jueves, setiembre 28, 2006

LA TRITURADORA

Manzanita del Perú, ¿cuántos juicios tienes tú? Yo tengo cuatro. Dos en contra, dos a favor.

Así son las cosas en este reino boca abajo donde el Estado se venga con saña del periodista que destapa la corrupción oficial y lo arroja de cabeza a esa monstruosa trituradora en que se está convirtiendo el Poder Judicial.

Te inventan delitos tremebundos con muchos años de prisión, a ver si así logran que el resto de tus colegas se lo piensen muy bien antes de meterse con los que la llevan.

Pero a los periodistas no se nos calla trabajándonos al susto, por si acaso. Y lo que no nos quieran dejar decir en un tribunal, igualito nomás lo escribiremos aquí para que todos lo lean, al igual que estas inútiles reflexiones:

1.Que yo haya estado tratando -en vano- de volver durante las últimas seis semanas no es tan increíble. Lo increíble es que sean los probos e insospechables jueces y fiscales, o sea, «los primeros interesados en llegar a la verdad» quienes se muestren empeñados -de manera francamente contumaz- en impedir que me presente a declarar.

Como si prefirieran nunca oír todo lo que hay aún por descifrar del intrincado enigma Almeyda-Villanueva. ¿Quieren saber lo que REALMENTE pasó en ese caso? Pregúntenme a mí. Vamos a contar esa historia de una buena vez, pero -eso sí- contémosla todita.

2.El Departamento de Justicia de Estados Unidos considera que en el Perú de hoy se persigue periodistas. Por esa razón se me concede el asilo político indefinido. Eso significa que puedo quedarme legalmente en Nueva York por el resto de mi vida: sin enemigos, sin juicios, sin despellejamientos.

Con permiso de trabajo, social security, green card, seguro médico y, si así lo requiriera, hasta una pensión de desempleo. ¡Qué no darían los millones de indocumentados que salen aquí a las calles a protestar por tener la mitad de todos esos derechos que yo sí tengo y que perderé automáticamente si regreso!

3.Si regreso, tendría que dirigir una carta formal a las autoridades de inmigración de aquí agradeciéndoles su protección y, por supuesto, renunciando a ella.

Tendría que decirles: «He decidido regresar a mi país porque hay un nuevo gobierno, porque las condiciones han cambiado, porque los corruptos ya se fueron, porque ya no existe ensañamiento contra la prensa, porque confío en el Poder Judicial, porque ahora tengo todas las garantías necesarias para ejercer mi trabajo en libertad sin temor de irme preso al primer callo que pise».

Como comprenderán, al país que me abrió las puertas y me acogió cuando más lo necesité, yo no le puedo mentir de esa manera.

4.Nadie entiende por qué extrañas razones puedo estar tan empeñado en abordar de nuevo ese Titanic del que el 77% de pasajeros quiere saltar, aun cuando fuera sin chaleco salvavidas.

Si yo ofreciera canjearme por algún peruano que quiera venirse a vivir en mi lugar a Nueva York... ¿Cuántos millones de voluntarios tendría? Manden su carta, jóvenes. A ver, ¿quién quiere?

5.¿Existe la pena de destierro? Que yo recuerde, es la Biblia la que la consigna y no el Código Penal. Ha de ser, entonces, un castigo bíblico (encargado por algún saliente sumo sacerdote) el que me ha tocado en suerte. Como las siete plagas, más o menos.

6.Lo mejor que se puede hacer -en el Perú- es ponerse siempre en el peor de los casos. Ese es el caballo cojo al que hay que apostarle porque, por absurdo que parezca, siempre gana.

Absurdo -dije. Mala palabra cuando se usa en el Perú, donde lo peor que se puede hacer es «ponerse a derecho» porque, casi siempre, equivale -más bien- a «ponerse a chueco», a marchar -derecho, justamente- cual tetudo voluntario al matadero para solaz de palcos, mezzanines y cazuelas.

7.El único que alza la voz cada vez que se intenta aplastar a un periodista es otro periodista. Y apoyo de mis colegas no me falta.

Sin embargo, tras leer y releer los dictámenes de los fiscales que me acusan, compruebo amargamente que sus "elementos probatorios" son los testimonios -es decir, los dichos- de otros periodistas. Ocho, en total. De esos ocho, ¿cuántos me odiarán? ¿Siete, seis? ¿Qué de pestes habrán dicho, no? Caray, qué curiosidad.

8.Me sugieren que acuda al despacho de la defensora del Pueblo, Beatriz Merino, en busca de ayuda. Me parece buena idea y le escribo un e-mail el pasado 16 de agosto.

Jamás me responde. Eso debe querer decir que yo no califico como "pueblo", ¿qué soy, entonces?, Probablemente, un cerdo burgués.

9.Quedándome corto, una vez más, en mis cálculos más pesimistas, me pongo como plazo para regresar a Lima el 31 de agosto.

«Que te quiten la orden de captura es cuestión de días», vaticinan -en julio- los abogados. Informo a mis empleadores aquí que sólo trabajaré hasta el 31. (¿Te vas a tu país? ¡Quién como tú!) Hago lo mismo con el dueño del depa que alquilo y lo desocupo. Cambio por quincuagésima vez la fecha de mi boleto y la fijo para ese día.

Por último, devuelvo el televisor, el microondas, la lámpara, el sofá y la computadora a las mismas calles de donde los recogí en perfecto estado a fin de que sigan sirviéndole a nuevos prófugos del mundo. Desecho sin pena todo lo que no cabe en mi mochila. Han pasado catorce días desde que el plazo se venció. Catorce días sin casa.

Peloteado de aquí para allá. No te deprimas -me dicen todos. También me dicen: «Por algo pasan las cosas», «si me necesitas, me avisas» e infinidad de fórmulas por el estilo. Mayoritariamente aconsejan paciencia, yeah, right, paciencia.

10.En la acusación fiscal en mi contra por presunto encubrimiento real en agravio del Estado se dice textualmente que quien esto escribe «tuvo conocimiento de la conducta antijurídica del procesado César Almeyda Tasayco (audio Almeyda-Villanueva) y, a sabiendas de ello, lo ocultó, pese a que constituía material probatorio de vital importancia en la investigación a que estaba sujeto Almeyda Tasayco».

¿Investigación? ¡Pamplinas! ¿A qué investigación iba a estar sujeto Almeyda si -en su calidad de sicario, hoy traicionado, de Toledo- era intocable? Los únicos que lo investigamos fuimos los periodistas porque, a la sola mención de su nombre, jueces y fiscales se ponían a temblar y le archivaban toditito.

Mal podría yo haber querido encubrir a alguien como Almeyda, a quien fui uno de los primeros en denunciar cuando a mediados del 2002 me envió a una amiguita suya como emisaria para intentar persuadirme de que emitiera, en mi programa, una tristemente famosa entrevista que era el Plan B de Toledo para evitar reconocer a Zaraí. Los elefantes nunca olvidan.

11.Desde que supe que el audio existía, todos mis esfuerzos tendieron a persuadir a mi fuente de que entregara el material, y a los responsables de los medios, de que me publicaran la historia.

Esto último era complicado ya que las pruebas con que contaba eran frágiles pues NUNCA TUVE ESE AUDIO EN MI PODER y, así lo hubiera tenido, podía haberme tomado todo el tiempo que fuera necesario para culminar mi investigación, pues ninguna ley peruana me obligaba a publicar una información ni muchísimo menos a entregarla a las autoridades.

