usted se ha enterado -por boca de la propia editora- que asciende a medio palito verdolaga) y le implora que por favor no sea malito y la espere unos diitas, una semanita a lo mucho, amiguito, que le jura por la vida de sus hijas que de eso no pasa, pero que, por ahora -¡se muere de la vergüenza!-, le puede depositar, como máximo, la cuarta parte de lo que acordaron, cosa que, como es fácil adivinar, tampoco hace jamás.

Fascinado observador de la conducta humana, queda usted flotando abstraído en la infinita vía láctea de sus pensamientos largo rato, pues esta vez transcurren ya no cuatro semanas ni cuatro meses, sino las cuatro estaciones completitas: aparece el sol, brotan las astromelias y con ellas, la alergia al polen, el verano feroz enciende las pieles, se alfombra el asfalto de hojas amarillas, sobrevienen -etéreas- las nieves, regresa, otra vez, el sol y cuando usted ya ha rociado el asunto en cuestión con ingentes cantidades de cal viva, de repente, en la edición internet de un periódico chambría, Gloria anuncia para julio el lanzamiento mundial de su libro, que promociona desde ya con el mismo título que usted le puso con esa tremenda pluma que tiene, tan inspirada.
Estampa costumbrista 2:

La coleguitaLuego de tres años sin verla, la coleguita te llama desde un taxi Tico en Lima para decirte: "Gordo, llego mañana a la una de la tarde a La Guardia en el vuelo 478 de Delta que viene de Atlanta". Le preguntas: "¿Quieres que vaya al aeropuerto a recogerte?" Te responde: "¡Mostro!" Le preguntas: "¿Te vas a quedar en mi jato?". Te contesta: "¡Claro, mostro!" A ti también te parece mostro. Por fin vas a ver a tu gran amiga después de tantísimo tiempo. Gran amiga.

Gran emoción. Gran expectativa. Te despiertas más temprano ese día, preocupado por levantar el clásico campamento de los sofás-cama, echas un vistazo al baño a ver si hay jabón y papel higiénico y a la refri para cerciorarte, hombre soltero, de que haya, por lo menos, algo de beber.
Para evitar posibles atolladeros, inicias la larga travesía a las once, catay. Llegas al terminal a las doce y cuarto, chumay. Muy calmadamente, con el bere-bere criollo de aquel tu paso peruano, te diriges al tablero a buscar el vuelo 478 de Delta que llega de Atlanta y te encuentras -no con uno- sino con dos inconvenientes:

1) El vuelo 478 de Delta no existe.

2) Ni uno solo de los doscientos vuelos que llegan procede de Atlanta. En realidad, todos los vuelos de Delta hacen escala obligada allí, pero ninguno registra Atlanta como punto de partida. Mala voz.

Una esperanza: hay un vuelo 5478. Se habrá comido el cinco, dices. Pero ese vuelo viene de Charlotte, North Carolina. ¿Será que hizo un Lima-Charlotte-Atlanta-New York? Qué itinerarios extraños los que impone el canje publicitario, piensas. Lo único cierto es que la coleguita puede estar llegando en cualquiera de esos doscientos aviones o en ninguno. Pero ya que se equivocó en el número de vuelo, quieres creer que la hora de llegada que te dio anoche desde su Tico, será, por lo menos, la correcta.

Te paras con tu mejor cara de "Welcome to the Big Apple" frente a la puerta de llegadas nacionales a la una en punto, confundido entre esposos con ramos de rosas y uniformados choferes de limosina con pizarritas. Apoyas ceremoniosamente tus espaldas en una columna y tu rostro delator esboza una plácida expresión de budista zen, perfectamente mentalizado para esperar, con la paciencia perfecta del que nada espera.

¿Posibles epílogos de esta bonita historia? Solamente dos:

a) Tal como lo sospechabas, ha sido una pequeña desinteligencia la involuntaria causante del desencuentro. Te dictaron mal los datos o el vuelo se retrasó o se adelantó significativamente o, por último, se canceló por huaico en la Carretera Central. En cualquiera de los casos, la coleguita que es tu amiga, o cualquiera de sus productores y asistentes de producción que tienen -toditos- tu número de celular (que, encima, está clonado con un número de Lima y llamarte les cuesta lo mismo que una llamada local) te llamarán, como siempre, muy agilitos, con la misma presteza con que acostumbran llamarte a pedir toda suerte de datitos y gauchadas y te dirán: "Ya no esperes más, lo que pasa es que ocurrió esto y lo otro y aquello" a lo que, sin duda, añadirán un infaltable: "Pucha, sorry". ¿Les parece suficientemente malo este final? Espérense un ratito. You ain't seen nothing yet.

b) La peruanada: De una a dos de la tarde esperas nomás como todo un soldadito. A las dos y cuarto llamas a su celular de Lima. Nadie responde. No puede haber pasado nada -piensas- porque si así fuera, te hubieran llamado. ¿No es para eso que tienes celular? A las dos y media empiezas a doblarte de hambre. A las tres decides echar un vistazo por la zona de equipajes. A las cuatro te empiezas a cocinar por dentro en tus jugos gástricos.

A las cuatro y cuarto vuelves a llamar a todos los teléfonos posibles y tampoco. A las cuatro y media eres un completo cebiche de bilis porque no solamente no llega sino que tampoco llama, por la parimpamputa. Nadie llama. ¿No es para eso que uno tiene celular? Tratas de disculparla: de repente te ha mandado un e-mail que no has leído. Tampoco. Cero mensajes. Te cagares. A las cinco de la tarde alguien te contesta por fin en esa muy efervescente oficina de Lima en la que, al parecer, la noticia nunca se detiene.

Tratando de tomar aire, preguntas dónde (chucha) está la bendita coleguita. "Entrevistando al cónsul", te contestan. "¿Pero cómo?", retrucas, con la aguja marcándote extremo recalentamiento de motor. "¡Llevo cuatro putas horas esperándola en el aeropuerto!". Te responden: "Ay, pero si ya llegó a Nueva York hace uff, montón de rato, en la mañana. Pucha, qué pena". "¿Estamos completamente seguros de eso?", pregunto. Lo están: "¡Pero claro!, ¡ya nos llamó, ya hemos hablado!" Al promediar las seis de la tarde, coleguita se digna llamar por fin desde su apacible alojamiento en algún lugar de la ciudad y no se le ocurre mejor cosa que decirte: "Creo que ha habido un pequeño malentendido".

Un malentendido, claro. Un peruanísimo malentendido. Que me desmienta Ese dedo meñique si me equivoco: Con un "Pucha, sorry" hubiera quedado mucho mejor.