TRAICIONES PERUANAS.......
Algunos lo llaman idiosincrasia. Otros, mucho más precisos: criollada. Para nosotros -los peruanos que vivimos fuera y que no nos queda otra que pelear conscientemente contra eso- se trata, simple y llanamente, de una nefasta maldición nacional. Y no son pocas las veces en que, a pesar de todos tus esfuerzos, vuelves a claudicar y permites que se te salga una vez más todita la peruanada.
A continuación, algunos ejemplos que intentan descifrar el enigma de nuestra internacionalmente famosa mala imagen, aquella de la que tanto nos gusta responsabilizar a desdentados panelistas televisivos y que -todo indica- se debe, en realidad, a ese mayoritario estilacho que tenemos de navegar sin bandera por la vida para boicotearnos solitos, para traicionar nuestros propósitos mejores por creernos siempre los muy entradores y cancheros. Bien vivos somos.
Estampa Costumbrista 1:
La superestrellaOmitamos su nombre. Supongamos que se llama Gloria porque, en el fondo, eso es lo que es. Una Gloria nacional. Una rutilante supernova del firmamento artístico iberoamericano. Algo caída en desgracia, pero estrella al fin. Imaginemos que, en alguna lejana ciudad, usted ha llegado por accidente a uno de esos cócteles de intelectuales influyentes y ha terminado, sin saber cómo, conversando de tú a vos con la non plus ultra de una de las mayores casas editoriales de Estados Unidos quien, al enterarse de que usted es peruano, le confiesa lo mucho que le interesaría publicar -para toda América y España- la autobiografía de Gloria. "¿Cómo podría hacer para establecer contacto con ella?", le pregunta y usted, siempre tan conmovedoramente servicial, coge su celular, la llama y se la pasa. Todos quedan muy felices de la vida.
Luego de firmar un contrato millonario con la editorial y de bocinearlo a los cuatro vientos, loca de contento, Gloria lo llama a usted y le dice: "Eres lo máximo. Siempre lo he dicho: eres el mejor. Tú tienes que escribir mi libro, cholito lindo, amorcito, corazón, te adoro".
A usted no le hace ninguna gracia escribir un libro que otro va a firmar y mucho menos si se trata de una 'autobiografía' ajena, pero, en un súbito arranque de locura regalona, Gloria le hace a usted una oferta que no puede rechazar y, por supuesto, una vez más, sucumbe a la tentación del desastre y acepta. La editorial ha dado un plazo de nueve meses para completar un libro de 350 páginas. Moco de pavo no es. Hay que correr.
Convienen verbalmente -porque son amigos- que Gloria abonará el 25% del monto acordado al inicio y el resto contraentrega de cada capítulo terminado que es como se estila entre ustedes, los negros literarios. "¿Cuál es tu número de cuenta para hacerte el depósito?", pregunta Gloria. Usted, nacido inocente, se lo da. Le da también el índice tentativo que ha pensado para su libro y sugiere un título hiperbólico, recibiendo a cambio un muy entusiasta: "¡Los de la editorial están encantados contigo!".
Okey, creo que hasta aquí ha quedado meridianamente esbozada la situación, ¿verdad? Vayamos ahora a las tres posibles soluciones con que podría culminar el conflicto planteado:
a) Gloria deposita en la cuenta de usted el monto inicial acordado y usted le escribe el libro de marras a la exacta medida de su ego, cobrando sus haberes puntualmente con cada episodio terminado.
b) Gloria se desanima a medio camino y decide que, pensándolo bien, usted cobra muy caro o escribe horrible o se demora demasiado o las tres cosas juntas, así que -como no hay contrato de por medio- le dice que la disculpe pero que no está quedando del todo satisfecha con los resultados, le paga de buena fe por todo lo trabajado hasta la fecha, le vuelve a agradecer por ayudarla a obtener un contrato tan absurdamente bueno y santas pascuas, buena suerte y hasta luego.