Haber escuchado el contenido del audio tampoco es delito pues si así lo fuera tendrían que incluir en la denuncia a la infinidad de personas que lo escucharon antes que se hiciera público: Coqui Toledo, el general Mora, Daniel Lazarte, el periodista Fernando Viaña y un largo etcétera. Nullum crimen nulla poena sine legem -eso me enseñaron en primer ciclo de derecho penal: No hay crimen ni pena si no hay ley. Y no hay ninguna que tipifique los imaginarios delitos que me imputan.

12.Cronología de ciencia ficción. El 21 de abril, el fiscal superior Pedro Angulo solicita que se archiven todas las acusaciones en mi contra porque no encuentra mérito para abrirme instrucción.

El 13 de junio, la fiscal suprema transitoria María de Lourdes Loayza Gárate expide una resolución discrepando con el dictamen de Angulo y opinando que debo ir a juicio.

El jueves 20 de julio -aún con Toledo en el poder- sale al aire la promoción del reportaje que, tan generosamente, me dedicó Día D de Canal 9, anunciando la mala nueva: mi regreso.

Las imágenes de archivo me muestran en Lima. Como es natural, alguien monta en cólera. Al día siguiente: viernes 21 (una semana antes del cambio de mando), se informa que el fiscal superior Pedro Angulo ha cambiado -por iluminación divina- de opinión y me ha formulado acusación por encubrimiento. Esta noticia se hace pública el 21 de julio. ¿Y saben cuándo formuló la acusación? El 24 de agosto.

Más de un mes después. Hasta hace poco, en el suplemento de humor político El Otorongo, yo escribía una sección que, premonitoriamente, se llamaba: Noticias del Futuro.

13.Solo a mi proverbial promiscuidad le debo el no haber terminado -todavía- durmiendo en el último vagón del tren N que es el ideal porque es el que tiene el recorrido más largo: casi dos horas en total. En cuatro viajes, mal que bien, completas tus ocho horas de sueño. Y hasta tiene aire acondicionado. ¿Les dio risa? A mí no. Créanme. Quedarse en la calle no tiene nada de divertido.

14.Me siento afortunado, sin embargo, porque conservo lo más importante de todo: mi libertad. Porque, eso sí: primero muerto que encerrado. Ahora que me mato pidiendo que me dejen acudir a declarar y no me dejan, me queda clarísimo que a mí no se me incluyó en la denuncia del caso Almeyda para esclarecer ninguna verdad.

Es evidente que eso es lo último que les interesa pues muchas de sus conclusiones son risibles: no tienen mayores pistas sobre lo que realmente ocurrió.

A mí se me denunció por pura revancha popy-toledista, con la única finalidad de meterme a la canasta «mientras duren las investigaciones». O sea: años y años. ¿Alguien sabe cuánto tiempo llevan presos Miguel Salas, el 'agente Sun' y Ruth Díaz Méndez, la viuda del general Villanueva? Treinta meses.

Dos años y medio. ¿Han sido sentenciados? El juicio ni siquiera empieza todavía. ¡Treinta meses presos! Casi mil días enjaulados. ¿Saben qué? No tienen derecho de hacer esto con la vida de la gente. Y encima ahora pretenden que yo le pague reparación civil al Estado, al mismo Estado que me tiene completamente reventado hace tres años. ¡Reparación civil! ¿Quién me devuelve a mí estos tres años perdidos? Espero, en verdad, que sus hijos o los hijos de sus hijos lean esto algún día y sientan, por lo menos, un poquito de vergüenza. Porque esto que ustedes hacen es monstruoso.

domingo, setiembre 17, 2006

ESE VIEJO LIBRITO MORADO

Solo tiene sentido regalar las cosas que uno más atesora para que la gente tenga idea de cuánto se le quiere -o se le quiso- y, sobre todo, para vivir arrepintiéndote por el resto de tus días. Esta vieja carta a un perfecto desconocido es justamente eso: la breve historia de un regalo.

Estimado muchachón:

¡Quién no quisiera ser este libro!

