viernes, agosto 03, 2007

I AMO LA ARGOLLA

Bravo por la unánime ola de protesta que ha producido la brutísima censura oficial al amigo Piero Quijano, dibujante inimitable cuya obra ha acompañado a esta humilde columnita por 12 años. Sus libérrimos pinceles han opinado siempre sin miedo a discrepar del artículo que ilustran, con un brillo que iguala en tamaño a los bobos pretextos en que se escuda esta gente que no hubiera titubeado un segundo en descolgar también el Guernica de Picasso porque "lesiona el honor de las Fuerzas Armadas".

Pero la mordaza y la discriminación no son sino dos lados del gran poliedro de la intolerancia. No son dos ni tres los que en este país siguen creyendo que hay que prohibir lo que no les gusta y tirarle la puerta en la cara al que les apesta. Y nada expresa mejor esta patética manera de colocarse en el mundo que esa institución nacional a la que llamamos argolla.

Ya se sabe que, en Lima, todo funciona por argollas. No importa cuán bueno seas, lo que importa es a quién conoces, de quién eres amigo, a quién le caes bien. De lo contrario, no existes. Ese sectarismo, no sé si se han fijado, constituye la más sutil -y por ende- la más perversa forma de marginación.

Y esta semana, el muy selectivo gerente de un canal de televisión tuvo la mala idea de vetarme, de impedir que se me entrevistara en "su" pantalla, o lo que es lo mismo, de cholearme. Como es apenas un canal de cable, no pienso encadenarme a sus rejas ni salir a recolectar firmas por las calles. Me vale verga. Pero como es una historia tan divertidamente AB, me han dado ganas de escribirla. Y dice así:

Hace apenas unos días, mientras arrasábamos, gozosos, con un azafate entero de pulpitos bebé, la deslumbrante Denise Arregui me hizo una propuesta que no pude rechazar. (Cabe aclarar aquí que diré siempre -y a ojos cerrados- que sí a absolutamente cualquier cosa que Denise me proponga porque es la única chica de Lima con la que yo -renunciando a mis principios, mis valores, mi fe y mi religión- me casaría mañana mismo por la iglesia, en la catedral y hasta con Cipriani bendiciéndonos, si así fuere menester). Me propuso, les decía, aparecer entrevistado en Alta Fidelidad, la coolísima secuencia que tiene en Jammin' ,un programa musical de Plus TV, ustedes manyan, o sea, el reggio canal seis, pues, ¿no?, o sea, el Café Del Mar de la televisión por cable, o sea, lo único que ve LA gentita más cuchifrunis, turry-panturry y pipirisnáis de Lima aunque también lo veamos, inevitablemente, un montón de igualados horribles -pof- que nunca faltan como, por ejemplo -aj-, yo.

Yo que enriquezco mi vocabulario, filosofo no te imaginas cuánto, me alimento horrores espiritualmente y siento que crezco un huevo como ser humano con cada nueva edición de ¡Oh, Diosas! No se rían. Hablo en serio, ¿ya? Bien esto son. Bueno, como iba diciendo: dado que procedía del cerebro sexy de Denise, la sola idea del reportaje me fascinó: consistía en hacer un recorrido por las canciones of my life: escoger cinco y ponerse a escucharlas, románticamente, sentados frente al mar, mil besos yo le di. Mientras navegábamos por auténticos ríos de Shiraz, Malbec, Merlot, Chianti y guinda de Huaura, nos pusimos de acuerdo, a los aplausos, en que semejantes himnos de pasión y pacharaquería tendrían que ser:

1) Bohemian Rhapsody de Queen.
2) Dancing with myself de Billy Idol.
3) Like a prayer de Madonna.
4) Baby, can I hold you? de Tracy Chapman y
5) Tenderness de General Public, sin desdeñar, por supuesto, nuestros mazamorreros orígenes que habrían ser, también, más que homenajeados con la desgarradora y sublime Yo la quería, patita a guisa de bonus track.


Habíamos quedado en grabar la tarde del viernes. La noche anterior, trémulo de emoción, dejé listecitos, uno sobre otro, cd's, cassettes y hasta vinilos y escuché, por millonésima vez en esta vida, en función repeat, todos estos sencillos temitas que nunca voy a cansarme de escuchar.

Me dejé derribar una vez más por la traicionera ráfaga de todos esos recuerdos que atacan siempre así, tan a quemarropa, mientras terminaba, con un estoicismo más bien desperate housewife, de planchar mi camisa más heterosexual.

Como puede verse, todo era dicha, felicidad y tralalán-tralalán hasta que, de súbito, tuve la pésima idea de darle a mi correo electrónico una de las cinco patológicas chequeadas que le doy por hora.

El veintiúnico mensaje que encontré fue devastador. Como no podía ser de otra manera, era Denise, mi prometida, que, entre empinchada y triste, me decía que el destino conspiraba de nuevo contra nosotros, que lo nuestro no podría ser:

«Beautiful man: Alucina que en el canal me dijeron que no haga la nota contigo porque, por alguna razón, alguien no quiere poner en nuestra pantalla a figuras. ¿¿¡¡ "tan polémicas" !!?? como tú. No podía creerlo cuando me lo dijeron y, por supuesto, piteé por su ridícula censura.
Le he pedido a mi productor que, por favor, haga algo al respecto para que me dejen trabajar tranquila. Mientras tanto, esperaré.»

¿Figuras "tan-po-lé-mi-cas"? Polémico, my ass. Esperarás bien sentadita, archiduquesa. Y más vale que comiences a armar, mientras tanto, tu rico rompecabezas reversible de cinco mil piezas o, en su defecto, a tejerle a tu carro un protector para la lluvia a crochet y en punto Santa Clara porque no hay Cristo sobre esta tierra que pueda cambiar la firme decisión corporativa de impedir, a cómo dé lugar, que el prístino plasma de la pantalla V.I.P. de tu canal se ensucie para siempre y sin remedio con mi poluta imagen.

Obvio que he hecho, para variar, mi investigacioncita y ya tengo plenamente identificado al censor, al tiranuelo, al choteador, al Conde Bákula en este caso. Sé, de sobra, quién es y, como le conozco, bacalao, (porque alguna vez hemos coincidido en otra frecuencia en la que nunca me dijo ni mu), sé también lo que hizo el verano pasado.

Su nombre es Flavio Balaguer y puuucha, cómo te explico que le doy nervios, alucina. Le doy cosa. La gente medio que lo ubica porque es el hermano de un talentoso reportero gráfico y también porque estuvo a un pelo de lanzar por los aires al productor de Fulanos y Menganos cuando, en octubre del año pasado, me vio sentado allí.

Se armó la pampa, literalmente. Me cuentan que el buen Chema Salcedo tuvo que inmolarse y echarse la culpa inventando que fue él quien me había invitado personalmente para evitar así el inminente decapitamiento.

Me pica la curiosidad por conocer el motivo de la perniciosa alergia que este atocinado Balaguer me tiene. Homofobia no puede ser porque, imagínense, tendría que botar a la calle, mínimo, a la cuarta parte del elenco del canal. Racismo tampoco porque como soy blanquiñoso y parezco de Celendín, paso piolín. Así nomás nadie se da cuenta de que soy cholo.

Entonces, ¿por qué será, eh? ¿Serán acaso los lógicos reparos morales del que ostenta la certeza extravagante de que nadie en Lima sabe, a ciencia cierta, de qué pie cojea? ¿Podrá deberse a que no me canso de cochinear a Butifarrón Acurio, verdadero fuckin' fourth wonder of the world? ¿Por qué me hace tantos ascos ese ejecutivo tan alto, tan blanco, tan adinerado y tan importante y tan importado? Oh, miseria. Oh, desolación. Oh, oh, tres veces oh.

¿Qué voy a hacer ahora con mi vida? ¿Cómo podré existir de nuevo sin volver a salir nunca más en Plus TV? Bah.

Si no ha nacido todavía el peruano que consiga vetarme en mi país y quedar impune, saquen su cuenta si va a poder venir a botarme del tono un argentino badulaque.

¡Andá nomás, gordo choto!, ¡y apurate con ese chimichurri que sha se te recocinan las moshejas! Andá a vetar a Petinatto, aturdido, andá.

domingo, julio 08, 2007

¿QUÉ ES NORMAL?

Respondiendo a las cartas de atribuladas mamás que quieren saber si sus hijos son o no son, nuestro siempre listo consultor en temas de ambiente se aúna aquí a los jubileos de la mal llamada 'Semana del Orgullo Gay' despejando algunas de vuestras dudas más frecuentes con una seriedad digna de mejor causa.

¿Es cierto que los gays viven soñando con ser mujeres?

Si sabemos tan bien qué hacer y qué no hacer con ella es, precisamente, porque tenemos una, señora. Y mejor no me pregunte una qué. Se equivoca usted con gran estrépito. El hecho de que, eventualmente, fantaseemos con su cónyuge no significa, en modo alguno, que queramos ser usted. Ni en nuestras alucinaciones más salvajes quisiéramos cambiar nuestro pequeño Willy por su estuche de peluche. Nos rehusamos a ello con el mismo entusiasmo con que usted celebra la suerte de no haber nacido coreógrafo de vedettes. Además, no es por compadecerlas pero aquello de tener que estar con la regla, el cólico, el tampón, la Kótex con alas, el genio atravesado, el ponstan, el alidol, la píldora del día siguiente, la cera depiladota, la T de cobre y toda esa madre junta la verdad que ha de ser tamaña inflamación tetal. No, thanks.

¿No es una pena que haya chicos tan buenmozos que se pasan al otro equipo?

¡Qué desperdicio!No se apene tanto, señora, que, como decían las abuelas, siempre hay un roto para un descosido. Too cute to be straight -se dice en inglés-, demasiado bonito como para no ser gay así que de desperdicio, nada. La belleza, ya se sabe, siempre es digna de toda sospecha. No solo la propia sino, sobre todo, la de la esposa. Esos que se casan con las super Barbies perfectitas, mmmhhh, qué quiere que le diga. Insisto: usted no se apene, que lo que es una pequeña pena para unos puede ser, en cambio, un penón para los demás. Tenga usted por seguro que siempre habrá quién le saque estupendo provecho al material y ya se sabe que a quien Dios se la dio, que con su pan se lo coma.

