EL TALENTO , ESTA LENTO ?
1979. Todas las mañanas, en un viejo pero impecable Ford Taunus color verde agua, un serísimo dermatólogo progre que vivía a media cuadra de mi casa, me hacía, gratis, la movilidad de ida a mi aburrido colegio parroquial que, para buena suerte, era el mismo que el de sus tres chancones críos.
Como yo era más voluminoso que todos ellos juntos, viajaba siempre repantigado en el asiento delantero y el trayecto desde San Borja (donde mi casa tenía -para mi gozo y tu terror, China Tudela- una preciosa ventana redonda) hasta el rico Jesús María duraba una media hora que yo aprovechaba para gorrearle, fresquecitos, al doctor sus periódicos preferidos, periódicos izquierdosos o sinvergüenzas que, en mi familia, nadie compraba jamás ni por error: El Diario de Marka, El Caballo Rojo, Don Sofo y, muy especialmente: Monos y Monadas.
No incurriré en la tentadora huachafería de decir que en aquellos diarios viajes interdistritales se fraguó en silencio esta vocación acrisolada, este apostolado solitario al que quise consagrar mi existir atormentado. Sí diré, en cambio, otra más chévere y bastante más exacta: que gracias a esas transgresoras páginas -leídas medio a la volada- experimenté, a mis once añitos, la luminosa epifanía de descubrir lo que, en verdad, significaba cagarse maravillosamente de la risa.
Y -lo que es más mágico aún- conseguir que otros lo hicieran. Así como algunos niños que ven jugar a Maradona y piensan: "Algún día voy a jugar como él", yo leía las extraordinarias aventuras de Pepe Lumpen o Pepe del Salto y pensaba: "Algún día voy a escribir como Rafo León".
2006. Veintisiete años más tarde, entro al portal de Agencia Perú y lo veo en la foto abatido, hecho puré, desencajado. Leo: «Rafo León pide disculpas por plagiar a cronistas en su libro Lima bizarra». La primera pregunta que me asalta a mano armada es: What? ¿Puede alguien que escribe como Rafo León -o, salvando las distancias, como Bryce- querer plagiar el muy respetable trabajo de los jóvenes colegas apellidados Hidalgo, Masías, Peralta y Villalobos, a quienes -con todo cariño- debo haber leído pero no recuerdo especialmente?
No sé ustedes, pero yo, si fuera a plagiar, querría hacerlo con alguien que escribiera mejor que yo, ¿no es cierto? Y la segunda -más complicada todavía- es: ¿por qué lo hizo?, ¿para qué? Intentar siquiera encontrarles respuesta me pone en una triple encrucijada: 1) porque, como es obvio, soy fan de Rafo; 2) porque la casa editora de su libro es la misma que publicó mi novela; y 3) porque la mayoría de los periodistas afectados trabajan en la Empresa Editora El Comercio que es, como se sabe, también propietaria de estas páginas en que escribo. Pero ninguna de esas tres razones ni el haber leído, uno por uno, varias veces, todos y cada uno de sus dolorosos -y flojones- descargos, me impide decir aquí que me queda clarísimo que, esta vez, Rafo la cagó todita. Ningún escritor escribe sin releer lo que acaba de escribir. ¿Uy, te copié?, ¿qué cabeza la mía? ¿"Plagiar por descuido"? Imposible. Pero, por lo menos, tuvo la hombría de pedir disculpas y no se escudó en la típica soberbia de las vacas.
No hay derecho a armarse "su" libro con cut and paste. Está clarito. Rafo la recagó pero, ¿saben qué?, no me da la gana de contribuir a su despellejamiento público por eso. Qué buena vaina. ¿Acaso a los malos presidentes no los perdonamos siempre?, ¿por qué, entonces, esa perversa desesperación limeñita por crucificar a artistas a la primera?
Alguien me envió Lima bizarra apenas salió y lo disfruté. Es un bonito regalo y no me sorprende que esté en todas las listas de best-sellers. Pero, para serles franco, me gustan bastante más las fotos que el texto en el que escasea el vuelo creativo y la ironía a que nos tiene suscritos.
Contiene alguna información nueva para mí, sí, pero también es verdad que incluye páginas prescindibles como aquellas dedicadas a los partidos políticos que no creo que importen a los viajantes. Sus machaconas alusiones a la "gente fea" de Lima, además, me saben a rancio. Pero más allá de lo que a mí me parezca o me deje de parecer, el libro es un éxito y el éxito -dicen- no se discute. El bendito éxito que -sospecho- ha sido el verdadero culpable de todo este rollazo lamentable. Si no me creen, aquí lo tienen. No es Milli Vanilli, es Rafo León, unplugged:
"Cada vez con mayor frecuencia me descubro a punto de marcar el número telefónico de alguno de mis amigos jesuitas y pedirle que me reciba por un tiempo: yo enseñando literatura a los comuneros sin cobrar nada. Me detengo y no hago la llamada porque de haberla hecho, a los cinco minutos me caería encima una vergüenza insoportable y tendría que deshacer semejante huevada.