Si nos guiamos por la escritura a lápiz de su última página, lo compré en marzo de 1988 en trescientos cincuenta que, en realidad, deben haber sido treinta y cinco soles. Recuerdo bien que lo que me convenció de llevármelo conmigo no fueron los poemas (pese a que yo asistía gansamente al Taller de Poesía de la Universidad, aún no sabía quién era Lucho Hernández). Tampoco el chuchumeco lila de su portada ni los dibujos animados a plumón ni la sonrisita interbarrios del autor en la contraportada. Lo que realmente me animó a gastarme mis ralos ahorros de redactor chistoso del suplemento "NO!" fue el providencial papel de seda de que estaban hechas sus páginas. No lo compré en un arranque lírico de periodista beat con alma quebradiza. No. Lo compré para rolearme centenares de tronchos con él. Esa es la verdad. La primera vez que quise a Luis, lo que quería era fumármelo. Estoy seguro de que a él le hubiera encantado que lo hiciera. No me lo fumé, sin embargo, porque al abrirlo al azar me topé con esto:
A TODOS LOS QUE ALGUNA VEZ
ME ABANDONARON
DIOS LOS ILUMINE
CON LA LUZ QUE CUBRE
LO PERDIDO
A partir de entonces me enamoré perdidamente de este rechucha, busqué por todos lados la viejísima edición que hizo Sologuren de Las constelaciones, inventé pretextos para conocer a sus hermanos Max y Carlos, me entrevisté con sus amigos del alma Luis La Hoz, Fedor Larco, Édgar O'Hara, Nicolás Yerovi, rastreé sus pasos ebrios por el cine Colina, los bares de La Herradura o la Avenida 6 de Agosto, donde toqué el timbre de su casa y me metí -con engaños- a husmear, buceé en el archivo hemerográfico de una biblioteca y me robé varios de sus poemas de puño y letra que arranqué salvajemente de sus sagrados cuadernos. En una caja de Leche Gloria en el garaje de mis padres guardo doblado en cuatro el desteñido original de:
Te amo ?-1
Eres un amor
Irracional).
Pero no fue ese el único delito cometido en su nombre. Me robé también la macheteada copia de Una impecable soledad, el corto documental que, sobre él, filmó el pobre Cartucho Guerra y luego de proyectarlo en un homenaje, me lo llevé del Aula Magna en el viejísimo Datsun de mi viejo -tal, como según cuentan, él (Hernández, no mi viejo) habría hecho alguna vez con una copia de Yellow Submarine del cine Roma. Hice reportajes sobre él que no alcanzaron ni 5 puntos de rating en Panorama y, finalmente, me pasé una noche en casa de Betty Adler, la célebre frazadita hoy convertida más bien en mullido edredón, tomando chelas y comiendo pizza en su depa del malecón, contemplando la silenciosa belleza en foto de su hijo Danny y haciendo preguntas y más preguntas enfundado en mi mejor disfraz de fan sicópata: un polo negro estampado con una ampliación de su libreta tributaria (que, me olvidaba, robé también). Huelga decir que aquella memorable charla que -con más engaños- propicié y que culminó con la exhibición de la carta previa al suicidio: Betty: Mi felicidad está fuera de toda esperanza. Hoy me voy a matar.- terminó convertida -Dios mío, soy horrible- en una crónica de Somos de título obvio (La musa del poeta) que Ampuero ilustró con las fotos que, "de recuerdo", nos tomamos frente al Suizo.
He escrito todo eso para contarte que, desde entonces, cual si se tratara de un talismán o de la Biblia pringosa de una beata vieja y fea, este librito de marras me ha acompañado siempre por doquiera -nótese la exquisitez del lenguaje-, me ha hecho la taba -decía- por todos los vericuetos o recovecos de mi existencia -tan accidentada ella, tan a salto de mata- y no sabría decirte a ciencia cierta por qué, acaso porque en sus suaves páginas, en la achori ternura de sus palabras creí encontrar ese extraordinario brillo que muy rara vez detecto en los humanoides. Ha ido conmigo hasta las cúpulas extrañas de la dorada Tailandia y conmigo también a las feroces conferencias de prensa en las que me tocó volver a explicar interminable, inútilmente, que nunca he violado a nadie (todavía). Ha ido conmigo a los desoladores burdeles de Amsterdam, donde un muchacho marroquí se aprendió de memoria:
I gotta go now
and if sadness reaches me
I'll cover myself
With the water of the sea
And I won't die anymore
And I won't
Y ha ido conmigo también a las nieves enloquecedoramente blancas de Valle Nevado en Chile, donde la carátula se rasgó y hubo que remendarla con un pedazo de masking tape de los que usábamos para marcar los cassettes de Betacam (y por eso hasta ahora se lee: "Beto Chi" (Contra lo que pudiera pensarse, la sílaba que falta es "le". Le, le. Viva Chile). Ha ido conmigo por calles y plazas, por las líquidas y umbrías calles de Belén en Iquitos o por los ostentosos pasillos alfombrados del extinto Hotel Plaza de Nueva York. Ha ido conmigo cerca de ocho o diez veranos seguidos hasta el extremo último del muelle azul de Huanchaco, donde releyendo y releyendo como un loco de la calle me sentaba a esperar que llegara un futbolista trujillano deslumbrado por las bonitas cartas que puntualmente recogía cada semana en la sección paquetes, y ha ido conmigo también a ponerle girasoles -en su faraónico sepulcro de Pére Lachaise- al gordito cabro ese al que le decían Oscar Wilde y al que los enamorados le piden milagros mediante cartitas y cuya losa está -qué cosa absurda- toda cubierta por miles de besos de mujer. Este libro pues, chiquillo, ha estado en todas partes. Ha estado en la Guerra del Cenepa y ha estado siempre a mi lado convenciéndome de que me quedara, que no he visto nada todavía:
NO MUERAS MÁS
OYE UNA SINFONÍA
PARA BANDA
VOLVERÁS A AMARTE
CUANDO ESCUCHES
DIEZ TROMBONES
CON SU AÑIL CLARIDAD
Cuando todo falló, cuando todo se hizo mierda de nuevo, allí estuvo -siempre fiel- este librito incomputable: DIOS PONGA CABE A NUESTRAS LÁGRIMAS. Allí estuvo para volver a levantar de sus esplendorosos escombros esta estúpida alegría que llamamos esperanza. La eterna acuchillada. La sufridita. La indigna. La cenicienta esperanza. Y, sin embargo, la única aguachenta gasolina que a veces nos queda. A mí, por ejemplo, en este momento, mientras afuera un sol asesino lo cocina todo y en los esféricos parlantes de mi PC canta La Ley, a mí que me queda solamente una esperanza pequeñita: que cada vez que abras el buzón de tu correo electrónico y vuelvas a no encontrar una carta mía, tomes este libro -que ha significado tanto en mi desierto- entre esas manos tuyas que tú no tienes cómo saber cuánto amo, esboces una muy leve sonrisa y, leyendo cualquier página al azar, me recuerdes con esa difuminada alegría que es, en realidad, la nostalgia de lo que nunca ocurrió.
Qué más te puedo decir. Qué otra cosa que no sea repetirte lo que ya sabes, que yo daría absolutamente cualquier cosa por ser este libro. De alguna manera, quizás lo sea y esté llegando a ti en este sobre manila acolchadito y repleto de estampillas, vía air-mail. Cuídalo bonito como si fuera tuyo, ¿ya?. Chau, pues. Cuídame bien.
Beto

martes, setiembre 12, 2006

LOS ANTIGUOS ESPIRITUS DEL BIEN

Es reconfortante saber que todavía quedan lugares en el mundo donde a uno lo esperan con los brazos abiertos. Una amiga que los visita con frecuencia me dice que le cuesta trabajo creer cómo estos gallos que alguna vez se computaron pechugones pavos reales: que hace poquito nomás tuvieron a su total disposición más montañas de billete y más poder del que nadie en el planeta necesita, hoy se comportan como mansos palomitos. Que más que presos, parecen colegiales bullangueros, collerita jovial y relojera de barrunto populoso.

Pienso en eso y casi me dan ganas de hacer mi ingreso triunfal, con maletas, sobretodo y lentes Ray-Ban en Saint George: Come on, boys, do you believe in love? Me da risa imaginar a Wolfenson encabezando el comité de bienvenida y llevando en la mano -no es indirecta- una legendaria botella de Moet Chandon. Wolfenson, sí, el dueño del inolvidable diario El Chino, ¡quién todavía! A poca gente en este mundo he odiado tanto como a él: algunas de las peores horas de mi vida se las debo al vómito negro de sus arteras primeras planas. Una vez me lo encontré, cara a cara, en un restaurante rififí y estuve a punto de romperle una silla en la chichera cabeza, de meterle un tacle, una quebradora (peso cien kilos) y, de postre, un pollo en el ojo. El tiempo ha pasado, sin embargo, y creo que ahora no tendría ningún problema en darle la mano.

Total, de repente también tiene mamá, extraña a su esposa o hasta llora en las Nochebuenas cuando habla por teléfono con su hijo. De repente una vez cedió su asiento en el autobús, compró un boleto de "Fe y Alegría" o, qué sé yo, le hizo cariñito a un perro callejero. De repente entre toda esta gente que la cagó y a la que ahora todos arrojan pepas de mango baboseadas hay un filántropo o un genio, un erudito en orfebrería Chimú o un poeta surrealista. "Ahora no matan una mosca" -me jura esta amiga- "La cárcel los ha vuelto así". Le creo. Para que los hombres se vuelvan defensores locos de la libertad, nada mejor que encarcelarlos. Nada como la fatalidad para que los hombres se abracen.

"Si a mí me pasara todo lo que te pasa, yo me suicido" -se me ha dicho últimamente, más de una vez, como si hubiera una sola persona que supiera qué me pasa. Nadie sabe lo de nadie. ¿O sea que si vienes te vas en cana? ¿O sea que a tus viejos les embargan la jato? Pucha, cholo, qué fuerte -te dicen, como quien ensaya alguna frase de consuelo. Pero ¿por qué te pasan esas cosas?-se preguntan. Pero, pero, pero, ¿cómo es posible? Es posible, simplemente. La desgracia está allí siempre, merodeando -como mosca- por el aire. Nada es más posible que la catástrofe, mis queridos.

Y lo más probable es que "esto que me pasa" no sea nada comparado con lo que le ha pasado a un montón de gente que está leyéndome y que me canjearía, sin titubear, su vida por la mía. Bien fácil es hablar: si una bala me confinara a una silla de ruedas, si mi esposa quedara embarazada de otro, si arriesgara los ahorros de toda mi vida y los perdiera, si mi Elisa diera positivo, si tuviera que ver a mi padre enmarrocado, si al doblar la esquina atropellara un niño y lo matara, si hasta mi propia familia me tirara la toalla, si llegara a gastarme todo el sueldo en comprar coca, si mi hijo amaneciera alguna vez muerto en su cama, puta madre, me suicidaría. ¿Ah, sí? No me digas. Apuesto que no te suicidas nada. Apuesto que aprietas los dientes y guerreas. Bien fácil es hablar. Lo difícil, lo imposible es ponerse en el lugar del otro.
- Tú no sabes lo que es esto.
- ¡Ya me imagino!
- No. No te imaginas.