Que un joven sea educado o extravagante no significa que sea. así, ¿o sí?Educado también es mi perro Harry pero mejor ni intente ponerle lacito porque le arranca el dedo de un mordisco. ¿De cuándo acá la educación se volvió sinónimo de afeminamiento? Que se sepa este es el único país en el que decir que un hombre 'es una dama' constituye elogio. ¿Y por qué a una mujer relamida no la halagamos con un 'oiga, caballero'? Conozco cabros más ordinarios que un chiste de Néstor Quintero y, si quieren, se los presento para que vean ustedes cómo toda su teoría de la distinción se les va derechito al carajo. Refinamiento es una cosa, mariconería es otra. Demuestre su cultura y no confunda. Ahora bien, ¿cómo estuvo eso de seguir llamándonos 'raros'? De raros, nada, señora, todititito lo contrario. Más numerositos de lo que usted y el alcalde Masías quisieran. Raro será el que no ha probado todavía. Pero usted, tranquila, nunca se deje abochornar y ante la inminencia del menor escándalo, opte siempre por esa genial salida a la que echó mano la mamá de Carlos Cacho la tarde aquella en que su colorido retoño se apareció, en pleno té de tías, regiamente ataviado con makarios y palazzos: "Discúlpenlo, chicas, lo que pasa es que él..¡es hippy!"

¿No será que no se lo han sabido hacer como Dios manda?

¡Espera a que le toque una hembra de verdad.!.para que veas cómo la peina! -habría que agregar-. Mire señora, a este gallo le ha tocado en la vida más de un soberano hembrón en suerte y aquí lo tienen, terco, rebelde y en sus trece. El que nace pa' barrigón, aunque lo fajen de chico. A mí que no me vengan con esa de que 'ven acá que yo te curo, papito' que esa es más antigua que la no menos infalible.

¿Y cómo sabes si no te gusta si no has probado?.

Ya sé que ahora me han salido con la modita esta, tan publicitada, de la bisexualidad pero -¿saben qué?- yo soy chapado a la antigua así que a mí nadie me venga a complicar la existencia con sus novedades. Las cosas son simples: se es o no se es. Punto. Nada de medias tintas conmigo. ¡Bi-se-xua-li-dad! Pero, ¿qué desorden es este? ¡Esas son cosas de forajidos rocanroleros!

¿Cuál es el problema de tener un amigo íntimo?

El problema es que uno no encuentra las palabras adecuadas para nombrarlo, señora. Cuando Starsky & Hutch se decían 'pareja' el uno al otro, sonaba de lo más cool pero, por alguna razón, nunca es lo mismo cuando el que lo dice es Paco Ferrer.

Es imposible decir 'mi pareja' y no sonar como una señorona divorciada y vuelta a casar que ya no podrá volver a decir 'mi marido' por más que quiera. Y, bueno, lo de llamar 'novio' al galifardo de turno se oye tan ridículo que, valgan verdades, trato de decirlo todas las veces que puedo aunque solo sea por reírme más seguido. Personalmente, me inclino más (no te inclines tanto) por el combativo 'mi compañero' porque es mucho más exacto pero, dada la actual coyuntura, la palabrita -ya saben- suena, sin falta, a pañuelos, palomitas, esa nota.

¿Tiene algo de malo estudiar ballet?

En principio, nada. Ni tampoco aprender repostería ni jugar voley. Y últimamente ni siquiera escribir poesía. A esos extremos de perdición hemos llegado. Ya ni en los oficios más musculados y viriles se está a salvo. Pero tampoco hay que tener tanto miedo de explorar nuestro lado femenino: ¿por qué no pasarnos la tarde de hoy planchándole la ropa de cama al prójimo, por ejemplo? Combatamos el machismo. O vayamos quizás un poquito más allá: aceptemos con hidalguía que sucumbimos alguna vez ante la inofensiva tentación de una fonomimia de Paulina Rubio desmelenada frente al espejo. No hay que alarmarse. Total, así es la vida del artista.

¿Es cierto que los del tercer sexo son tan promiscuos que se acuestan con medio mundo?

La mayoría de mis amigos hetero-sexuales debutaron antes de los dieciocho y ahora, que están casados -y se aburren-, la ven mucho más y mejor en un solo candente viernes ruqueril de lo que este sufridito escriba la ha alcanzado a atisbar siquiera en todo este invierno tan crudo. Y con mis amigas mejor ni aventuro estadísticas porque, en el fondo, soy un caballero.

La vida es demasiado corta para ser todo lo promiscuo que uno siempre soñó sobre todo cuando se ha perdido tanto tiempo en la pelotuda represión, pero a qué llorar sobre la leche no derramada. Para qué le digo que no, si sí. Medio mundo se acuesta con el otro medio mundo, señora. Qué triste sería esta vida si así no fuera.

¿Y qué de cierto hay en que, al caer la noche, los de la cumbiamba se ponen las medias nylon, los tacones y el rubor?

La verdad es que, salvo honrosas excepciones, la mayoría es, más bien, bastante ahombradita. Prefiere -como yo- salir a la calle sin afeitarse, con el mismo jean de ayer y carece hasta de la elemental coquetería de ponerse siquiera el más sencillo portaligas de encaje negro. Ya hasta eso se ha perdido. Ahora anda a verlos: si hasta tiran pollos por la calle y todo. Bollos, los de mis tiempos, carretas.

Pero, ¿cómo hago entonces para identificarlos?

¡¡ si a veces ni se leS nota!Ay, seññññora. Usted es la reina de las cachudas y tampoco se le nota. ¿Y por qué? Porque ese es el truco, ¿no es cierto? Que no se nos note. Usted respire hondo y disimule que está pasando recontra piola. Usted ponga su mejor cara de digna y ya está. Que la procesión vaya por dentro, ¿no es cierto? Justamente. ¿Ya vio lo bien que nos entendimos con el ejemplito?

Pero.¿cómo es posible que un hombre casado y con hijitos sea de la moña?

Pues pasa exactamente lo mismo que con el nene que termina abogacía para darle gusto a la mamita y luego poder realizarse como decorador de interiores. Cumplo con recordarle, señito, que aquí en Limalandia se vive y se ha vivido siempre para aparentar. La existencia de los seres se organiza en torno a sus poseras, marketeras, clasemedieras relaciones públicas.

Y el primer requisito para complacer a la tribuna consiste, pues, en sacar tu certificado de normalidad, fundando -como todo el mundo- tu propia bonita familia, célula básica de la soledad.

Pero, ¿cómo?, ¿ustedes.funcionan?

Funcionamos, señora, funcionamos. Cualquiera puede. Cuando se sabe apretar el botón correcto, el motor enciende. Total, nadie es de fierro. Además, cuando está todo tan oscuro uno tampoco se fija mucho en los detalles. ¡Si yo le contara...! Ejem. En fin. Que quede claro entonces que ese es el requisito: una vez que te has casado y te has reproducido convenientemente, listo el pollo, ya puedes volver a poner tu colección de discos de Alaska y Dinarama. Y cuando te vean reinar en la pista de baile, varón, lo negarán en todos los idiomas: '¡Pero si es casado! ¡Pero tiene hijos!' (Ajá. Como Michael Jackson, tesoro.)

Pero, eso sí, a mi hijo que ni me lo miren. ¡porque los mato!Tranquila, Yocasta, que oponiéndose así con tanta fiereza a lo nuestro ya se está pareciendo usted peligrosamente a mi apapachable doña Petronila, la señora madre de mi novio Paolo Guerrero. Serénese un poquito y déjelo al chico que mate sus pulgas solo. Que viva su vida, oiga. Ya está grandecito, no quiera usted ser la eterna notaria de nuestro esplendoroso destino, por Dios. Pero, bueno, ya se sabe que ellas siempre van a ser así. Dominantes y posesivas. Hay que saber sobrellevar a la suegra con beatífica paciencia.

Pero entonces, ¿quién es el hombre?

Los dos, madrecita, los dos. Si de eso se ha tratado todo este asunto desde que el mundo es mundo. ¿No me entendiste nada? No importa. Vuelve al principio y lee otra vez. No te preocupes. Es normal.

domingo, junio 24, 2007

QUISPICANCHIS FOREVER

Por si no se han dado cuenta, hoy es Inti Raymi y lo único que toca es desearnos, todos, un feliz Día del Indio. Pero como aquí tratamos siempre de ser tan políticamente correctos, nos conformamos con contarles lo xiovi que se ha puesto nuestra ciudad más cosmopolita y open-minded. ¿Se han dado su vuelta últimamente? Como diría mi tío Melcocha: ¡no vayan!

Xiovi es la palabra de moda entre los desprejuiciados muchachones de Cusquito y es, de paso, la única oportunidad que tendré en esta vida de empezar una crónica con equis. Se pronuncia chovi y sirve para describir lo indescriptible: tú eres mi xiovi, muy xiovi de conocerte, qué xiovi está esa hembra o me llegas al xiovi. Significa, prácticamente, todo.

Y ello resulta de lo más práctico en esta Babel donde es menester vivir inventándose códigos novedosos siendo que el idioma hablado por los invasores bárbaros rara vez coincide con el tuyo. El lema que lleva impreso mi polanco nuevo -Manan Kanchu Carajo- sintetiza bastante bien la recóndita armonía que siempre se agazapa en la ininteligibilidad.

Un cague de la risa, o para decirlo en jerga qosqoruna: un cache de la risa ponerse a leer, al vuelo, las libérrimas traducciones que ofrecen las pizarritas de las fondas: variedad de pastas, por ejemplo, se dice: several spaghetti, bisté a la plancha y bisté a lo pobre equivalen a steak to the iron y steak to the peruvian style, respectivamente y, claro, Sacsayhuamán, como su nombre lo indica, es el vocablo quechua para sexy woman. Para qué molestarse en ensayar siquiera el esperanto si, al final, la vida siempre te habla en chino.

Mis desquiciados wayqis de Bellas Artes sí que se han pasado p'al Cusco en esta oportunidad. Su desfile pre-Inti Raymi constituye cachetada general y en él, cada nueva comparsa, cada escola do huayno es más ocurrente y más cachosa que la anterior: una virgen de la leche de ocho metros, tetoncísima y en topless, un gran chamán del sur que exhala vaharadas del mismo humito que, (tú computas), se respira día y noche en Procuradores, una ruidosa carnestolenda de lúbricas bricheras, un Machu Picchu con letreros de 'Se Vende', (razón: New Seven Wonders of the World, suave que Bill ahorita compra), un porteador famélico del Camino Inca sepultado por fosforescentes mochilas marca Victorinox y un pavoroso Niño Manuelito con su espina en el pie y su mejor carita de Chucky.