Demasiados años de psicoanálisis me han enseñado que las interpretaciones facilistas son como las ideas facilistas, confunden, banalizan. Yo tenía un tío que se llamaba Rafael de la Fuente Benavides (N. del E: Martin Adán) que se aguantaba tan poco a sí mismo que se fue a vivir al Larco Herrera con tal de sentirse protegido".
Vergüenzas aparte, creo que Rafo es un loco genial, brillante, multifacético que puede hacer esto, lo otro y aquello. Y hacerlo bien, además. Y durante décadas.
No cualquiera puede pasar de escribir exitosas obras de teatro (como Amor de mis amores), a asesorar oenegés europeas como Radda Barnen, dándose maña, además, para dar vida a sus personajes más formidables: Caín y Abel, el subte renegado y su mellizo nerd y maricueca, por si alguien es tan joven que no tuvo el gusto. Escribe en joda o en serio, publica acá, allá y acullá, hace -feliz- su programa de televisión que -como suele pasar- se ha convertido en su estilo de vida, gana premios, gana plata, se vuelve famoso, vende, vende y quiere vender más, le llueven los proyectos y los acepta todos porque en Lima nada basta, se embarca en más de los que humanamente puede realizar, vamos, se siente un star, ¿a quién no le pasa?, se la cree pues, total, el ego se le inflama, se sobra, ¿acaso no tiene de qué?
Está en su mejor momento, se infla como zeppelín, levita sobre nosotros, los mortales. ¿Es un pájaro?, ¿es un avión? Es Rafo León y cualquier cosa con su nombre encima venderá. Se sobrecarga de proyectos a tal punto que un día quiere mandar todo a la porra pero ya no puede. Ya es un producto, una marca registrada. Se harta, claro. Reniega. Reclama otro trato. Le tira el teléfono a algún noble asistente.
Lanza por los aires una que otra secretaria. Sonamos. Se jodió. Se le colgó la red. Le volaron los plomos. Y listo, le nació el alien asesino de su diva interior que se encargará de devorarlo todo, comenzando por sus pobres musas que irá exterminando hasta que no quede ninguna. Patapúfete. A emergencia: inyecciones intensivas de humildad. Bájate de tu nube, Nubeluz.
«Aunque te llegue al pincho: la confrontación es tu esencia y eso no es malo ni bueno, simplemente es. Tu forma de confrontar te incluye, no lo puedes hacer sino es contigo adentro, botas el agua sucia con todo y bebe recién bañado. Es tu laya. Entiendo perfectamente que te duela persistir en la pelea a la distancia, porque no estás acá y lo que quieres -a ratos- es estar acá. Beto: a los dos días de estar acá estarías peleándote ya no contra los otros sino contra ti, por haber vuelto. Pienso, en verdad, que Lima para ti -para mí, para un montón de gente que andamos con el culo en varias sillas- es un antídoto contra la escritura, una mierda. Tú quieres escribir pero se te sale esa otra huevada que se llama narcisismo, mediante la cual mirarse el ombligo parece igual a mirar las cosas y el espejo es una sutilísima vitrina».
Justamente. Así pasa cuando sucede. Créanme. "Creo en el plagio y por el plagio creo", predicaba el vate Lucho Hernández. Yo le creo. Que tire la primera bolsa con pichi el escritor que nunca haya usado las palabras de otro como suyas. Que diga yo el infeliz al que jamás piratearon. Les cuento: alguien en Lima ha tenido la ostra de crear un blog con mi nombre y de colgar allí todos mis artículos sin mi permiso y, lo que es peor, de hacerse pasar por mí para perpetrar -como presentación- un mamotreto idiota, impresentable y, encima, con faltas de ortografía. ¿A ver cómo yo lloro menos?
«Estoy de salida de mis vacaciones y me comienzo a angustiar: no he escrito lo suficiente (100 páginas sin corregir), he gastado un huevo de plata, me espera Lima gris y castradora como nunca. Tengo un motivo adicional -como si me faltaran- para sufrir: he descubierto que no podría vivir en Cusco, contra lo que me decía una de mis fantasías más acariciadas. (...) Qué manía la de hacerse la vida difícil. Soy, además, un ser que aburre y se aburre muy rápido: no bebo alcohol, no me drogo, me gusta dormir temprano, solo trato de mantener conversación con muy poca gente, muy cercana. Es decir, estoy en las antípodas del 'Cusco era una fiesta' que aquí domina.
No sé, tendré que buscarme una utopía personal más alejada, por ejemplo en Huamachuco o en Moquegua, donde yo sea un misti exótico al que nadie se atreva a hablar porque, de repente, muerde».
Un talento no es algo que uno se encuentre a cada rato, tirado en medio de la pista. Y no hay país que tenga tantos como para darse el lujo de arrojarlos al tacho. Pase lo que pase, Maradona seguirá siendo Maradona. Siempre. Al talento se le cuida, miserables.
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