El disparo que te va a hacer mierda viene siempre de donde tú menos te imaginas. No existe modo de que nadie se imagine nada. Aquel de quien tú menos sospeches será el primer voluntario a la hora de jalar el gatillo, luego de lo cual -si, por mala puntería, quedas vivo- tu misión será, como siempre, hacerte otra vez el cojinova y acordarte nomás de ese poema bellísimo que te hacían repetir cada mañana en el colegio: Señor, que yo no busque tanto ser perdonado, como perdonar. Algunas veces, como con Wolfenson, lo logras y le echas tierrita.

Otras veces, fracasas con roche y, con todo derecho, perseveras sin descanso en el difícil arte del rencor. Les voy a contar muy someramente y sin mencionar nombres ni detenerme en los peores detalles, una historia horrible que solo mis mejores amigos saben: en el año 2002, cuando la vida me mostraba su mejor sonrisa Kolynos, quise remodelar la casa de mis padres para adaptarla a las nuevas exigencias de su edad y, claro, para hacerla más bonita de lo que -para mí- ya era.

Cuando el momento de iniciar las obras se acercaba, me tocó pensar adónde los mudaría durante el tiempo que durara la construcción y ya andaba yo buscando algún departamento en primer piso por las zonas más apacibles de Lima cuando recibí la llamada de una pariente. Por el bien de todos, llamémosla así. Esta pariente, muy católica ella, se pasaba las noches en vela rezando maratones de rosarios a nombre de su pariente favorito (yo) en gratitud -decía, siempre tan lacrimosa- a lo mucho que la había apoyado en sus momentos álgidos, vamos, en las caídas hondas de los Cristos de su alma.

Estaba casada con un embetunado y otrora exitoso profesional al que las vacas flacas se le habían venido, pero, en estampida: estaban completamente reventados de deudas, la Sunat los tenía del pescuezo, la cantidad de plata que debían en décadas de arbitrios municipales era mayor al precio de venta de su casa y sus múltiples acreedores grandes y pequeños ya habían ejecutado tantos y tantos embargos a sus bienes que lo único que les quedaba eran sus camas y un jueguito de comedor de plástico blanco de esos que siempre se usan en las cebicherías.

Por si todo eso fuera poco, se habían visto obligados a sacar a su hija más mimada de la universidad pituca en que estudiaba y habían tenido que pedirle, con el dolor de su alma, que se buscara un trabajo, cosa que la princesa, por supuesto, no encontraba ni quería encontrar. Supongo que no hace falta decir que, en este caso, fue elegido como paño de lágrimas, una vez más, el pinche celebrity de tan aristocrático clan de prehistóricos ancestri italiani, el chico de la tele: Don Pelotudo Producciones, para servirlos (que, a partir de ahora, abreviaremos D.P.P.). Incontables veces tocaron, contritos, a mi puerta en pos de tremendos préstamos en verdes que yo, conmovido hasta los mondongos, siempre otorgaba y que, así pasaran los meses y los años, jamás hicieron siquiera el ademán de pagarme ni mucho menos, yo de cobrarles. Pobrecitos, seguramente no tendrán-pensaba. Total, ni falta que me hacía.

Pero esta vez, la llamada de la pariente tenía un motivo: se había enterado de que yo andaba buscando casa para rentar y ella se había animado a proponerme que alquilara el espacioso primer piso de la suya. De esa manera -me dijo- podrían ellos ir pagando -de a poquitos- la arrugaza que me tenían y además... ¡mis padres estarían siempre rodeados de la familia! ¡qué mejor! ¡La famiglia, mascalzone!.

A D.P.P le pareció excelente idea (lo cual no es tan extraño si consideramos que poner una discoteca en Iquitos también le había parecido excelente idea«Eso sí, para que tus papás estén más cómodos» -dijo la pariente- «va a haber que hacer unas pequeñas refacciones» Dichas mejoras me costaron una pequeña fortuna e incluyeron la construcción de nuevos baños, cocinas, puertas, ventanas y escaleras, todo a cargo, por supuesto, de otro expeditivo miembro de la tribu.

Quedamos en ir descontando de la deuda un considerable monto mensual por concepto de alquiler. ¿Abogados?, por favor, ¡si somos sangre de tu sangre! Mis viejos, finalmente, se mudaron y todo fue armonía, dicha y ventura, mientras estos cachetes permanecieron en pantalla. Cuando el show mancó, la cosa comenzó a tomar, cada vez más, color de hormiga. Pero fue sólo cuando sobrevino, bíblico, el saqueo, la ruina amazónica y la paralización de las obras que salieron a relucir por primera vez esos voraces y filudos dientes. Los dientes de mis parientes.

El epílogo es facilito de adivinar: el saldo a favor se agotó y hubo que comenzar a pagar renta. Y el día que ya no les pude pagar, ¿saben qué hicieron? Echaron vilmente a mis padres a la calle, con engaños, y cambiaron la chapa. Y, de no haber sido porque de repente, un ángel se los encontró, asustados, intentando cruzar una avenida, probablemente se hubieran extraviado del todo como se extravían cientos de ancianos todos los días. No contentos con eso, los parientes se apropiaron de absolutamente todo: muebles, artefactos, enseres, ropa, todo. Los dejaron sin nada.

Ni siquiera quisieron devolverles sus documentos, ni sus medicinas. Nada. Eso -que jamás hubiera ocurrido si yo hubiera estado en Lima- pasó el sábado 4 de diciembre del 2004. No hubo nada que pudiera hacer. En ese momento yo no tenía -como sí tengo ahora- un Valle Riestra que me defienda ad honorem sólo porque él piensa que escribo bonito. Hay una denuncia puesta en un juzgado -de recuerdo- sólo para que nadie diga que yo invento. Sobra decir que a estos parientes miserables yo los odio con todito el corazón. Y las muchas veces que he deseado en secreto llegar a vengarme horrendamente de ellos, el único que ha logrado exorcizarme ha sido el viejo Francisco, con la letra de su espléndida canción:

Señor, haz de mi un instrumento de tu paz. Allí donde haya odio, que yo ponga amor. Donde haya desesperación, que yo ponga esperanza.
- Tú no sabes lo que es esto.
- ¡Ya me imagino!
- No. No te imaginas.

jueves, setiembre 07, 2006

MANCHA REBELDE

Es más o menos así: mientras el profe muge o tu vieja relincha o te ruge el zóncora como un dragón o te ronronean las tripas, se atina a buscar no sin desesperación cualquier espacio en blanco y se dibuja. No tiene que ser un papel, puede ser directamente la pared, la carpeta, el asiento del micro. Cualquier superficie es buena: madera, asfalto, tela, piel (especialmente si es ajena).

Se dibuja, plano por plano, la película que nunca filmarás. Se dibuja los músculos de los que, a todas luces, se carece. Los poderes que ninguna araña radioactiva nos inoculó. Las hembras sajironas que no nos pudimos tirar (porque no existen). La sangre que optamos por no regar (aunque nos sale igualita). Se dibuja como alternativa al desamor o al asesinato. Se dibuja con carbón como quien se encarga de encender la hoguera, con tinta china de tatuar Ches y Saritas en la carne de presidio.