¿Te acuerdas de mí? -me pregunta un montaraz ukuku desde detrás de su pasamontañas. La sola pregunta me sobresalta porque, por auto-defensa elemental, lo más sensato es olvidarse de todos sin excepciones. Mírame bien. Se quita la máscara y exhibe su rostro lunarejo, erizado de piercings desafiantes: su identidad secreta es Marvin, dice, sí, como los Jardines Marvin del Monopolio, ah, ya, sí, claro, por supuesto que me acuerdo. (Ni en pelea de perros).

El tour 2007 que ofrece tan providencial cicerone incluye un tutti fruti alucinante de warikes favoritos que, rápidamente, se acomodan -sin orden ni concierto- en mi renovado top ten:

1) La excelsa sopa de quinua, la cuajada y la uchucuta de La Granja de Heidi, comidita para el alma en plena cuesta de San Blas.
2) La contemplación de los astros desde el Planetarium María Reiche en Yanahuara, Urubamba y la observación (participante) del bricheraje mixto más conchudo en el efervescente Mythology cuyo slogan reza: sólo para dioses. Lo tenemos levantado hacia el señor.
3) Los inimaginables wantancitos surtidos que amortiguan el tanganazo o toj roroj de rigor en la taberna Los Perros.
4) La calculada irrealidad del almodovariano Fallen Angel con sus etéreos, seráficos meseros with an attitude.
5) La fascinante colección del MAP o Museo de Arte Precolombino en cuyas salas los siglos de historia se han concentrado en intensísimos minutos de sobrecogedora belleza.
6) Los anticuchos de alpaca del Mullu de Pisac. De otro planeta.
7) Las exultantes misas en quechua del Coro de Cámara en el Qórikancha.
8) El adictivo café de algarrobina del fichón Don Esteban y Don Pancho de la avenida El Sol.
9) El setentero rock en vivo y la gentita terriblosa del 7 Angelitos.
10) Las carnes del Tango Beef cuyo principal lomito argentino, lastimosamente, no figura en la carta, pero si se lo pides viene sonriente y te lo alcanza.

Eso sí, en cualquiera de los casos, lleven siempre efectivo suficiente porque la capital del Tahuantinsuyo será todo lo moderna que ustedes quieran pero, con tozudez digna de Cahuide, se resiste a aceptar credit cards.

En el Valle Sagrado hacemos una escala técnica en el Colegio Señor de Torrechayoc de Yanahuara para asistir, por primera vez, a una truchada bailable. Truchada, sí, suculentas truchas a la parrilla, con su papita y su choclo más. Cinco luquitas la tarjeta. Todo pro-fondos de la refacción de los infames silos que fungen de servicios anti-higiénicos, de los ruinosos techos que están por desplomarse encima del alumnado y, si algún sencillo quedare, también pro-compra de la soñada, primera computadora del plantel.

Una para mil alumnos, más o menos. Alucinen: por acá el turismo deja millones de dólares todos los días, pero a la gente de Urubamba ni las gracias.

Responsabilidad social que le dicen, pues, ¿no? Antes de subirme al tren que nos habrá de llevar a la octava maravilla, Marvin me ha estado grabando, con la ayuda de su celular, recorriendo con él las callejas empedradas: lo voy a colgar en You Tube -amenaza, feliz- a ver, pues, si siquiera le empatamos a la Tigresa del Oriente. Pides poco.

Atravesamos Afligidos, Amargura y Ataúd, que así se llaman algunas de las más alegronas arterias de esta villa. No es posible, en cambio, jactarse de haber turisteado gran cosa por la infernal calle Purgatorio, berrinchudo meadero oficial de la urbe que parece concentrar la ancestral, prehistórica pichi de los cinco (in)continentes. Como todo el mundo sabe, hay tres maneras de llegar a Machu Picchu: como turista (previo madrugón), como aventurero (de tres a cinco días de matadaza lata inca), y como rey: Bill Gates y Drusila Zileri paladeando la atmosférica sofisticación que se respira a bordo del tren Hiram Bingham de Orient Express donde, para el brunch de hoy, señores pasajeros, les ofreceremos una terrina de trucha salmonada fresca y ahumada con poro, ensalada de manzana y papitas nativas a la vinagreta de eneldo y miel.

Dicen que cada vez que viene, Leo Di Caprio reserva para él no un asiento ni dos, sino el vagón completo, aunque el máximo lujo reside -me ofrezco de voluntario para explicárselo- en el azul delirante de estos cielos. Más no son Bill y Drew las únicas luminarias invitadas, las acompañan también Mariella Balbi y Tomás D'Ornellas, Aldo Mariátegui y Anita Trelles, o sin ir más lejos: Cameron Díaz y yo que hasta hemos comido chuño y todo. Excuse me? Cameron, sí, Camincha para los amigos. Como podrán apreciar, el ombelico del mondo es, pues, the place to be, mis queridos igualados.

Si yo estoy aquí y tú estás allá habrá de ser porque uno de los dos está en el sitio equivocado, ¿sí o no? Admitámoslo, warmichas: Lima is dead.

lunes, junio 11, 2007

UN ALFABETO DE CENIZAS

"El país necesita más talentos como tú para plagiarlos" -me calumnia, muerto de risa, mi excelentísimo causita don Oswaldo de Rivero, más conocido como Ovi (Wan Kenobi), respondiendo al e-mail en que le preguntaba qué se siente ser tan glotonamente canibalizado por una de nuestras máximas glorias literarias: Bryce Echenique, nada menos. "Muy bien, ahora trabajo como escribidor en Ginebra y hasta me plagio Le Monde Diplomatique"- me contesta, siempre sacando pica y yo procedo, naturalmente, a ponerme verde de la envidia: ¿qué cosa habré hecho mal? ¿Por qué hasta ahora nadie me plagia?

La razón se cae de la mata: Ovi de Rivero -que no necesita colgársele a nadie del fustán- es autor de El Mito del desarrollo, super best-seller hipertraducido en todas partes, lo cual delataría un severo control de calidad en quien lo eligió como punto.

Tampoco se puede andar plagiando a cualquier atorrante que ande suelto por ahí. El buen Kenobi debe estar analizando lo ocurrido y, loco como es, ha de tirarse panza arriba a juguetear contento con Penélope, la chihuahua cosmopolita que hoy lo acompaña -fidelísima- en su incansable peregrinar por las grandes capitales del mundo.

Que Bryce Echenique elija un texto de tu autoría y lo publique como suyo es el mejor accidente que le puede suceder a un escritor peruano. ¡Qué de brincos no daríamos!, ¡plágiame, Alfredo!, ¡A mí, a mí! ¿Y qué tal si Mister Xerox fuera yo en lugar de él? -me pregunto- ¿si me ampayaran chorifateándome el párrafo, la frase, el versace de otro?, ¿con qué porcentaje de las piedras que a él no se atreven a tirarle (porque es un grande), me enterrarían vivo entre aullidos y cánticos apaches?

Una digna integrante de nuestra farándula culturosa, llamándome alarmada ante el inminente escandalillo de café, me cuchicheó hace un par de días la siguiente memorable interrogante: ¿Puedes creer que hay gente que se alegra de lo que le ha pasado a Bryce?

La repregunta automática que brincó en mi mente al toque fue: ¿Lo que "le ha pasado"? Un momentito. Pero, ¿cómo?, ¿ahora resulta que él es la víctima?, ¿no será que lo que "le ha pasado" a los otros es él?, ¿no es acaso Bryce lo (mejor) que le ha pasado, por ejemplo, al artífice de Réquiem por el Perú, mi patria, Herbert Morote, a quien tú nunca has leído ni yo tampoco?

Y para qué seguir mencionando los títulos de los (por lo menos) seis textos calcados a ignotos columnistas extranjeros, tijereteados con pana de las páginas de La Vanguardia, El Periódico de Extremadura y Galipress: los españoles Nacho Parra, Carlos Sentís, Eulalia Solé y José María Pérez Álvarez o el gringo ex directivo de la CIA, Graham E. Fuller que, pobrecito, no tiene cómo saber quién diablos es Julius, ni Cintita, ni Susan, linda ni Martín Romaña ni mucho menos Inesita, luz de donde el sol la toma.

¿No luce acaso nuestro segundo mayor novelista vivo, a todas luces, como el autor -valga la redundancia- de un delito? ¿Y si es así, tiene derecho tanto soldado desconocido a lanzarle instalazas desde sus sentenciosos blogs, que -las más de las veces- no son otra cosa que un premio consuelo para columnistas sin columna?

Apropiarte del trabajo ajeno no es algo que pueda "pasarte" casualmente -no jodamos-, plagiar no equivale a tirarse el pedito furtivo que -desobedeciendo tu voluntad- se te escapó frente a todos y se esparció por el aire como un mal presentimiento.

Nadie plagia por casualidad. Ya una vez, hace unos meses y con ocasión de un caso muy distinto, escribí aquí -cándido de mí- que había que parar un toque la mano con el maleteo, que a los tipos geniales no se les encuentra así nomás y que al talento se le cuida, miserables. Flaco favor. Fui vapuleado bien feo por no pocos lectores, por mis siempre draconianos coleguitas y -mejor mátate- hasta por el propio escritor por quien trataba de sacar cara.

Difícilmente voy a olvidarme del muy cancelatorio "No me defiendas, compadre" de su carta. "Déjame decirte que una defensa tuya equivale, en Lima, a un ataque" fue lo que me escribió después de agradecerme el gesto con su seca cortesía.

Como quien dice: quise hacer una gracia y me salió una morisqueta. Pero como siempre en la vida va a existir gente -como yo- que es obcecada y no escarmienta, allá vamos de nuevo a perseverar en el error de meter la pérfida cuchara, aun a sabiendas de que El Entrañable ni me lo ha pedido, ni me lo va a agradecer porque la opción más probable -matemáticamente- es que se saltee esta página o este periódico entero, sin ir más lejos.

He constatado, sin asombro, que en ninguna de las muchas notas que, esta semana, denunciaron el infame calco (o intentaron, sin fortuna, barajarlo) se ha consignado el nombre de los periodistas que las escribieron. ¿Por qué no firman sus goles, ah? ¿A qué le temen tanto? Al destierro literario, por supuesto, a la expulsión del reino.

Entre los cuatro curruñaus de la Lima cultita, San Alfredo viene a ser una especie de patrono sapientísimo e intocable, muy por encima del bien y del mal, nos guste o no, I'm sorry con excuse me. De modo que ¡ay de aquel que se atreva a invocar su nombre en vano! ¡Sus turiferarios se lo bajan de un solo lapo en la nuca! No son lamentaciones desde la mesa de saldos y mini yayas, para nada. Se han visto casos. Cito, como ejemplo, uno reciente: haber firmado una nota poco pródiga en las obligatorias zalamerías para con Bryce le costó al novelista Enrique Planas el ser desembarcado sin pena ninguna de una mesa redonda para la que había sido convocado en la Feria del Libro de Trujillo, sanción ésta que obedeció a un pedido expreso de il divo que -según cuentan- se puso en plan de: O él o yo. Todas estas veleidades y disfuerzos se le consienten siempre por la razón arriba mencionada: Bryce es Bryce.

