MANCHA REBELDE
Es más o menos así: mientras el profe muge o tu vieja relincha o te ruge el zóncora como un dragón o te ronronean las tripas, se atina a buscar no sin desesperación cualquier espacio en blanco y se dibuja. No tiene que ser un papel, puede ser directamente la pared, la carpeta, el asiento del micro. Cualquier superficie es buena: madera, asfalto, tela, piel (especialmente si es ajena).
Se dibuja, plano por plano, la película que nunca filmarás. Se dibuja los músculos de los que, a todas luces, se carece. Los poderes que ninguna araña radioactiva nos inoculó. Las hembras sajironas que no nos pudimos tirar (porque no existen). La sangre que optamos por no regar (aunque nos sale igualita). Se dibuja como alternativa al desamor o al asesinato. Se dibuja con carbón como quien se encarga de encender la hoguera, con tinta china de tatuar Ches y Saritas en la carne de presidio.
Se dibuja cuesta arriba, todo el tiempo, sobre planos inclinados. Se dibuja encerrado, aislado, encogido sobre una lóbrega blancura que hay que llenar con las sombras más negras de que se disponga, se dibuja con lápices filudos como estacas que sirven para ahuyentar a los vampiros que te mordisquean, a los buitres que se pajarean, a los pterodáctilos que revolotean y, muy especialmente, a las pesadillas. Las pesadillas que merodean como tigres domesticados.
Pero ¿cómo es esa nota del talento? Según se me ha hecho entender, eso del talento es una jodienda. Saca tu línea. Nadie solicita talento en los avisos de empleos ofrecidos. Buena presencia sí, puntualidad, pero... ¿talento? Olvídate. Todo te será muchísimo más sencillo sin él. Si de todos los lugares del mundo viniste a parar justo aquí, será mejor que no lo tengas en absoluto y así dedicarte a llenador de techo te resultará más natural.
Pero si te me vas a poner talentoso, vamos muertos. Y ya se sabe que muerto el perro, comenzó la rabia.
En una galaxia muy cercana, esta historia comenzó algunos años atrás con una sospechosa trilogía de santos: Santa Beatriz, San Miguel y San Juan de Lurigancho. Tales los planetas de procedencia de nuestros anónimos héroes: Iván Visalot, Paulo Rivas y el Juanka Rodríguez.
Pero como todo trío necesita un cuarto, aquí hubo también más de un escurridizo D'artagnan como el amigo invisible Nilton Olivera, de quien -se dice- no tiene barrio conocido, desaparece como aparece, huye de los flashes que roban el alma y firma sus virtuosísimos dibujos con la involuntaria negativa de sus iniciales: NO.
Acaso marcado por el mortal influjo de los torreones ominosos del castillo Rospigliosi, el tal Iván (26) -más conocido como Tristón, recordada hiena compañera de Leoncio, el león- ya se había revelado en las páginas de Warmi -desaparecida revista de manualidades- como el más minucioso dibujante de calatas. Si Dios está en los detalles, las Visalot girls tienen que ser una especie de tortuoso evangelio arriola.
Aburrido de ganar el premio Calandria (que, además, es lo único que hay) e indiscutido capo del color, Paulo Rivas (27) ha insuflado vida a sus mejores monstruos interiores con la misma alucinada paleta con la que -mientras algo sale- se recursea como colorista digital en una editorial de textos escolares que ha de pintar a ojos cerrados.
Y por la compra de 20 dólares en productos Faber Castell en Zeta Bookstore de La Molina, nuestro prospecto de Egon Schiele: El Juanka (28), pinta contento la caricatura de su criatura, mientras usted termina de hacer sus compras y se la termina con el mismo plumón grueso con el cual volverá a pintarse la raya al fin de la jornada cuando -antes de tomar 7 combis de vuelta a casa- toque otra vez encender otro de sus superfinos negros junto con Anthony & The Johnsons en el walkman obsoleto.
Perromuerto Produxiones es, pues, como salta a la vista, una ignota manchita de estupenda tinta, una célula de genios clandestinos que dibujan mientras todo en derredor se desdibuja. Pero todo lo que se hace a escondidas termina saliendo a la luz. En el Perú, el talento nunca queda impune.
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