Se dibuja cuesta arriba, todo el tiempo, sobre planos inclinados. Se dibuja encerrado, aislado, encogido sobre una lóbrega blancura que hay que llenar con las sombras más negras de que se disponga, se dibuja con lápices filudos como estacas que sirven para ahuyentar a los vampiros que te mordisquean, a los buitres que se pajarean, a los pterodáctilos que revolotean y, muy especialmente, a las pesadillas. Las pesadillas que merodean como tigres domesticados.

Pero ¿cómo es esa nota del talento? Según se me ha hecho entender, eso del talento es una jodienda. Saca tu línea. Nadie solicita talento en los avisos de empleos ofrecidos. Buena presencia sí, puntualidad, pero... ¿talento? Olvídate. Todo te será muchísimo más sencillo sin él. Si de todos los lugares del mundo viniste a parar justo aquí, será mejor que no lo tengas en absoluto y así dedicarte a llenador de techo te resultará más natural.

Pero si te me vas a poner talentoso, vamos muertos. Y ya se sabe que muerto el perro, comenzó la rabia.
En una galaxia muy cercana, esta historia comenzó algunos años atrás con una sospechosa trilogía de santos: Santa Beatriz, San Miguel y San Juan de Lurigancho. Tales los planetas de procedencia de nuestros anónimos héroes: Iván Visalot, Paulo Rivas y el Juanka Rodríguez.


Pero como todo trío necesita un cuarto, aquí hubo también más de un escurridizo D'artagnan como el amigo invisible Nilton Olivera, de quien -se dice- no tiene barrio conocido, desaparece como aparece, huye de los flashes que roban el alma y firma sus virtuosísimos dibujos con la involuntaria negativa de sus iniciales: NO.

Acaso marcado por el mortal influjo de los torreones ominosos del castillo Rospigliosi, el tal Iván (26) -más conocido como Tristón, recordada hiena compañera de Leoncio, el león- ya se había revelado en las páginas de Warmi -desaparecida revista de manualidades- como el más minucioso dibujante de calatas. Si Dios está en los detalles, las Visalot girls tienen que ser una especie de tortuoso evangelio arriola.

Aburrido de ganar el premio Calandria (que, además, es lo único que hay) e indiscutido capo del color, Paulo Rivas (27) ha insuflado vida a sus mejores monstruos interiores con la misma alucinada paleta con la que -mientras algo sale- se recursea como colorista digital en una editorial de textos escolares que ha de pintar a ojos cerrados.

Y por la compra de 20 dólares en productos Faber Castell en Zeta Bookstore de La Molina, nuestro prospecto de Egon Schiele: El Juanka (28), pinta contento la caricatura de su criatura, mientras usted termina de hacer sus compras y se la termina con el mismo plumón grueso con el cual volverá a pintarse la raya al fin de la jornada cuando -antes de tomar 7 combis de vuelta a casa- toque otra vez encender otro de sus superfinos negros junto con Anthony & The Johnsons en el walkman obsoleto.

Perromuerto Produxiones es, pues, como salta a la vista, una ignota manchita de estupenda tinta, una célula de genios clandestinos que dibujan mientras todo en derredor se desdibuja. Pero todo lo que se hace a escondidas termina saliendo a la luz. En el Perú, el talento nunca queda impune.

martes, setiembre 05, 2006

AGACHATE QUE VIENEN LOS VAQUEROS

Hace algunos meses, cuando la estrenaron en Estados Unidos, yo andaba por Béikersfil, una bucólica aldehuela californiana donde, malhaya mi suerte, no la daban y quizás no la den jamás y lo más probable es que puedan seguir viviendo en paz sin eso. Brokeback Mountain -candelejonamente rebautizada como Secreto en la montaña- era entonces el monotema, todo el mundo quería tener algo que ver con el asunto, desde los columnistas ultraconservadores que sufrían en ortus propio la violación del sacrosanto Marlboro man hasta los conductores de late night show que chacoteaban recomendando con entusiasmo el desconcertante primer western de la historia en que los infatigables cowboys se las ingenian también para hacerse, eventualmente, capachún.

Si la idea se nos hubiera ocurrido primero, los dos personajes centrales serían huaqueros en vez de vaqueros, o mejor aún: chalanes. Y el tema musical nominado al Oscar estaría cantadazo en la prodigiosa voz de nuestro primerísimo tenor Juan Diego Flores: "José Antonio, José Antonio, ¿por qué me dejaste aquí?".

Por respeto a las damas presentes, evitemos detenernos en la parte esa que dice: "Me acurrucaré a tu espalda bajo tu poncho de lino" porque, francamente. Ni mucho menos en aquello del "jipi japa pañuelo" que nadie sabe en qué consiste y, la verdad, preferible morirse sin saberlo.

A ver, que levanten la mano los caballeros que se animarían a amarrarse el jipi japa pañuelo al pescuezo. ¿Voluntarios? Fila india, por favor, sin empujar.

En fin, la cosa es que no se nos ocurrió a nosotros, la historia (recontra) original -porque un romance de maquillador con futbolista se le ocurre a cualquiera- salió de las insondables profundidades de la mente de una comadre que, al parecer, sabe de qué habla: Annie Proulx, ganadora del Pulitzer, la publicó en el New Yorker en el 98 y ahora no hay Cristo que la aguante -ah, no- está que da la hora con Altimatic, vendiendo como una loca su escuálido tomito de 55 páginas de amor que no se atreve a pronunciar su nombre.

Ya se sabe que -salvo El Padrino, La lista de Schindler y Lo que el viento se llevó- el libro siempre va a ser, por ley, mejor que el film, así que no será rareza -para quien lo consiga y lo lea- comprobar que se trata de una minúscula opus magna, toda una alhajita de la narrativa breve que -quizás por haber tenido que estirarla- le quedó varias tallas más grande al muy afectadillo señor Ang Lee, el tan zahumado director de esta peliculita maricueca.

Así es, acabo de verla, por fin y que me disculpen todos los cinéfilos de cebichería (y sus sandalias con talón) y, de paso, también todos los catequistas disidentes del Bar La Sede (y sus top-siders) que -según se me ha hecho saber- han entrado en éxtasis místico con la morisqueta.

Disculparán, pero eso es lo que opino. Ruego no se me malentienda que lo último que quiero es sonar homofóbico, cuidadito. Por las dudas, prometo desde ya a ese significativo diez por ciento del electorado que cuando sea presidente no nombraré ministro a ningún gay, porque el único gay del gobierno no he de ser yo sino mi novio.

Pero a lo que iba, si aún me siguen y si no me caigo: peliculita maricueca, he dicho. Aludo a solo una de las acepciones del término: peliculita cobardona. Miedosilla. Puro amague, puro queco. Demasiada floritura y poca lidia. Si estaban esperando que ante la estampa de Heath Ledger y Jake Gyllenhaal, la idílica pareja de cruditos de almanaque -tan higiénicos, tan manicurados, tan chicos de su casa, tan sin poto, digámoslo, tan sin poto- a un servidor se le fuera a vencer el elástico del bóxer Frankie y Ricky, pues va a haber nomás que defraudarlos sin piedad.

Ennis del Mar y Jack Twist -los protagonistas- no son descritos por la autora, para nada, como el gran mercón. Ennis -dice- es "zarrapastroso, de nariz arqueada, pecho cóncavo y piernas de alicate", mientras que Jack es "pequeño, con cierto sobrepeso en las ancas, una sonrisa de dientes salidos y las botas agujereadas".