"Es Alfredo Bryce Echenique quien debe asumir absoluta responsabilidad por las consecuencias de sus actos" -editorializó el viernes último, en un tono inusualmente tajante, El Comercio en un discretísimo recuadro (sin firma), confinado a la sección Cartas del Lector.

Hasta ahí, todo muy bien, pero, ojo al piojo, la responsabilidad es suya... y de los distraidillos editores, pues, ¿no?, sobre todo del editor de opinión al que le pasaron por la huacha no uno, sino: ¡seis artículos bamba! ¿Y si ninguno de los legítimos autores protestaba? Hubiera seguido publicando otros seis más y él, ni enterado.

En el caso de que tengan interés, el Google no solamente sirve para piratear, también se puede usar para detectar material pirateado al instante. Si lo dudan, pregúntenle al colega Alonso Rabí, pugnaz editor de El Dominical quien, en reciente caso nunca reportado, recibió de manos de uno de los más vitoreados cronistas de esta villa, un textículo especial sobre Sofía Loren.

Al encontrar Rabí, en aquella crónica, una expresión desconocida, puso en práctica sus dotes de verificador de datos y tipeó la rara palabreja en el buscador. El primer resultado que halló lo dejó de una pieza: allí estaba -no sólo la palabra- sino todito el texto que acababa de leer pero firmado, por supuesto, por su real autora, una reportera de Página 12 de Buenos Aires, muy conocida por su deliciosa propensión a utilizar palabras que no existen.

Al cierre de esta edición, otro viejo escritor del tipo 'yo-también-chupo-con-Alfredo' me cuenta que se ha encontrado hace no mucho con él y que lo ha visto devastado: completamente ido, maltrajeado, olvidadizo, aturdido, irascible, caótico, desorientado. Me dice también que Bryce "no sabe quién puede haber mandado esos artículos porque él no fue, que él no recuerda haber leído nunca La Vanguardia y que todo esto es una conspiración malévola de Morote y sus secuaces".

Al escucharlo decir esto, me pareció estar oyendo las conmovedoras incoherencias con que mi padre de 77 años suele excusarse cada vez que vuelve a esconder el dinero que cobra de su pensión para luego olvidarse por completo dónde lo metió y maldecir con ajos y cebollas a la empleada que -él cree- le roba su plata con la secreta finalidad de matarlo de hambre y adueñarse de una herencia imaginaria. Todos esos síntomas me resultan harto familiares desde que, hace casi 14 años, aprendí a convivir con el absurdo infinito que suele acompañar a la vejez.

Y pese a que médico no soy y aunque sé que éste ha de ser el máximo de todos los tabúes, no puedo sino compartir con ustedes un temor: si el viejo Bryce, aquel genio tan unánimemente querido que, no obstante, escribe para que lo quieran aún más, bordea ya los 70 abriles y tiene varios millones de neuronas menos como amargo saldo de una vida exagerada, tal vez haya llegado la hora de aplicar el doloroso test. Oh, tremebundos árbitros de la decencia, ah, patricios de la corrección y la moral, ¿se han puesto a pensar en la trágica posibilidad de que, todos sin excepción, estemos confundiendo amnesia con sinvergüencería, demencia con irresponsabilidad y falta de escrúpulos con Alzheimer? Si no lo han pensado, piénsenlo. Piénsenlo mientras les dure, mientras buenamente puedan. Piensen primero, linchen después.

domingo, junio 03, 2007

REPÚBLICA AMPAY

Nunca lo dije porque éramos archienemigos, y quizás volvamos a serlo apenas nos pongan en el mismo horario. Nunca lo dije pero, aunque me muera de la pica o me arrepienta mañana, lo digo ahora: Magaly Medina ha producido una auténtica revolución cultural en este país. A la franca. No estoy siendo irónico. El espacio privilegiado de nuestra cultura moderna es la televisión. Y es claro que la ha cambiado para siempre, transformando, al mismo tiempo, la política, las maneras de hacer periodismo, el lenguaje y hasta la vida cotidiana de los peruanos. Alguien ya lo dijo antes. Lo repito: el Perú todo se ha magalizado. Y eso no es malo ni bueno. Simplemente, es.

República Ampay


De cada diez personas que me pasan la voz en el semáforo, en la cola del cine o en el supermercado, por lo menos siete lo hacen para lanzarme, al vuelo, alguna de las siguientes frases ingeniosas: a) "¡Te busca Magaly!", b) "¡Guarda con el ampay!", o c) "¡Ahí viene la 'Urraca'!" Las tres restantes -es fácil de adivinar- me desean todas las suertes, aseguran ser mi fans o me gritan chimbombo, palabra ésta que detesto con todito el corazón. Tal, el lacerante drama que me toca vivir. Pero es nuestro querido Perú y hay que comprenderlo. El glamoroso asunto de la fama nacional -por si alguien lo ignoraba- se reduce a eso y, de acuerdo a cómo te la tomes, tu existencia oscilará entre el perenne delirio de persecución y la sonrisita más indulgente y resignada. No me quejo, sin embargo. Solito me lo busqué. Pero luego de haber recordado, en el destierro gringo, la mortal insipidez del anonimato absoluto, la verdad es que, mal que bien, me quedo con esto. Y últimamente lo sobrellevo mucho mejor. Me lo tomo con la jubilosa serenidad con la que, dicen, hay que comportarse ante la inminencia de una violación: o sea, relájate y grítalo, campeón. Constituye tamaña jodienda ser el malo conocido, créanme. Pero ser un N.N. ha de ser peor.

Así lo han entendido, me parece, la mayoría de los distinguidos personajes que hoy se abren paso a codazo limpio hasta lograr, por fin, una portada. Está clarísimo que "ser o no ser" ya no es la cuestión. "Aparecer o no aparecer", he ahí la huevadita. No se requiere ningún mérito para ser famoso. No se requiere haber hecho nada, en realidad. El único requisito es tener cara. Si no me creen, pregúntenle a López, el celebérrimo perro bull terrier que nunca salvó a ninguna niña de morir ni devoró vivo a ningún ratero, pero se convirtió en estrella sin qué ni por qué, solamente porque era mascota de Raúl Romero. Si López puede, todos podemos. ¿Cuántos artistas y políticos López tendremos, no? Es que aquí hacerse "popular" es demasiado huevo. Basta con que alguna hetaira salga y diga que te sacó de piticlín. Basta con que aparezca tu nombre escrito en un posavasos o en la agenda de un gran estafador. Ser famoso -o tristemente célebre- es superhuevo, pero -ojo- lo que es más huevo todavía es ser desconocido. Algo debe estar cambiando cuando es menester que todos los candidatos presidenciales con chance de ganar marchen derechitos y de uno en uno al set de Magaly TV mientras mi pata Chichi conferencia con Yuru y mi querida Rosa María Palacios nos sumerge en las aleccionadoras complejidades filosóficas que atesora la ejemplar trayectoria vital de Tula Rodríguez, mejor conocida como 'La Peludita'.

Para ser famoso en el Perú hay que haberse chifado al paso a una vedette o a un presidente. No sé qué cosa será peor. Haydeé Aranda ostenta el récord de los récords: demostrando que, a pesar de su anorexia galopante, es propietaria de un señor estómago. No se cansa de ufanarse de que cueros tales como Toledo y Kenyi pasaron felices y contentos por allí. Tampoco duda en echar al tarambana de No sé cuantitos Reggiardo quien, de tan admirable modo, nace a la luz pública y -aleluya- existe, pues resulta que era un congresista y nadie se había enterado. Capísima, Haydeé. Su rellenita hermana de leche, Lady Bardales, denunciada ex primera tombita de la nación, no quiso quedarse atrás y -cual si tener al cholo sagrado en tu haber fuera un certificado de buen gusto- protagonizó, esta semana, su auspicioso debut en el fashion world modelando exclusivísimos negligeés del afamado Ciro Taype que, más que el nombre de un diseñador, parece el del amiguito trinchudo de 'Paco Yunque'. Francamente, Lady Bi, what were you thinking? Súbete a tu moto y, por favor, no te me vuelvas a caer. Revisitar aquí cualquier índole de Pinchi Pinchis sería ya cansón y ocioso. Y nadie se atreva a importunar a mi pantera indomable Jackie Beltrán, que será todo lo que ustedes quieran, pero de que es una belleza, joder que es una belleza.

Para ser famoso en el Perú hay que haber ido a la cárcel o, en su defecto, haber mandado a algún cristiano preso. Hay que haber recibido plata de la mafia -cualquier mafia-, la de Vaticano, la de Cronwell, la del 'Doc' o la que sea. Da lo mismo ser 'Mujer Boa' que Beto Kouri. Wolfenson que Malú Costa. Arnie Hussid que Mantilla. Tarde o temprano, todos podrán firmar autógrafos y volver a estrenar otro diario chicha, otro ministerio, otra cebichería. Gracias a Dios, la vida siempre da una segunda oportunidad y todo, todo se olvida y, el día que me quieras, la rosa que engalana se vestirá de fiesta con su mejor color. Pero si sales a hacer una encuesta y preguntas quién es, por ejemplo, Jorge Eduardo Eielson, puedo garantizarte que nadie allá afuera lo sabrá. O acaso te respondan que fue el primer marido de la Huarcayo.

Para ser famoso en el Perú hay que saber sacar bien la vuelta. A tu mujer o a tus electores, a tu partido o a tu país. Lo mismo da. Ser un tránsfuga o un jugadorazo, al final, da igual. Cambiar de camiseta como de toalla higiénica. Sacar los pies del plato. Pasarse al bando de los que la llevan. Ser doble cara, doble agente. Traicionar y, lo que es aun más miserable: cobrar por traicionar. De esto pueden dar cátedra grandes luminarias como Olivera, ciertos travestis y una que otra porrista. Porque para ser famoso en el Perú hay que ser político o porrista. No sé qué cosa será peor. Tampoco sé en cuál de las dos te crece más el poto o en cuál se podrá chambear menos cobrando más. Cándidamente creí que el hecho de que eminencias tales como Tongo o Edwin Sierra no hubieran alcanzado escaño en el Congreso era síntoma de sabiduría popular. Y cuando ya me estaba convenciendo, tropecé con aquel mongolo tiradedo del Torres Caro que, en lo que a peliculina se refiere, nada tiene qué envidiarle a esa archiduquesa de la vulgaridad a la que, si no me equivoco, denominan Shirley Cherres. ¿Nadie te dijo que no te puedes llamar Chirley si te apellidas Sherres, corazón?

