lunes, agosto 28, 2006

EL GRAN CEBICHE DE LAS LAGRIMAS

Como el título lo indica, el presente artículo versa sobre la inconmensurable nostalgia del Perú perdido. También sobre el influjo que Miami ejerce sobre la nueva poesía nacional. Y sobre cómo un patita de Camacho que estudió periodismo en la de Lima -y que tendría que haber sido cantante o, mínimo, torero- se cachueleó tocando congas y cajón antes de mandarse mudar, llevando muy en alto los colores de la Patria, a Estados Unidos donde -con gran diligencia- fungió, durante dos años, de sigiloso portero de un edificio habitado por octogenarios en la misma playera Collins Avenue que le da título a uno de los intensos poemas que publicara en Hechos Reales, su ópera prima presentada, a fines del 2002, en la Feria del Libro de Miami.

Ninguno de los asistentes aquella mañana logró explicarse qué estaban haciendo glamorosas top models, afamados fotógrafos y diseñadores de modas en dicho recital. Los convocaba, sin duda, la suprema elegancia de la melancolía. Y una sorpresa: aquel joven e ignoto aeda de ancestros incas se había convertido, sin saber cómo, en el editor de la versión en español de Vogue, la revista de alta costura más importante del planeta. Remember his name: Julio Llerena Caballero. Los que antes lo batían: "¡Vago, vago!" ahora le bailan: "¡Vogue, vogue!"

Cuando un peruano llega a Miami, los peruanos que viven acá le dan la bienvenida al recién llegado invitándolo a comer un cebiche, ¿no es cierto?, ¿y eso es absurdo? No. Lo que pasa es que el que extraña el cebiche soy yo que vivo acá, así que soy yo el que tiene una necesidad imperiosa, casi biológica de cebiche y tengo que comerlo como sea y no me importa en absoluto si el otro lo que quiere es una hamburguesa, porque cuando yo llevo a un peruano a comer un cebiche en Miami lo que quiero, en realidad, es regresar, de algún modo, a esa magia de ser peruanos no solo comiéndome el cebiche con todo lo que eso significa sino, además, compartirlo con el peruano que acaba de llegar y con el cual voy a poder regresar a mi país imaginariamente.

Ojo, dije: regresar, que, una vez más, es lo que yo quiero hacer. Otra vez: yo y no él que recién está llegando del aeropuerto y viene de vacaciones y lo último que quiere en esta vida es seguir hablando del Perú y mucho menos comiendo ese patético cebiche de red snapper y sorbiendo esa leche de tigre de jalapeños con key lime que, de lejos, va a ser el peor cebiche de toda su vida. ¡Qué idea tan precaria tendremos de lo que es realmente el Perú, que lo único que se nos ocurre para reconocernos es comernos un cebiche! Increíble, ¿no? Y por supuesto, el veredicto será: No es igual. Es el primer comentario que se te ocurre apenas le das la primera probada. Pero lógico, nunca va a ser igual, pues. Esa es la idea. Uno se va, precisamente, para que las cosas no sean igual. ¡Para eso se va uno!, sino, ¿para que te vas? Una vez, Cecilia Alegría vino a hacerme una entrevista y me preguntó si yo me había venido de Lima a Miami esperando que me fuera mejor. ¡No!, ¡yo me vine con la esperanza de que me fuera peor! Alucina.

Nada vas a encontrar allá afuera aprende/salvo el aliento de las calles/y la certeza de que a algún lado/ vas a volver.

Yo toco cajón, me llega al pincho decírtelo, pero sí, pues, toco cajón. Pero, eso sí, nunca he cantado valsecitos. No, no, cuando yo comencé a sospechar que el vals era una cojudez, leí Conversación en la Catedral y me convencí del todo. Mi peruanidad no tiene nada qué ver con eso. Por eso no me gusta mucho pensar por qué me fui del Perú. No me gusta hacerlo, pero me lo pregunto. Y me respondo: me fui del Perú porque me dio la gana. Las cosas que han pasado/han pasado porque sí/cada vez son menos las preguntas

Lo que tal vez es difícil es que la gente no calcula cuán diferente va a ser la experiencia acá, sobre todo si te pasa como yo que llegué al Miami de los desesperados, de los ilegales, de la gente que no tiene más alternativa. Nadie se imagina que Miami puede tener ese rostro de supervivientes, de prófugos, de vagabundos. Pero así es, Miami está atestado de gente que viene porque no le queda más remedio. Aunque podría también decirse lo contrario, que es la gente que se queda en el Perú la que no tiene más remedio. Y también estaríamos diciendo la verdad.

Nadie nos conoce en estos vecindarios (...) pero tenemos un auto y un televisor/y el muchacho que vende gasolina/aprendió a llamarme por mi nombre.

Lo que significa estar solo, yo lo he venido a aprender recién aquí. En el Perú, la soledad era parte de mi condición personal, nunca he sido de andar en patota, tampoco he sido ningún cacherito. Pero mi soledad era electiva. Aquí, en cambio, es una condición indesligable: estás lejos de todas partes, estás desligado de todo. Aquí no tienes adónde correr. O te las arreglas o te las arreglas.