Que Hollywood los haya idealizado convenientemente hasta convertirlos en cueritos de temporada, vaya y pase. Es lo habitual. Que se sepa, ningún récord de taquilla se ha roto nunca poniendo a jetearse a un par de moticucos con brackets. Pero parece que en su aparente afán de desmariconizar la cinta todo lo posible para conseguir -como dice la crítica- "conectar con el corazón de América", el honorable señor Lee prefirió dedicarse puntillosamente al hermoseo del encuadre en desmedro de un relato que, de tan cauto y pudoroso, termina -me parece- por irse en caldo.

Me refiero a ese preciosismo paisajista -tan amanerado- con que termina infestándolo todo de clichés romanticones de karaoke del mismo modo como un decorador de interiores atiborraría tu casa de empapelados, bobos y jarrones con loco frenesí.

Piense el lector en cualquier manoseada imagen de love story y les garantizo que cuando vayan al Alcázar a verla, la encontrarán: atardeceres, fogatas, lunas llenas, picnics, cosquillitas sobre la hierba, traviesos chapaleos en el río y -como no podía ser de otra manera- fuegos artificiales. Dios. Lo único que faltó fue ponerlo todo en cámara lenta y listo, quedaba redondito el especial de José Luis Perales. Salvo la única "escena fuerte" (en la que el repentino polvorín -vestido, claro- parece más un forcejeo de batida policial), estos melancólicos pastorcitos rezuman, en pantalla, tanta pasión como dos marcianos de sabor linaza.

"Ennis despertó en medio del rojo amanecer con los pantalones en las rodillas, una jaqueca mortal y Jack apartándolo de su lado: sin decir una palabra de lo sucedido, ambos supieron que habrían de seguir así por todo el resto del verano, malditas ovejas." (pág.15). Ese párrafo está filmado, tal cual. Pero hay otros, como el siguiente, que fueron suprimidos por razones de asepsia marketera:

"El cuarto olía a semen y cigarro y sudor y güisqui, a alfombra vieja y a pasto agrio, a cuero de montura, a mierda y a jabón de hotel barato". (pág.23) El cine no tiene olor -dirán-. No hay tu tía. Es apenas una muestra -publicable- de lo que era el tono del vívido cuento original antes de ser convertido en tarjeta de San Valentín.

Tampoco es que uno hubiera esperado encontrarse, pues, con la pornazo que le faltaba a su colección, pero no se entiende cómo es que la urgencia de pasarlo todo por baño maría pudo copar la cabecita de un cineasta que -como el buen Ang- ha estado siempre obsesionado por el eterno tema de la doble vida.

Desde su genial 'Banquete de boda' -en el que otro chino en Nueva York debe ocultar al mariachi para fingir un matrimonio normal y complacer a los papis- hasta su catastrófico "Hulk", su especialidad parece haber sido siempre la de pintar torturados seres dos-en-uno.

¿Será su caso? Importa poco. Además, es casado y tiene hijitos. Puede que ese sea el secreto del éxito. Del suyo, del de su película y del de casi todos los homosexuales que he conocido en la política, la cultura y la farándula peruana: primero cásate y ten hijitos. Después, levántate Chincha en peso todas las veces que se te antoje, no interesa.

Total, después te divorcias y llevas al bebe a los juegos mecánicos cuando puedas. Así funciona la cosa. Aquí y en Wyoming. "Ennis llevó la mano de Jack hacia su boca y le dio una pitada al cigarrillo. Exhaló: He estado todo este tiempo tratando de averiguar si soy o no soy. Ahora estoy seguro de que no. Los dos tenemos mujer y niños, ¿no? Me gusta hacerlo con mujeres. Pero, Jesús, no hay nada como esto." (pág.26). (¿En qué quedamos?)

Mal que me pese, Secreto en la montaña se va a llevar cinco óscares, si no son más. Mejor director, mejor película, mejor guión adaptado, mejor fotografía y mejor música. Mejor actor, imposible, porque ese ya le toca al maestro Phillip Seymour Hoffmann por Capote, otro distinguido miembro del club.

Y mejor actriz, menos, que ahí se la lleva Felicity Huffman por su rol de traca en Transamérica, con lo cual tendremos el Oscar más oñoñoy de que se haya tenido noticia. Tom Hanks y Hillary Swank lo saben bien: al final, los anormales siempre ganan.

Y hablando de anormales, he comenzado a ver fanáticos de la peli (entiendo que ahora debe decirse "pela"), usando polos estampados con la muy cursi leyenda "I wish I knew how to quit you" ("Ojalá supiera cómo renunciar a ti"), que es lo que le dice Gyllenhaal a Ledger, hacia el final, cuando ya luce un poco tión y ha comenzado a parecerse peligrosamente al vaquero de Village People.

Si de ponerse frases célebres se trata, optaba por quedarme con "¿Qué me mira, cadete?", la verdad. Pero me estaba preguntando: ¿en qué quedamos? A ver, ¿cuál es la otra enseñanza de esta parábola? Negarlo hasta el final, así te maten, esa vendría a ser nuestra segunda moraleja.

("Nuestro país aún no está preparado"). Y la tercera y más importante de todas: no parecer. Seguir jugando tu partido, los domingos. Y que a la mañana siguiente, el único comentario sea que así pasa cuando sucede, que esas son cosas de tragos.

domingo, setiembre 03, 2006

VUELTAS QUE DA LA VIDA

Actual reo contumaz, asilado político y hombre de prensa (no se puede ser ex hombre de prensa), el autor recuerda su primera entrevista con el actual presidente de la República, ex reo contumaz de la justicia peruana y ex asilado político en un descabellado paralelo.

UNO

Almojábanas boyacenses. Eso es lo que se desayunaba, cinco años atrás, en el departamentito bogotano del asilado político Alan García Pérez. Las almojábanas son unos panecillos de harina de maíz y queso -muy adictivos- que los encantadores colombianos devoran, calientes, al pie de unos pródigos hornos de los que suelen brotar también soberbias arepas, untuosos panes de bono y toda una asombrosa gama de engordantes delicias.

Se acompañan, por supuesto, con café. El mejor café del mundo, según dicen. Su aroma rotundo se esparce por el aire, cunde, se enseñorea al ser servido con generosidad en cuatro humeantes tazas con la única finalidad de despertar del todo a estos cuatro peruanos del Perú que convergen en tan pletórica mañana de la hermana República de Colombia.

Para romper el hielo y propiciar la camaradería, nuestro camarógrafo Tony García se ha permitido soltar una que otra chanza aludiendo a su improbable parentesco con el célebre refugiado (nuestra primicia), quien, fiel a las buenas maneras, le sigue la cuerda, de lo más canchero y hasta accede a la fotito del recuerdo.

Su secreta, clandestina ubicación nos ha sido finalmente revelada por Jorge del Castillo, nuestro guía y anfitrión, gracias a las intensas negociaciones desplegadas por la siempre servicial señora madre de Beatriz Llanos Cabanillas, combativa reportera de mi programa. (Corría la segunda semana de enero del 2001 y, si en ese momento me resultaba del todo impensable que Alan volvería a ser presidente alguna vez, más difícil aún se me hacía sospechar siquiera que yo habría de terminar también asilado en extramares y nada menos que durante su gobierno.

Como diría la tía Anita Barrantes, criolla antigua: ay, sobrino, quién te viera y quién te ve.)
La tarde en que, por primera vez, lo entrevisté, todavía pesaba sobre su cabeza una orden de captura tan temible y tremebunda como la que hoy pesa sobre la mía (son cachitas de la vida). Y salvo en las letras de las poco lisonjeras cancioncillas que el SIN mandaba a componer a su más preclaro juglar: Raúl Romero, Alan García no aparecía -ni en figurita- por ninguna parte. La sola mención de su nombre era mala palabra y estaba prohibidísima en la prensa amaestrada -que era el 90%- pero, de algún modo, también en la autocensurada que era el 10% restante donde tampoco se le mentaba jamás ni por error tipográfico, gazapo ni lapsus linguae.