Señor de misericordia, ¿a quién le han empatado todos estos seres? ¿De qué ignoto planetoide son oriundos? ¿Por qué Torres Caro no se arma de valor y le pide a su mamá que deje de hacerle aquellos peinadetes tan cretinos? ¿Qué puede tener de pecaminoso que un congresista peruano se siente en las faldas de un soberbio garoto brasileiro si Gigi y Pía -esas visitadoras de establecimientos penitenciarios, esas impías- chapan con lenguado en la vía pública y normal? ¿Alguien encuentra alguna diferencia entre el lenguaje del enloquecido Abugattás y el del pobre diablo ese que sale por Canal 9 en las mañanas y cuyo nombre nadie se acuerda? ¿O entre el oscuro Benedicto Jiménez y la temible Marisela, la malvada hermana de Álex Otiniano? ¿Por qué está mal que Raúl Diez Canseco atrase al hijo con la hembrita jovenzuela si Lucía de la Cruz sigue saliendo con mocosos y nadie se atreve a pedirle que deje de cantar? ¿Qué están esperando para darle un talk show a Mauricio Mulder o a Elianne Karp?

¿Por qué está mal visto que el presidente tenga un hijo fuera del matrimonio si tantos futbolistas los tienen también y nadie deja de pedirles autógrafos? ¿Por qué está mal que Fujimori meta a sus hijos a la política si Susy Díaz y 'Chibolín' meten a los suyos al espectáculo? ¿No tiene acaso la deslumbrante Luciana León, hija de Rómulo, pleno derecho a ser -como es- la Florcita del hemiciclo? ¿Por qué es pecado que Keiko sea su Jossety? ¿Por qué Fiorella Rodríguez es más noticia por todo lo que adelgaza mientras Garrido Lecca no es más noticia por todo lo que engorda? ¿Por qué a él no le gritan aquello de: "El pueblo tiene hambre y Hernán está muy gordo"? Cual si fuese cosa de enigma o sortilegio, política y farándula se han fundido, pues, en una sola mazamorra incomputable: Farántica. Políndula. Pero, más que cualquier otra cosa imaginable, para ser famoso en el Perú se requiere bailotear. Bailotear muchísimo y en público. Si eres bataclana, postula al Congreso y ganarás, pero si eres político, ponte a menear el 'ravello' con urgencia. Zangolotea esos bofes de buenas a primeras y a propósito de nada. Esmérate y hazlo del modo más ridículo y grotesco. Ya tú sabes. Es nuestro querido Perú y hay que comprenderlo. Todo esto, decía, no es malo ni bueno. Simplemente, es.

ODIO A LOS PITUFOS

Nunca dejes que el odio anide en tu corazón. Mejor sácalo de allí y vuélcalo todo sobre papel periódico. Aquí te enseñamos cómo. Porque tú lo pediste. Por primera vez. El esperado ránking de odios del más odioso de nuestros columnistas. Porque odio quiere más que indiferencia. Porque el rencor hiere menos que el olvido.

Odio usar bividí. Odio la traición. Odio a la gente que va por la calle hablando por el hands-free porque parecen desquiciados que hablan solos y dan miedo. Odio los sacos de pana. Odio la prepotencia. Odio las sayonaras, los mocasines con pompón y los zapatos de charol. Odio a la gente que habla en el cine, a la gente que habla por celular a voz en cuello en los cafés y sobre todo a la gente que habla con la boca llena.

Odio los gemelos, los distintivos, los sujetacorbatas, y los pañuelos que hacen juego con la corbata. Odio la pompa absurda con que hablan los asesores de imagen, los alcaldes de provincia, los obispos y los jueces. Odio la crema chantilly, la sopa tibia y la patita con maní. Odio la amnesia. Odio la resaca pero más odio la famosa bajada que triplica mi ya caballuno apetito.

Odio los uniformes, las insignias, los galones, las medallas que se cuelgan al cuello los abogados y cualquier pedazo de trapo o lata que te dé derecho a parecer más respetable de lo que eres. Odio a los contadores y a los zancudos. Odio no tener 16 años de nuevo para sacarme el clavo de todo lo que me perdí por creerme el cuento del pecado. Odio el atroz crujir del teknopor y el chirrido escalofriante de la tiza.

Odio el olor a mondongo o coliflores que se sancochan. Odio los tumores gigantes, las niñas-sirena y los pútridos cadáveres de los noticieros matutinos. Odio los zoológicos. Odio las notarías, los hospitales del Estado, las fiscalías, los asilos, las comisarías. Odio los platos de plástico, el whisky y los palitos mondadientes. Odio los lentes de contacto de colores. Odio los lentes con espejo. Odio el perfume Brut. Odio los bloques financieros o deportivos. Odio a Barney. Odio mi uñero. Odio, sin excepción, a todos los tarados que, cuando consiguen decir algo divertido, se aplauden solitos mientras se ríen.

Odio las risas grabadas de los programas cómicos. Odio a las señoritas que no se afeitan el sobaco y a los caballeros que se lo afeitan. Odio a los políticos que bailan pésimo y en público. Odio a priori a cualquier mortal que tenga el pelo sin lavar. Odio los comerciales que exaltan la peruanidad con regios modelitos rubios y ojiverdes. Odio el look rasguña-las-piedras, aquel del chalequito, el bolso incaico y el polo jeteado. Odio el racismo legendario de las páginas de sociales y la indispensable estupidez con que se escriben.

Odio Mamacona sin saber siquiera qué diablos es. Odio a los sabios de O.N.G. Odio la puesta en escena de los matrimonios religiosos y toda la inútil super producción que las rodea: los partes, los recuerditos, las tortas que llevan un anillo oculto en la masa, los pajes, las damitas, los toldos, las sillas con faldita, el buffet, el bouquet y toda esa mierda. Odio muy especialmente las caritas de cojudas que ponen las novias en las ridículas fotos que se hacen tomar probablemente convencidas de que quedarán muy cuchis adornando la mesita de retratos de la sala. Odio mudarme. Odio pelarme. Odio afeitarme. Odio tener que lidiar siempre con los pelos de mi nariz, mis orejas y mi espalda. Odio a la gente-thermo que primero te calzonea impunemente para después zafar kool-aid, pegándola de virgen intocada.

Odio a los escritores que perseveran en la producción de libros pésimos, pero odio más a las editoriales que se los publican, y más todavía a los críticos huelepedos que les revientan cuetes a cambio de ser invitados a la feria de Guadalajara el próximo año. Odio a los mimados practicantes de mi universidad que aún no saben ni pararse frente a una cámara pero llegan con ínfulas de superstars y exigen salir de comisión en Taxi Real. Odio las consignas, los juramentos, las liturgias, las maquinitas y cualquier cosa que te obligue a repetir a coro fórmulas absurdas. Odio a las niñas maquilladas y a los niños con ternito. Odio que lean sobre mi hombro lo que estoy escribiendo.

Odio que me digan "no te preocupes" porque sé que lo que toca es entrar automáticamente en pánico. Odio el color marrón y el color melón al que también denominan color salmón. Odio que me digan: "estás igualito" porque es una mentira y ni siquiera de las piadosas. Odio a los mozos lentos y también a los pateros. Odio que me digan: "no te pierdas" porque ya yo sé que es el preludio del olvido. Odio a todos los maricones que esperan que estés media cuadra más allá para atreverse recién a gritarte maricón.

Odio el taladro demoníaco del dentista. Odio tener tanto miedo de probar ayahuasca. Odio mis fallas. Odio mis juicios. Odio mis deudas. Odio regresar al canal donde trabajé hace casi catorce años y comprobar que el muchacho que entonces cuidaba carros en la puerta continúa cuidando carros, tres gobiernos después.

Odio las conferencias de prensa. Odio ese ramillete de impresentables al que ha ido a parar mis pobres Marijuán y Borlini. Odio la clásica peruanada de tanto megalómano entusiasta que te convoca con carácter de urgencia a perder tu tiempo en hablar de proyectos fantásticos que siempre quedan en nada. Odio que todos los coleguitas del show biz me llamen ochenta veces al día para formularme siempre la misma única pregunta: ¿quién va a ser la modelo de tu programa? Odio la diaria serenata que me dan mis perras para que las saque a mear a un cuarto para las seis y el reggaetón de mi vecino a las ocho en punto. Odio a muerte a absolutamente todos los cabeceros, mecedores y floreros.

Odio las tunas universitarias. Odio los almuerzos de exalumnos. Odio las misas. Odio a las barras bravas que se masacran en nombre de algún color y de ningún sueño. Odio a los enamoraditos que necesitan vivir chupeteándose las 24 horas del día y en todo lugar. Odio la deprimente oferta de la cartelera limeña. Odio que se peguen los tallarines. Odio que se me queme el arroz.

Odio con toda el alma a Popy Olivera y a mi tío Salito y creo que si algún día los tuviera enfrente probablemente haría mi fulgurante debut en el glamoroso mundo del asesinato. Odio a cualquiera que se saque las tabas en público, que se suene los mocos y los lance por los aires con los dedos, que se saque el toffee de la oreja y después se mire el dedo o que expectore con gran escándalo para después dejar toda la avícola desparramada sobre el asfalto.

Odio que los taxistas me pregunten qué hay de cierto en eso de que Magaly se casa con su novio gringo o si ya está por nacer el nietecito de Gisela. Odio haber vivido tan poco tiempo en Nueva York. Odio haber perdido tanto tiempo en Miami. Odio haber perdido tanto tiempo en el rencor. Odio invertir en esta huevada mis sábados de verano cuando mejor haría en estar tirado panza arriba en una playa que quede lejísimos del sur. Odio tener que andar midiendo siempre mis palabras para que me duren los trabajos.

Odio cantar mal. Odio enamorarme menos. Odio no haber podido ser actor. Odio no saber tocar el violoncello. Odio haber dejado de jugar "Escrúpulos", de montar bicicleta, de dibujar, de ir al gimnasio y de bailar. Odio mi nariz Ortiz. Odio estar misio. Odio ser gordo. Odio haber vivido haciendo todas las dietas del mundo desde los 12 años por las puras. Odio las revistas de fitness porque me hacen sentir más feo que el hambre.