No te reconoces en nada ni en nadie. Mi collera son mi mujer y mi hija. Eso es todo. No hay amigos, ni familia, no hay nada. ¿Qué te queda? Miami es una ciudad agobiante, monga, asfixiante. Aburridísima. Ni siquiera es una ciudad. Es una aldea donde no hay nada qué hacer. Cuzco o Arequipa son mil veces más excitantes que Miami. Pero yo creo que Miami es perfecta para una sola cosa. Para escribir. Especialmente para escribir poesía. Porque te encapsula, te aísla, te encierra dentro de ti mismo. Pero no se te ocurra buscar bohemia ni mucho menos vida cultural porque no existe.

¿Por qué quisiste publicar tu libro en el Perú?Porque salía más barato.¿Nada más?Bueno, además me interesaba saber cómo lo iba a tomar la crítica nacional, o sea: mis patas.

No sé por qué sentía que el libro significaba algo así como regresar mejor de lo que me había ido. Creo que la gente lo recibió bien. ¿Sabes qué? Cuando regreso a Lima todavía siento que estoy en mi cancha, que estoy jugando de local. Pero cuando pienso en mi casa, ya pienso en Estados Unidos. A veces hasta me descubro hablándole a mi hija Abril en inglés, o sea, let´s go to the bathroom, no? Abril baja con prisa/de la silla/y olvida -como es lógico- los deberes de la tarde/arroz y pollo frito que dejará enfriar.

Los temas que yo elegí son temas tan manidos: el desarraigo, la soledad, el amor a la mujer o a los hijos que...el riesgo de escribir mala poesía es inmenso, pero como diría Chabuca Granda, cada canción con su razón, es decir, tuve que tener bien claro que Abril Llerena tiene que funcionar como personaje literario porque salvo a mí y a su vieja, ella no tiene por qué importarle a nadie. Ayer mi hija llegó hasta mi cama/protestando a gritos por mi sueño/despierta/acabó la noche -me dijo.

Hechos Reales esquiva el melodrama, su ternura es económica, casi tacaña ... ¿O pudorosa?

No es pudor, es un asunto de verosimilitud, más bien, yo me puedo pasar la noche hablándote de mi hija o de mi hermano, pero la literatura tiene que ser verosímil, Vargas Llosa decía que cuando investigaba para La Fiesta del Chivo se encontraba con eventos tan espectaculares y tan increíbles que decidía no ponerlos en la novela porque nadie se los iba a creer. Ayer en el televisor /la fundadora de la sociedad/de alcanzados por un rayo/declaraba amar la vida y los cielos azules. Me parece mejor sugerir las cosas que decirlas.

Uno aspira a que la gente entienda la sutileza, cuando yo digo: el noticiero ha anunciado mucho frío pero eso es algo que yo puedo soportar. El lector agudo se preguntará: ¿Y qué es lo que no puede soportar? Se lo preguntará, ¿verdad? Ese es el mérito del libro, espero. Es una emoción áspera, sí, tienes razón creo, es una ternura casi cruel. ¿Será por eso que, de cariño, mi esposa me dice "mi hielito"? Tal vez es una cuestión más de personalidad que literaria, yo no soy efusivo. Soy tímido, seco, medido. A mí el televisor me tiene capturado/acabo de encontrar una película espantosa/y he decidido verla hasta el final.

He seguido tocando con un grupo de música negra peruana, tocando cajón, congas y también con una orquesta de peruchos que anima fiestas en Miami Beach. En Lima, en cambio, en Barranco tocaba una noche con La Sarita y la siguiente con Del Pueblo, del Barrio Pero esta chamba de Vogue como que no le hace mucho juego a un ex percusionista de Del pueblo, del Barrio, que no era precisamente, una banda muy fashion, ¿no? Ja, ja, ja

Yo no sé. Me ha pasado que hay mañanas en que me despierto pensando: soy Forrest Gump, me pasan las cosas y yo no sé ni por qué me pasan. Entro en tu casa como un objeto invisible/el mal necesario/y me invitas a llevarme las bolsas de basura/abrirte las botellas de licor/cambiarte los bombillos quemados de la sala. Yo vengo de un barrio ficho, vivía en Camacho, mi vecino era el cholo Toledo, alucina, estudiaba en la de Lima. O sea, pues, yo no era ni del pueblo, ni del barrio y, de pronto cuando tenía que tocar, como había que cargar las congas y todo eso, yo llegaba manejando la cherokee de mi viejo, bien hijito de papá, pues, ¿no?

Pero yo nunca me tragué ese cuento. Y paraba metido en el Festival de Juventudes Comunistas y tampoco me la creía, pues. Lo importante no es estar, sino saber por qué diablos estás. Y yo tenía una razón: quería tocar. Punto. Y te exhibes sin reparos/y apareces como el hombre en estado natural/el mono que escupe y bendice su jaula/que calienta su carne y se la come/y luego se duerme frente al televisor. Podía tocar feliz de la vida en un antro de fumones, qué importaba si yo lo que quería era tocar.