Había sido declarado reo contumaz en abril de 1995 -como yo, ahora. ¡Qué cosas!, ¿no?- y tan lapidario calificativo solía reemplazar por completo a su nombre de pila en todas las primeras planas en virtud de una especie de regla tácita de estilo periodístico. Puestas al aire durante varios días, las promociones de la esperada exclusiva concitaron en el público una creciente intriga y, en los conductores de los demás programas, no pocos raptos de pública piconería. No era para menos.

Y no solo porque Alan tocaba, por fin, algunos de los eternos temas intocables -desde los sucesos de los penales hasta el rumor Mónica Delta, pasando por la vida amorosa de Víctor Raúl- sino porque aquella era su primera aparición estelar en la TV peruana tras nueve -imagino- larguísimos años de un destierro que, como bien recordarán, había comenzado un 5 de abril de 1992 en medio del fragor de las tanquetas y de cinematográficas balaceras por las azoteas, luego de las cuales el buen vecino Hurtado Miller lo escondió con osadía en el gabinete de su baño antes de que el entonces presidente colombiano César Gaviria mandara un avión de sus FF.AA. en su rescate.

Estoy seguro de que no estaba en su libro que pasaría casi una década antes de que le fuera posible regresar al Perú. Ni tampoco que solo dos años después, en revanchista alarde de suprema inhumanidad, el gobierno de entonces le impediría asistir al sepelio de don Carlos García Ronceros -su padre-, en lo que constituye la terrible materialización de la peor de las pesadillas que, con frecuencia, nos atormentan a los exiliados, sobre todo a los que tenemos viejitos que ya frisan base ocho.

DOS

A la nieve de Nueva York llegué la noche del 30 de diciembre del 2004 con el mismo plan, agenda y presupuesto con que 18 meses antes había llegado de Lima a Miami: ninguno. También con la misma ambiciosa meta de genuina inspiración disco: I will survive. Lo primero que hice fue recorrer, con mi fólder de recortes bajo el brazo, todas las organizaciones de defensa de periodistas habidas y por haber: todas, desde la famosa SIP hasta Reporteros Sin Fronteras.

En todas me tuvieron horas sentadazo en salas de espera cuando no me chotearon directamente. En algunas pocas me dieron cita -de acá a un mes- para acudir a exponer mi caso en inglés ante un jurado de púberes practicantes de derecho que no sabían quién era Toledo ni querían saber.
Lo más sensato era comenzar mi alocución ubicando al Perú (Did you say Beirut?) en un mapamundi para que nadie fuera a preguntar si aquello era África o Asia.

Tras cuatro horas de escucharme, por supuesto se aburrían y me daban la mano con la mejor de sus sonrisas y la promesa de una pronta llamada que jamás iban a hacer. Esta solitaria, inútil rutina se prolongó a lo largo de ocho meses.

Ya parecía un predicador loco, un disco rayado. Desarrollé un feroz odio jarocho contra todas las oenegés, pero cuando me daba ganas de tirar la toalla, volvía a leer una carta que me había escrito otro periodista peruano con muchísima más experiencia que yo en estos avatares. La carta -que surtió siempre mágico efecto en mis menguantes ánimos- decía:

"Bienvenido al club de los contumaces. En efecto, es ingrato comprobar que los periodistas son la misma ralea que los políticos y que, en lugar de defender al colega perseguido, en el mejor de los casos se lavan las manos y, con frecuencia, contribuyen con sus mezquindades a la propia persecución. Recuerda que esta es una batalla psicológica antes que judicial y política.

Harán toda clase de anuncios tremebundos en la prensa peruana y, eventualmente, lograrán colarlos en algún cable internacional para minarte la moral. No hagas caso: sonríe, da un paseo por la playa, respira hondo, lee un poema de Neruda o de quien sea, y vuelve al ataque con mas fuerza al día siguiente."

El autor de estas líneas de tan insólita generosidad es Álvaro Vargas Llosa, de todos los periodistas posibles, justo él: alguien a quien yo no había perdido oportunidad de maletear en todos los tonos: en serio y en broma, en la prensa escrita y en la hablada. Seguramente ahora le sorprenda enterarse de que fue algo así como el Paulo Coelho de esos días ásperos de impaciencia y desaliento.

La espera, sin embargo, valió la pena: una mañana de agosto del 2005 la llamada llegó: los muchachones de Human Rights First habían logrado convencer a uno de esos superestudios de abogados que solo defienden a grandes corporaciones internacionales para que tomaran mi humilde casito como quien hace una excepción, como quien cumple con su buena acción del año, haciendo alarde de caridad con el tercer mundo.

No dejaba de ser un shockeante contraste para mí escaparme cada tarde del humo de las fritangas de mi caótica cocina de restaurante para ingresar a la obscena fichería de un climatizado, acolchadísimo piso cincuentitantos en Rockefeller Center en el que, mandibulando toda suerte de delicatessen del infaltable buffet froid me esperaban mis cinco attorneys at law -o sea, abogados- mi intérprete y mi notario, dream-team este que tuvo perfectamente claro que el bad-guy indiscutido de esta historia era Olivera, desde la primera vez que lo vio morisquetear en un subtitulado monólogo en los estudios de Panorama.

Los bravos tigres de aquel estudio llamado Paul, Weiss, Rifkind, Wharton & Garrison se demoraron en lograr que Estados Unidos me otorgara el asilo político bastante menos de lo que me demoré yo en aprenderme su pomposísimo nombre completo.

TRES

Días después de emitida la entrevista que le hicimos en Colombia para Canal Dos, la Corte Suprema del período Paniagua declaró prescritas las causas contra Alan García y anuló la orden de captura dictada en su contra, y el 27 de enero del 2001 regresó. Beautiful. Yo también quiero regresar. Aunque solo sea para averiguar cuánto tiempo me toma esta vez recuperar la consabida y sobrevaluada etiqueta de enemigo público.

Supongo que es de presidentes normales joder a los periodistas que los joden. Así será, pues. Pero la cosa es que este viernes 25 se celebra el cuarto aniversario de Perú.21 y hay un tonazo en el Costa Verde que de ninguna manera me puedo perder. ¿Lo han invitado, presidente? Venga y brindemos por la libertad de expresión. Perdonará el atrevimiento pero es que también es mi diario, ¿sabe? Es mi país también, carajo.

sábado, setiembre 02, 2006

UN CUY EN BOCA RATON

Sabedor de los indecibles infortunios que le ha tocado vivir a su expectorado amigo (o sea, al autor), un diminuto y valiente personaje conocido en el mundo del recontra-espionaje como el Agente Cuy Mc Cuy se arma de valor y, sin pensarlo dos veces, vuela al rescate hacia La Florida, dispuesto a dictarle una cátedra de amistad.

¿Qué consigue? Hambre, miseria, desolación... y el imposible beso de Nicole Kidman.-¿Cómo estás? -me preguntó Cuy Mc Cuy desde su cómoda posición limeña de productor de programa periodístico dominical.