Odio tener tan poco pelo y tanto culo. Odio escribir artículos en noviembre para que me los paguen en febrero. Odio escribir libros para que los manden requisar al segundo mes. Odio escribir tarde, mal y nunca. Aunque, viéndolo bien, lo que más odio de todo es escribir bien porque veo que tampoco sirve para nada.

CLÁSICOS DE LA PROVINCIA 2

- ¿Hay algo peor que llenar un auditorio con dos mil quinientas personas en la Feria del Libro de Trujillo y que tu prestigiosa casa editora "se olvide", providencialmente, de enviar ni un solo ejemplar de tu obra?

- Sí. Llevar tú mismo tu cajón con 50 libros al hombro hasta allá para terminar vendiendo, con las justas, dos.

UNO

Gracias a un formidable golpe de suerte nos había tocado viajar juntos: a la misma hora y en la misma empresa en nuestra recién estrenada y envidiable calidad de autores invitados, así que, cuando vi a María Luisita aparecer en medio de la mancha de viajantes del terminal terrestre lista para embarcarse a Trujillo con su morey y su cajón de libros a cuestas, toda atlética y dichosa rumbo a la primera feria de nuestras vidas, experimenté una suerte de súbita iluminación, una epifanía: ser escritor en el Perú tendría siempre no sé qué aura de mística guerrera, no sé qué invisible y extraño glamour. Ser escritor era pajita, pese a todo.

- ¿Dónde se ha visto que una autora de tu talento tenga que transportar su obra a la espalda? - la amonesté, ligeramente escandalizado.

- Mira, huevón -me contestó- mi editorial es chica y ni siquiera tiene stand allá. Nadie se va a enterar de que mi libro existe si no lo llevo yo solita.

Como mi editorial sí que era grande y nada hacía sospechar la sorpresota que -para variar- me esperaba, el asunto me sonó admirable, casi heroico y se lo dije: mis respetos, chola, dicho lo cual la ayudé a cargar tamaño bulto, cuidando de no afectar demasiado nuestra definitiva imagen de jóvenes glorias de la literatura nacional. Dábamos un poquito de pena, la verdad, pero optamos nomás por cagarnos de risa de lo costeante de la situación y caminamos juntos hacia el mostrador para asegurarnos de que nos asignaran asientos contiguos, mas cuando la señorita encargada cotejó nuestros boletos con la información de su computadora, se nos acabó, allí sí, todita la gracia:
- Lo siento pero sus boletos no corresponden al mismo bus.
- No puede ser. Si es la misma hora, la misma línea.
- Pero los han puesto en dos servicios diferentes: la señorita viaja en vip y el señor en super vip.
La diferencia entre uno y otro son cuarenta luquitas que te dan derecho, en realidad, a treinta grados más de inclinación en el respaldar de tu asiento porque, por lo demás, el sánguche de jamonada polaca y queso fundido, la gaseosita y la película pirata que te pasan son los mismos. Pero dejémonos de engreimientos: si todo aquello era gratén tampoco había que quejarse tanto. ¿Dónde creíamos que estábamos? Era absolutamente lógico que los invitados de honor como Echenique viajaran en avión y que los otros, digamos, los del deshonor, chapáramos nomás nuestro rico interprovincial, pero que, también existiera odiosas jerarquías entre un bus-camión y otro que superaba, de lejos, los pronósticos más surrealistas. "Te apuesto que a Bayly no le pasan estas cosas" - rezongué, frotándome la nuca. María Luisa soltó la más faltosa de sus carcajadas. Ahora se entendía del todo por qué nuestro James había declinado tan cordialmente de participar. Los vuelos nacionales carecen de first class.

DOS

He de reconocer con hidalguía que los groupies del cuate Bellatín son bastante más churros que los míos en el supuesto negado de que yo cuente siquiera con alguno mínimamente presentable. Y el hecho, asaz arrobador, de que el chico Ezio Neyra fuera así de bonitico no me consoló gran cosa frente a la amarga constatación de que su foto apareciera del mismo tamaño que la mía -es decir:enana, a guisa de estampilla- en el vistoso catálogo de la Feria. ¿Había derecho? Ah, infortunio. Oh, desolación. Pero como de uno dependía querer ver el vaso medio vacío o medio lleno, pasé de página rápidamente para descubrir, no sin asombro, que anunciaban sin foto al laureado don Eduardo González Viaña. ¿Podría yo sobrevivir a semejante afrenta sin dedicar al llanto, por lo menos, una noche completa? O mejor aún: ¿podría Ampuero? ¿Existe algo peor para un escritor que no salir en la foto? Dios tenga misericordia. No se lo deseo a nadie, ni siquiera a mi peor enemigo que, como se sabe, nunca va a ser el mejor escritor. Pero no hay que serlo para ser programado en un mega evento literario. Sabido es que una buena manera de ser invitado sin tener -como Willy, por ejemplo- ningún libro reciente qué presentar es asegurándose de pertenecer al nunca bien celebrado team Los Orozco. Aquel del Yo-los-conozco-son-ocho-los-monos. ¿Remember? En ese caso siempre habrá pretexto para tenerte en el menú. Se puede, por ejemplo, armar una mesa redonda titulada "Los amigos de Alfredo" en la que, contando sabrosas anécdotas suyas, podrás colgarte un ratito, haciéndote un poco el pelotas, de su fama. Pero yo me pregunto: ¿cuándo se mosquean del todo y organizan el coloquio "Los amigos de Iván"? Allí sí que les van a faltar sillas. Porque de que los tiene, joder que los tiene. Ahora que me lo pienso, caigo en la triste cuenta de que carezco de los amigos adecuados en el medio. Eso significa que, como escritor, no voy a llegar nunca a ninguna parte. ¡Auxilio! ¡Quiero ser amigo de Gustavo, de Alonso, de Santiago! ¡Necesito ser amigo de Iván Thays! Porque, por si no se han dado cuenta: Thays rima con Bryce. So now think twice.

TRES

Tras haberle rogado en balde a los muchachones del Fondo de Cultura Económica para que nos hicieran el favor de exhibir el precioso libro de mi amiga, andaba yo compadeciendo la suerte del maestro Luis Enrique Tord. A causa de alguna desinteligencia, sus libros no habían llegado a tiempo y él había tenido que presentar su flamante Fuego Secreto con el único, solitario ejemplar que llevaba en la maleta. En ejercicio de tales piedades andaba cuando se me ocurrió constituirme en el stand de mi muy respetada editorial para ver si mi humilde producto -Grandes Sobras- había sido correctamente acomodado en la ubicación preferencial que todos los autores esperamos siempre para nuestras obritas, tan sufriditas. Ni bien llegué, todo entusiasta, recorrí despaciosamente los blancos anaqueles con la mirada: todo lo que vi fueron libros de recetas de cocina, más libros de recetas de cocina y todavía más libros de recetas de cocina, (todos escritos, como es obvio, por adivinen quién). Disimulando que acababa de entrar en perinola y haciendo gala de una candidez más bien impostada, le pregunté a los vendedores -como si lo ignorara- qué creían ellos que podía estar aconteciendo. Me respondieron que mi libro, sencillamente, no figuraba entre los títulos que se les había ordenado llevar. Siendo que faltaba solo un día para mi presentación interpreté entonces, frente a los pundonorosos organizadores, una sencilla pero significativa pataleta. Les dije que si el libro que presuntamente iba a presentar no existía en la ciudad, era mejor que me ahorrara el roche y me quedara en Huanchaco nomás, rumiando cachangas hasta el empachamiento. En cuestión de minutos, eficacísimos, los anfitriones movieron cielo y tierra y lograron la difícil luz verde de la casa matriz. Mis libros estarían allí a primera hora -me prometieron- y efectivamente, ni bien despuntó el alba, allí estuvieron. Cinco ejemplares en total. Tal es la cifra: cinco libritos contra dos mil quinientos que, según versión de Natalie Hooker del comité organizador, es la capacidad máxima de asistentes del abarrotado auditorio en que me tocó hablar, la noche del lunes -siempre omitiendo al gran ausente- para luego, durante horas y horas, autografiar condoritos, buenhogares, fascículos de esoterismo, boletos de micro, antebrazos, camisas, poemarios de Bécquer y García Lorca y hasta la Biblia del mormón. Firmé y firmé sobre todas las superficies imaginables excepto la de mi propio librito negro. Supongo que eso debe de convertirme en el escritor más aborrecido y boicoteado de esta Lima fariseo, pero eso no importa mucho cuando puedes ser el escritor más apapachado de Moche, Laredo, Limoncarro, Huaranchal y Alto Chicama. Así que, por si esa noche no me escucharon, se los repito: Gracias, Trujillo, te odio con ternura.

EL PORQUÉ DE LAS COSAS

En la isla de Vancouver -cuenta el escritor Eduardo Galeano-, los indios celebraban torneos para medir la grandeza de los príncipes. Los rivales competían destruyendo sus bienes. Arrojaban al fuego sus canoas, su aceite de pescado y sus huevos de salmón, y desde un alto promontorio echaban al mar sus mantas y sus vasijas. Vencía aquel que se despojaba de todo.

Lo único que me falta en esta vida es una licuadora. He comprado siete licuadoras en los últimos cuatro años. Pueden parecer demasiadas licuadoras para tan poco tiempo pero no. No son tantas si consideramos que en los últimos cuatro años me he mudado catorce veces de casa, seis veces de ciudad y tres veces de país. Vista así la cosa ya el número no suena tan alto, ¿se fijan? Tampoco es que me compute un lama tibetano pero puedo vivir perfectamente sin las cosas que otros parecen necesitar con desesperación. Puedo vivir, por ejemplo, sin auto, sin olla arrocera, sin plancha, sin tostadora, sin celular y, por inverosímil que parezca, también puedo vivir -más tiempo del que nadie se imagina- sin televisor. Lo que no puedo -y lo sé bien porque lo he intentado- es vivir una vida sin licuadora. La razón, increíblemente, no es el pisco sour que ahora nos hemos puesto de acuerdo en venerar, tampoco el milkshake: sucede nomás que dificulto vivir sin limonada de limón licuado entero, ni sin albahaca para el tallarín verde, ni mucho menos sin culantro para el seco, ni siquiera sin ají molido. ¿Y por qué diablos he tenido que comprar tantas?, ¿se puede saber? Porque viajar llevando una licuadora en la maleta de mano me parece una indignidad. No es dable. Si el vista de aduana te revisa el equipaje y te la encuentra, vas a dar lugar a malos entendidos, a que te miren como el ama de casa ahorrativa que nunca has sido ni serás. Creo que, al igual que con los polacos furtivos, tampoco es bueno encamotarse ni un poquito con las licuadoras porque después, llegado el momento, no vas a poder llevártelas contigo y se las vas a tener que dejar, a guisa de austera herencia involuntaria, a algún amigo que quizás no la merece. Si alguien me preguntara entonces cuál es la velocidad promedio a la que viajo por la vida, tendría que responder que me muevo aproximadamente a 3.5 mudanzas (o a 1.5 ciudades), por año, o lo que es lo mismo: a dos mudanzas por licuadora de, por lo menos, cuatro velocidades: chop, mix, pureé, liquify.