Yo he cantado música clásica, he cantado el Stabat Mater, el Mesías de Haendel completito con el Coro de San Fernando. Conozco tu reino. A los 16 años, quería ser cantante o torero, pero me cambió la voz y ya no pude cantar y, pucha, matar toros me dio una pena... Sé a qué hora despiertas/a qué hora vuelves del trabajo/conozco a tus amigos/la ubicación inmóvil de tu cama. ¿Cómo cuernos vine a parar a Vogue? No tengo idea. Dejé cientos de copias de mi currículum durante dos años por todas partes hasta que -cuando ya creía que nunca me iban a llamar de ningún sitio-me llamaron.

Y dio la casualidad que había una persona que estaba casada con el amigo de un amigo y me dieron una tarea: me encargaron que hiciera una crónica común y silvestre. Y la hice y se quedaron fascinados como si lo que hubiera escrito fuera pues, el cantar de los cantares y luego me dijeron que lo que buscaban, en realidad, era un editor para Vogue en español. La cagada.

Después de dos años como portero, portero de edificio, imagínate...¡si me llamaban de El Chino también iba corriendo! Alguien supone desde afuera/tu secreta vida interior/transita por tu puerta y te imagina vivo/tras la puerta. Me moría por escribir. Y yo no sabía nada de modas, yo usaba medias de dos colores como Kiko Ledgard y usaba polos blancos misiazos, pues, con logos de Don Vittorio, de margarina Manty, de E. Wong.... nada qué ver con modas, si me acuerdo que, una vez, estábamos de shopping y mi viejo encontró aquí, en una tienda, una camisa de 500 dólares y se quedó lelo, escandalizadísimo y yo, peor. Y ahora mi chamba consiste en hablar de camisas que cuestan 1000 dólares y de pantalones que cuestan 3000, así que ahora cuando veo uno de 300 digo: chucha, qué barato. Yo, en cambio, tengo memoria/de tus hechos reales/tu rastro inútil, hermoso/por la tierra.

Lo disfruto, sin duda, pero es mi trabajo. ¿Puede llegar a ser una aventura? Sí, hermano. Puedo escribir artículos muy cojudos, sobre exposiciones de arte como una a la que fui el otro día de diseños de zapatos de Salvatore Ferragamo, centenares de zapatos y ... no había ni mierda qué decir al respecto de nada y tuve que hacer, pues, mi investigacioncita y descubrí que el tipo este era un ricachón italiano con suerte y me largué a contar la historia del tío porque la exposición era una aburridera. Lo paja es que yo escribo lo que me da la gana y nadie me edita.

Por ejemplo, entrevisté a Ricky Martin y me esperaba pues lo que te esperas cuando vas a entrevistar a Ricky Martin, o sea, un auténtico huevonazo, ¿no? Pero me encontré con un personaje bien interesante. Y le escribí una nota nada chupamedias. Y él me dijo, por ejemplo, que en Bangladesh, la gente cantaba de memoria sus canciones en español y que "¡Joder, eso era mágico!" Y escribi "¡Joder!" que no es lo usual, pero yo lo puse y allí se quedó y créeme que ese no es, en absoluto, el lenguaje de Vogue en ninguna parte del mundo. Me puedo, además, dar gustos, entrevistar a gente, a mujeres, solamente porque las quiero conocer en persona, como me pasó con Susan Orlean, la autora de El ladrón de Orquídeas que yo acababa de leer el libro y de ver la película Adaptation y me había encantado. Así que, como estábamos por empezar la temporada Primavera-Verano...
¿La temporada primavera-verano? ¡Ja, ja, ja!


No te rías, pues, es que en eso tengo que pensar ahora, ¿no? Es una revista de moda, no te olvides. Y la directora dijo: "Ay, empieza la primavera, ¿no hay algún libro que tenga que ver con flores?" ¿Las Flores del Mal?

Claro, "Prohibido suicidarse en primavera", ¿no? y, bueno, ya te imaginas, escucharon "orquídeas" y dijeron: nice! ¿No? O sea, regio, cholito. Pucha, no paré hasta conseguir la entrevista que, de repente, a la revista no le interesaba un pepino, pero a mí sí. Y mientras haya gente que sepa un culo de modas, yo seré la contraparte porque soy, simplemente, el único huevas al que se le ocurre cómo contar todas esas historias.

La editora de alta costura viene y me explica, ¿sabes qué? hay una sección especial de no sé cuántas páginas sobre el rosa y, bueno, tú sabes que el rosa estuvo muy de moda en los 80 y la tendencia está regresando con mucha fuerza y tal y tal y tal... ¿Y yo? Normalazo. Te lo escribo, nomás, causa. Como si fuera un experto.

1 Comments:

At 4:10 p. m., Anonymous Anónimo said...

Interesante la historia del pata, ojala que no lo lean los del Vogue porque a pique lo empiezan con cara de asi-que-asi-no?...esa especie de toque de rey midas al reves que tienes cuando hablas de alguien,,,como eso del private morrison, que dejo como perejil al pavazo de Wayo,,,porque no te escribes algo de Jaime Bayly, que ya empieza a aburrir con su programa...

Saludos,
Fickus

 

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