-Bien -le respondí yo, desde las profundidades del subsuelo miamense.
-¿Bien qué?
-Bien cagado.
-Ya sabía.
-Entonces no preguntes cojudeces.
-Bueno, ya, escúchame con atención: este es el plan...
-¿Tienes un plan?
-Plan fuga, Fuguet. Me harté de esta basura. Renuncio a fin de mes.
-Has enloquecido.
-Es contagioso, pues. Está decidido. Me voy a Miami a hacerte la taba.
-No seas imbécil. No vengas. Por mí no lo hagas, en serio.
-Por ti no lo hago, huevas, lo hago por mí.
-Cumplo con informarte que aquí no pasa absolutamente nada.
-No importa. Igual llego el 31.
-No vengas.
-Ya tengo mi boleto.
-Te vas a arrepentir bien feo. It's a mistake.
-Algo saldrá.
-Tú estás viniendo a cuidarme, ¿no, enano? Deschávate.
-Ya lo dijo la destacada filósofa nacional Esmeralda Checa: "Una pena entre dos es menos atroz".
-Pero un plato entre dos es menos arroz.
-Lo último que tú necesitas, Alfredo, es más arroz.
-¿Y vas a dejar tu chamba para venirte a la nada, so pedazo de anormal? Eres de otro planeta, Chato. Nadie hace eso.
-Nomás para que aprendas a no generalizar. Basura será la mayoría pero no todos, cabrón, no te lo olvides nunca.
-Eres un amigo de la concha de su madre, ¿sabes o no?
-Ya, ya, ya. Tampoco es para que te me pongas tan romántica.

TWO MONTHS LATER:
Una sucesión de desastres cotidianos lo habían precipitado al desconsuelo. El duro golpe de ver colapsar el acariciado sueño del cable y la internet propios estaba a punto de ser superado con el estoicismo habitual cuando, de pronto, les cortaron el gas y la vida se redujo a una ollita arrocera.

No sé si lo saben pero no es posible hacer tallarines rojos en una ollita arrocera. ¿Qué más puede pasar? -se preguntó. La vida le respondió, prestísima, en el acto: el casero, nuestro señor Barriga de quinta, golpeó la puerta furioso.

¿Qué estaba pasando? ¿No hemos pagado la renta? ¡Claro que la hemos pagado! En efecto, la cancelamos infalibles hacía dos semanas, pero él -que no nos conoce lo suficiente- había tardado demasiado en ir al banco para (intentar) cobrar el cheque. Dicha omisión nos había generado la efímera ilusión del saldo disponible.

Y nos había precipitado a la sección productos cárnicos, a las medialunas de la panadería Buenos Aires, a los cines de estreno, a las cebicherías de nombre extremado: "Chalán On The Beach". Ilusiones. Locas ilusiones. Pues ahora el cheque Viniball había rebotado -delito federal- y el fin de mes habría que pagar no una, sino dos armadas. Mil doscientos cocos de porrazo. Inalcanzable.

Pero el indómito Chato prefiriendo morir dijo: NUNCA. ¿Volver a Lima? NUNCA. Cualquier cosa antes que eso. Cualquier cosa. Prefiero ser jardinero. Lo fue. Un pinche mexicano le pasó el yara en el paradero. Había un cachuelo: remodelar el jardín de la jatazo de un millonario en Boca Ratón. Chamba para una semana.

Desde las 6 de la madrugada. Levantarse al alba. Los primeros días -previo corn flakes marca chancho con leche de soya- se iba de noche. Regresaba -de noche también- todo arañado, maltrecho, cocinado por el sol, dejaba aquellas sandalitas -que parecían arrancadas del espejo retrovisor de algún ómnibus Morales Moralitos- todas enlodadas en la puerta (algún día se reiría del asunto pero vaya que hoy no) y caía redondito en su colchón junior tras aplicarse los tallarines nuestros de cada día.

(Había comenzado a comprar corbatitas, caracolitos y a hacerlos con mantequilla para variar.) Regresaba a casa enterrado, hecho una calamidad. Con la peor cara de autogol que le he visto en estos meses de intensas autogoleadas.

Como diciendo: "Beatita de Humay, ¿para esto dejé mi silla de productor general?" (I told you). De pronto, la noche del miércoles llegó hecho un conejo de pascuas. Radiante, jubiloso, con inocultable cara de winner. Cosa infrecuente: cara de gol. De chumpigolazo. Me dirigió su miradita esa de "Yo me las sé todas" y habló:
-¿Adivina de quién es la jato en la que estoy chambeando?
-De Michael Jackson.
-Casi, casi. Estuviste cerca.
-Sal de acá y acábate tu fideo codito, nomás.
-En serio. A ver, te doy una pista: es negro.
-¿Guapo? (cuándo no).
-Guapo. (¿Tú también, Brutus?)
-Me sorprendes, Méndez. Mmm...a ver: ¿Will Smith?
-No.
-¿Denzel Washington?
-No.
-¿Dennis Rodman?
-No.
-Puta, no sé, ¿Michael Jordan?, ¿Wesley Snipes?...no sé quién, huevas: ¿Jeferson Farfán?
-¿Te rindes?
-Habla de una vez.
-Lenny Kravitz.
-Tienes que estar mintiendo.
-Puta, te lo juro.
-Maldito renacuajo: mañana te reemplazo. Cédeme tu rastrillo, te lo exijo.
-Alucina que nos ha estado cantando toda la tarde con su guitarra al borde de la piscina. ¡Y yo allí era el único que sabía quién era!
-¿NOS ha estado cantando? ¿A ti y a los cuatro pinches güeyes de Guanajuato les va a haber estado cantando Lenny Kravitz al borde de la piscina? Arranca, ten la bondad, arranca.
-¡Huevón, no sabes la hembra que tiene!
-Claro que sé la hembra que tiene, animal, ¿cómo no voy a saber?
-¿Es famosa ella?
-Te odio más que a mi vida, no me digas que ELLA también estaba.
-¿Por qué, ah? No sé quién será esa jerma.
-¿"Esa jerma"? "Esa jerma" es Nicole Kidman.
-¿Cuál Nicole Kidman?
-¿Cómo "cuál Nicole Kidman", pedazo de bestia, cuántas hay? ¿No viste Moulin Rouge?
-Me llegan al chopin los musicales, pero, a ver, enséñame su foto, ¿cuál de todas es?
-No eres nadie. Mira, es esta de acá... (mostrando el dvd)
-Chuuuuu.... Esta es, pues, su flaca. Ajá.
-Imbécil, y tú emocionándote con el zambo.
-No importa, el viernes regreso.
-Presenta, pues, a los patas. Llévame. No seas esto.
-Muérete.

Esa noche fuimos a "Sam's" -la socorrida tienda de cd usados de Washington Avenue- a comprar en ocho cocos un disquito del San Borja para que se lo autografiara.

Y a la mañana siguiente se llevó también el estuche de la película, un plumón indeleble y mi camarita de batalla, no sin antes dejar prendida la reglamentaria vela a San Judas Tadeo, en gratitud por el empleo concedido. A la noche regresó chochísimo y completamente inflado, como un pavo.

Lo había logrado. Kidman y Kravitz abrazaditos... con Cuy Mc Cuy al medio, diminuto y radiante, como si fuera su hijito adoptado. Y por si todo eso fuera poco, Nicole le está dando un besito en el moflete.

Adonde quiera que me mude, tengo esa foto siempre pegada en mi pared como un antídoto contra la tentación aquella de generalizar. Y si no fuera porque ahora él es un importante funcionario de una transnacional, la publicaría para ilustrar esta columna. Me muero de ganas pero no puedo. Ahora que el celebrity es él, me toca a mí cuidarle la imagen y las espaldas. Pero la foto, pucha, no saben lo que es. Es demasiado.