Aprendí a no aferrarme ni siquiera a las computadoras en que escribo desde la tarde lluviosa en que, con la mejor intención del mundo, mi buen amigo Augusto Thorndike dejó olvidada la pantalla plana de mi vieja HP en un baño del aeropuerto de La Guardia por entrar al vuelo a echar una meada. Casi me pongo a llorar cuando me llamó de Lima, muerto de la pena, a contármelo. La suerte estaba echada. ¡Había perdido para siempre aquel monitor lleno de stickers que tanto valor sentimental tenía! ¡Mi monitor Huáscar! ¡Cuántas noches insomnes me había pasado sentado delante de él! ¡Cuántos relatos rechazados por los editores había escrito infructuosamente en aquella trajinada pantalla que ahora yacía abandonada en un urinario vil, cubierta de pichi y de ignominia! Qué importaba. Igualito nomás, llegada la hora de regresar, introduje con muda resignación el ahora mutilado CPU de mi pobre PC en una maleta negra y lóbrega como un ataúd. Embutidos a los lados, el teclado y el mouse (ambos inalámbricos) eran los últimos, dignos vestigios de un antiguo esplendor, Ahora, en cambio, mientras esto escribo, parecen abochornados de formar parte de esta computadora Frankestein, de este vulgar amasijo de partes propias y ajenas. Los pobres mouse y teclado inalámbricos no toleran la humillación de tener que chambear unidos a este aparatoso monitor antediluviano y seguramente bambarén, sin duda comprado a cincuenta cocos o menos en algún tugurio de la avenida Wilson. Pero lo cierto es que: pantalla plana, esférica o hexagonal, estos artículos siguen saliendo igualito nomás. Así que a las pelotas con el valor sentimental de las cosas materiales.

Una vez, relojeando por Circuit City, una de esas megatiendas de cachivaches electrónicos, llegué a pensar que había llegado el momento de tener un i-pod. Alucinen. Yo, un i-pod. Yo que carezco de la eficiencia tecnológica necesaria para que al aparato que está a la entrada del banco le salga un puto ticket con numerito. Yo todavía. «Si todos en el subway tienen siempre un i-pod puesto se supone que yo debería tener uno también», fue la impecable lógica del momento, de modo que agarré y, casi sin mirar cuánto costaba, me lo compré. Salí de la tienda verificando que no me embargaba ninguna emoción en particular. Lo saqué de la cajita y lo quedé mirando con la misma felicidad que te produciría ponerte a contemplar un tajador: era plano, rectangular y blanco. Tenía una pantallita como de calculadora, una redondela al medio y, claro, los audífonos blancos que religiosamente se enchufaba todo Nueva York. Me leí íntegro el manual de instrucciones y de lo poco que entendí pude colegir que para lograr que a aquella huevonada le saliera algún sonido había primero que 'subir' toda la música de tus discos a una computadora para luego "bajarla" al adminículo en cuestión, lo cual te obligaba, de paso, a saberte de memoria los nombres de todas las canciones y de todos los intérpretes para poder luego ubicarlas alfabéticamente en el infinito menú. Francamente. Me pareció muchísimo más esfuerzo del que estaba yo dispuesto a desplegar para algo tan pedestre como escuchar música. En mis tiempos, con machucar play te bastaba. Obvio que ni bien llegué a Lima le regalé el indescifrable juguete nuevo a mi pequeña ahijada que, pletórica de júbilo, me escribió un e-mail diciéndome que ya lo estaba usando para ver sus videos de High School Musical y que era, de lejos, el mejor regalo que le habían hecho en toda su vida. Difícil creer que se refería al rectángulo ese blanco con bolita al centro. Fue la última cosa completamente inútil que me compré en Estados Unidos.

La primera cosa útil que me compré al regresar aquí fue un hermoso futón o lo que es lo mismo: un sofá-cama, uno enorme, rojo y bien mullido. Y no porque estuviera planeando recibir a muchos huéspedes precisamente, sino porque como allá me tocó dormir en tantos y tantos de ellos, terminé acostumbrándome por completo y hasta comencé a extrañarlos, a preferirlos, de lejos, a los camastros convencionales. Ostentan la enorme ventaja de ahorrarte el fastidio de tener que tender tu cama todos los pinches días de tu vida: te levantas, los regresas a su posición inicial y ya está. Son una completa genialidad. Nada como las cosas que parecen una y en realidad son dos, las que se camuflan, las que se disfrazan, las que se transforman, sin ningún problema, en otra cosa. Un sofá-cama, por lo demás, es un magnífico recordatorio de tu transitoriedad, sirve para que no te olvides nunca que hoy estás acá y mañana quién sabe, que, en tu raudo vuelo, esta es una escala técnica nomás, que aquí todo es prestadito y solo por mientras, que en esta casa vas a ser bienvenido todas las veces que quieras, siempre y cuando no se te ocurra incurrir en la impertinencia de permanecer más tiempo del estrictamente indispensable.

domingo, mayo 20, 2007

BORRIQUITO COMO TÚ

"Leer o morir", nuestro post pasado sobre libros y profesores provocó un inusitado y apasionante tsunami de cartas, algunas de las cuales nos revelan -acaso sin querer- lo que realmente está ocurriendo con la educación peruana y nos lo explican mejor que una veintena de sesudos analistas. Aquí, algunas de las más ilustrativas reacciones de nuestros lectores (algunos de ellos, maestros), todas ellas debidamente respondidas con la habitual desorientación básica de este educando.

Debo manifestar mi profunda preocupación porque en un diario de marcado prestigio se pueda utilizar un lenguaje extremadamente vulgar para denigrar a los maestros de nuestra patria. El señor Ortiz manifiesta descender de una familia de profesores, pero no duda en llamarlos "profes".

Siguiendo su lógica, yo soy un maestrucho iletrado, infame, pichiruchi, adalid de la ignorancia, mantecoso cónsul de la mediocridad suprema que se resiste con uñas y dientes a que certifiquen la inmensidad de mi ignorancia. Sepa usted que ejerzo con mucho orgullo el cargo de maestro por concurso público, estoy debidamente afiliado al Sutep y no pertenesco a Patria Roja para que no existan malos entendidos.

Bueno sería que el señor Ortiz hiciera uso de su loable profesión para investigar las causas que originaron dichos fracasos.

Atentamente,

David Esteban Espinoza. Maestro de Física Matemática I.E. San Luis 1128 y Premio Presidente de la Republica en Ciencias Básicas- 2002


Será como usted dice, galardonado y ciertamente autocrítico apóstol del magisterio nacional, pero, por respeto a nuestros lectores, cumplimos con el penoso deber de informarle que la palabra pertenezco se escribe con zeta.

Por su bien y el de su promisoria carrera, hacemos votos porque no le haya tocado un percentil ortográfico en el tan temido examen del lunes pasado.

Y mientras nosotros seguimos acumulando pistas para intentar descifrar el enigma del desastre educativo prosiga usted enseñando física, matemática. Maestrazo, ni se le vaya a ocurrir enseñar ningún otro curso, por el amor de Dios.

Soy profesor desde el año 1992 en que inicié mi carrera en la serranía de Tacna. Le escribo para desaguevarlo y sacarle al fresco, nosotros los profesores no acudimos a la evaluación docente por que no creemos en este gobierno de turno, tal vez usted sí.

Alan no tiene plan educativo, lo único que busca es puro figuretismo para quedar bien con la población. La evaluación docente es una caballada que se le ocurrió en una noche sin valium, es una patada a los maestros que tenemos el único sindicato capaz de enfrentarlo, ese es su temor.

Afortunadamente, señor Ortiz, a nadie le interesa su opinión con respecto a nosotros... ¡así que guárdesela donde usted ya sabe! ¡No podrán disolver al Sutep así usted y la Hildebrandt lo griten!

Mario Juan Gómez Arratia

Docto e ilustrísimo preceptor de juventudes, brillante faro que guía a las nuevas generaciones:
Ya que, con tanta gentileza, me quiere usted desahuevar, le voy a pedir un único favor: desahuéveme con hache, por lo menos.

Sus alumnos -que quizá hasta ayer lo admiraban- podrían estar leyendo esto. No querrá usted que lo sorprendan así, con los pantalones abajo.


Aunque no te admiro ni comparto tu manera de pensar, tu artículo me ha parecido de la puta madre.

Soy profesor y me encanta la lectura, enseño lengua y literatura en un pueblito perdido de Morropón y creo que es una gran desgracia que tantos colegas malos y mediocres hayan hecho que el profesorado vaya a parar al tacho de la basura.

Luis Javier Castillo Mena

Y quizás el modo de salir del tacho sea reconciliándose con los libros a los que aborrecen, como fehacientemente hemos comprobado líneas arriba.

No creo tener coincidencias con Patria Roja; pero estoy seguro de que, tanto Caridad Montes como tus profesores, pueden exhibir alumnos más valiosos que tú.

No hay que ser tan irresponsables al satanizar al Sutep pues no sólo le hicieron frente y sobrevivieron con dignidad a la dictadura sino que además impidieron el avance de Sendero.

El Apra ya no puede crear miles de plazas -como en 1985- para sus "cultos" militantes; está desesperada por disponer de las ya existentes y así esperan hacerlo en todas las entidades públicas, atropellando todos los derechos laborales. La sociedad civil debe estar muy atenta a los masivos exámenes que se vienen.

Fedor Llerena Dextre

Coincido plenamente en que mis profesores pueden jactarse de mejores alumnos que este modesto escriba que acabó secundaria con matrícula condicional, pero aquel sobrevaluado rollete de "haberle hecho frente con dignidad a la dictadura" ya está bastante gastadito, me parece.

Si los sutepistas salieron a las calles y lavaron la bandera, felicitaciones. Pero ojo: no sucumbir tampoco constituye la gran hazaña excepcional. Era lo que nos tocaba hacer a todos, nada más. No hay razón para pasarse la vida cantaleteándoselo a todo el mundo, como quien reclama diplomas por no venderse o condecoraciones a cambio de no robar.

Tu artículo, bien intencionado por una parte, se cae a pedazos por otra, cuando despotricas injustamente contra los maestros del Sutep.

Empeoras tu posición cuando señalas que solo tus familiares que fueron profesores, tenían méritos como tales.

¿Es que, nos quieres hacer creer que por arte de birlibirloque, quien no es familiar tuyo, está negado para ser un buen profesor? ¡Por favor, Beto! ¡Demórate un poco, tú puedes escribir mejor!, ¡no te dejes llevar por el hígado! ¿Has conversado alguna vez con Caridad Montes? ¿Por qué, en intonsa actitud, la prejuzgas?

Domingo Alegre


En ninguna parte dije que para ser buen maestro había que ser pariente mío, mi querido disléxico.
Se saluda, eso sí, su proverbial rebuscamiento que siempre palia la clamorosa indigencia de nuestro vocabulario y nos obliga a consultar la edición on line del diccionario de la Real Academia: Intonso (del latín intonsus) 1. adj. Que no tiene cortado el pelo. 2. adj. Ignorante, inculto, rústico. 3. adj. Dicho de un ejemplar de una edición o de un libro: Que se encuaderna sin cortar los pliegos de que se compone. Gracias, Happy Sunday.

Estimado señor Ortiz: solamente unas palabras para decirle que su artículo "Leer o morir" tiene el raro carácter de genial. Reciba pues un abrazo de su amigo a través de la lectura.

Leopoldo Chiappo. Psicólogo y filósofo.
Universidad Peruana Cayetano Heredia

Reflauta. Va a ser difícil volver a escribir y no muñequearse de pensar que tremendas eminencias también lo pueden leer a uno.
Se agradece la calumnia generosa, doctor Chiappo.

Te diré, Pichula Cuéllar, que tienes razón cuando dices que la mayoría de veces en internet se huevea, pero me gustaría que hagas una invitación: soy parte de una comunidad que lee libros en internet y los comparte mediante torrents, ahí se les llama ebooks que no son otra cosa que libros electrónicos, algunos los encontramos desde las mismas editoriales en formato pdf pero también hay mucha gente que generosamente los escanea y los comparte con la humanidad "because knowledge must be free", claro que tuve que aprender inglés a la fuerza ya que la mayoría están en ese idioma pero gracias a eso, amigo, leer ya no me cuesta absolutamente nada .

Saludos de Do Not Disturb

Extraordinario hallazgo. Acabo de entrar a www.torrentvalley.com/ebook_torrents.php y también a www.torrentbox.com y, en efecto, he encontrado miles de libros gratuitos que van desde Harry Potter hasta Hemingway y algunos de ellos están hasta en versión audio-book. ¿Qué esperamos? Empecemos a "colgar" libros peruanos ahora mismo. Si eso no es democratizar la cultura, díganme ustedes qué cosa es.

Apelando a tu último artículo y a tu iniciativa de sembrar libros por la ciudad te pido que así como quien no quiere la cosa me siembres un libro que no me puedo comprar: el tuyo.

Si realmente crees en lo que escribes, pregona con el ejemplo y siémbrame tu último libro. Y si no es mucho pedir que sea autografiado. Gracias.

Gustavo Velasco Puma

Sumamente mosca de su parte, jugador. Quedo a la espera de instrucciones precisas a fin de concretar dicho sembrío.

domingo, abril 22, 2007

LEER O MORIR

Mientras muchos maestros peruanos se resisten, con uñas y dientes, a que certifiquemos la inmensidad de su ignorancia, las nuevas generaciones tienden a ver los libros como objetos extraños, aburridos y anacrónicos cuando no completamente inservibles.

Pero la gente que no lee no tiene idea de lo que se está perdiendo y no es menester ser profesor para decírselo a tiempo. El título de esta nota es, en realidad, una consigna de urgencia para el 2007.

A leer, carajo. A bombardear de libros el país.¿Y todo eso te lo aprendes? - me pregunta, entre cachoso y asombrado, el reggaetonero taxista al verme subir a su caña a gas con un libro en la mano.

¿Y este?, ¿qué tiene? -se preguntará. Por supuesto está convencido de que los libros aburren porque se han inventado para obligarte a estudiar huevadas que no te van a servir nunca para nada. Debe pensar que soy una especie de chanconcete ridículo que se desvive repasando la tarea hasta cuando sale a comprar pan. No me lo aprendo, causa -le digo- porque este libro no lo estudio, solamente me lo leo.

Le suena a rocón, lógicamente y su clamorosa cara de exijo una explicación no hace sino empeorar todavía más: ¿Entonces?, ¿pa'qué chucha lees? Para hacer hora -le contesto-, es mi bacilón. Me queda mirando, ladea la cabeza como un basset hound, entrecierra los ojos como si intentara detectar la minúscula cámara escondida con la que debo estar queriéndole jugar una mala pasada tras la cual, sin duda, me burlaré a mis anchas en televisión.

¿Leer es.tu bacilón? 'Ta qué monse, oe. Y acto seguido, se recaga de la risa. Al llegar al semáforo, ya algo repuesto de su ruidosa hilaridad, me quita el libro de las manos y lo observa con la extrañeza más profunda, como si fuera un meteorito fosforescente recién caído del cielo.

Nota que tiene una pistola en la portada y esboza la leve sonrisa del que reconoce un rostro familiar.

Vuelve a reírse cuando cae en la cuenta -ah, manya- de que las tres balas que aparecen junto al arma son, en realidad, tres lápices labiales. ¿Y de qué trata? De una hembra sicaria y recontraavezada. ¿A la firme? A la firme, ¿te leo? Ya pe'.


«Como a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le daban un beso, confundió el dolor del amor con el de la muerte. Pero salió de dudas cuando despegó los ojos y vio la pistola».


Cierro el libro de un solo golpe y el ferchito frena en one, se achora, se aferra frenético a su timón cambiado: ¡sigue leyendo, pe' tamare, sigue! ¿Y de ahí qué viene?, ¡habla pe'!, ¿qué más, qué más? Sigue leyendo tú -lo reto, dejándole al bajar mi pitita edición de Rosario Tijeras del colombiano Jorge Franco, no sin antes advertirle que si la busca en Polvos, también podrá encontrarla en película y hasta en canción, en el disco Mi sangre, de Juanes.

Eso sí -le advierto- te lo regalo con una condición: que cuando lo acabes se lo juegues a otro y ese a otro y así. Pueda que ese sea el único terrorismo que estamos necesitando. Me tinca que es lo que habría que hacer por calles y plazas: bombardear con libros este país, sin misericordia ni contemplación.

Propósito de año nuevo: que los que todavía podemos comprarlos, los regalemos religiosamente apenas terminemos de leerlos.

Una vez que los has leído ya los llevas puestos, no hay lógica ninguna en acumularlos por purita ostentación culturosa, arrumarlos al infinito no le sirve a nadie más que a las polillas. Habría que imitar lo que suele hacerse en los albergues mochileros: dejas un libro y te llevas otro. Como quien siembra minas antipersonales, hay que dejar los libros regados indiscriminadamente, por todas partes, dale: olvídate adrede un libro en el asiento del micro, deja otro sembrado en la mesa del café, en la banca del parque, en el mostrador de la bodega, en la cabina telefónica, en el murito del malecón y vamos a ver qué pasa. No son pocos los que andan diciendo que la Internet ha reemplazado a los libros. ¿Ah, sí? No me digan.

A ver métanse a una cabina y ensayen una estadística sencilla: cuenten cuántos causas están jugando a dispararle a algo, cuántos andan pegadazos en el chat, cuántos husmeando porno duro con la mano en el bolsillo y cuántos buscando a quién se levantan esta noche. ¿A la Internet a leer? Pichula Cuéllar. Volver los ojos a los libros es la voz.

Presentárselos a quienes les temen o no los tienen o no se han enterado de que existen es una completa obligación y la última esperanza que nos queda para intentar siquiera comenzar a revertir la tragedia incubada desde la noche de los tiempos por las infames hordas de maestruchos iletrados y pichiruchis como Caridad Montes, esa chihuahua ojona y desquiciada que tienen por cabecilla los adalides de la ignorancia del Sutep. Acabáramos.

¡El Sutep! Los mantecosos cónsules de la mediocridad suprema. ¡Hay que verlos levantar cretinamente el puño en los noticieros!, ¡resistiéndose a ser examinados igualito que el choro a la salida de la tienda!, ¡forcejeando desesperadamente para salvarse porque se saben perdidos y culpables! Ninguna coartada es suficiente para justificar el obsceno analfabetismo magisterial. Claro que la docencia es la más noble y sacrificada de las profesiones y por supuesto que ganan y han ganado siempre una porca miseria.

A mí nadie me tiene que venir a contar lo heroico que es ser profesor en el Perú; lo sé de sobra porque orgullosamente vengo de una familia de maestros.

Mi madre se pasó 35 años enseñando a leer y escribir, mañana y tarde, en una escuelita fiscal de Breña, donde -lo recuerdo como si fuera ayer- los niños se desplomaban, uno tras otro de sus carpetas, desmayados como pollos porque los mandaban a estudiar sin desayuno.

Seis de mis ocho tíos maternos también fueron maestros: Livia y Washington, mis adultos preferidos, pasaron íntegras sus vidas dictando clases en ruinosos, paupérrimos colegitos de Barrios Altos y Huancayo en los que, de chico, pude admirarlos dando cátedra de historia del Perú, literatura, educación por el arte o geografía y en las postrimerías de una hermosa vida consagrada a la niñez en la provincia de Aija, departamento de Áncash, mi abuelo Max Abdón Pajuelo -al que no conocí- fue merecidamente premiado con las palmas magisteriales.

Estoy convencido de que cualquiera de ellos se hubiera paseado con esa cacareada y seguramente papayita evaluación a la que tantísimo miedo le tienen ahora. Así en la casa como en las aulas he tenido siempre, lechero yo, la inmensa suerte de estar rodeado de profes de verdad, humanistas genuinos que se complacían en contagiarte su pasión por las letras, la música, la pintura, el cine, el teatro.

Maestros que podían sentarse a conversar de cualquier tema con cualquiera, porque siempre estaban conectados con lo que pasaba en el país y en el mundo.

Tipos de primera que siempre iban a todas partes con uno o más libros bajo el brazo. Lo poco o mucho que haya hecho o vaya a hacer en esta vida se lo debo a ellos, tanto como el país les debe a sus impresentables sutepistas el habernos legado generaciones íntegras de prósperos cobradores de combi, siempre colgados del estribo de la historia o progresistas ejércitos de guachimanes somnolientos vigilando -en doble turno y por quince luquitas al día- el futuro diferente del Perú.