c) La peruanada: Luego de cuatro semanas de completo silencio, Gloria lo llama para decirle, amiguito, que la disculpe, que no vaya a creer que se ha olvidado de usted pero que en estos días anduvo como loca, que ha estado en mil cosas, que ha tenido que hacer una cantidad de gastos terribles -la vida en Lima está carísima, ya no se puede- que la editorial todavía no le entrega su cheque (usted se ha enterado -por boca de la propia editora- que asciende a medio palito verdolaga) y le implora que por favor no sea malito y la espere unos diitas, una semanita a lo mucho, amiguito, que le jura por la vida de sus hijas que de eso no pasa, pero que, por ahora -¡se muere de la vergüenza!-, le puede depositar, como máximo, la cuarta parte de lo que acordaron, cosa que, como es fácil adivinar, tampoco hace jamás.
Fascinado observador de la conducta humana, queda usted flotando abstraído en la infinita vía láctea de sus pensamientos largo rato, pues esta vez transcurren ya no cuatro semanas ni cuatro meses, sino las cuatro estaciones completitas: aparece el sol, brotan las astromelias y con ellas, la alergia al polen, el verano feroz enciende las pieles, se alfombra el asfalto de hojas amarillas, sobrevienen -etéreas- las nieves, regresa, otra vez, el sol y cuando usted ya ha rociado el asunto en cuestión con ingentes cantidades de cal viva, de repente, en la edición internet de un periódico chambría, Gloria anuncia para julio el lanzamiento mundial de su libro, que promociona desde ya con el mismo título que usted le puso con esa tremenda pluma que tiene, tan inspirada.
Estampa costumbrista 2:
La coleguitaLuego de tres años sin verla, la coleguita te llama desde un taxi Tico en Lima para decirte: "Gordo, llego mañana a la una de la tarde a La Guardia en el vuelo 478 de Delta que viene de Atlanta". Le preguntas: "¿Quieres que vaya al aeropuerto a recogerte?" Te responde: "¡Mostro!" Le preguntas: "¿Te vas a quedar en mi jato?". Te contesta: "¡Claro, mostro!" A ti también te parece mostro. Por fin vas a ver a tu gran amiga después de tantísimo tiempo. Gran amiga.
Gran emoción. Gran expectativa. Te despiertas más temprano ese día, preocupado por levantar el clásico campamento de los sofás-cama, echas un vistazo al baño a ver si hay jabón y papel higiénico y a la refri para cerciorarte, hombre soltero, de que haya, por lo menos, algo de beber.
Para evitar posibles atolladeros, inicias la larga travesía a las once, catay. Llegas al terminal a las doce y cuarto, chumay. Muy calmadamente, con el bere-bere criollo de aquel tu paso peruano, te diriges al tablero a buscar el vuelo 478 de Delta que llega de Atlanta y te encuentras -no con uno- sino con dos inconvenientes:
1) El vuelo 478 de Delta no existe.
2) Ni uno solo de los doscientos vuelos que llegan procede de Atlanta. En realidad, todos los vuelos de Delta hacen escala obligada allí, pero ninguno registra Atlanta como punto de partida. Mala voz.
Una esperanza: hay un vuelo 5478. Se habrá comido el cinco, dices. Pero ese vuelo viene de Charlotte, North Carolina. ¿Será que hizo un Lima-Charlotte-Atlanta-New York? Qué itinerarios extraños los que impone el canje publicitario, piensas. Lo único cierto es que la coleguita puede estar llegando en cualquiera de esos doscientos aviones o en ninguno. Pero ya que se equivocó en el número de vuelo, quieres creer que la hora de llegada que te dio anoche desde su Tico, será, por lo menos, la correcta.
Te paras con tu mejor cara de "Welcome to the Big Apple" frente a la puerta de llegadas nacionales a la una en punto, confundido entre esposos con ramos de rosas y uniformados choferes de limosina con pizarritas. Apoyas ceremoniosamente tus espaldas en una columna y tu rostro delator esboza una plácida expresión de budista zen, perfectamente mentalizado para esperar, con la paciencia perfecta del que nada espera.
¿Posibles epílogos de esta bonita historia? Solamente dos:
a) Tal como lo sospechabas, ha sido una pequeña desinteligencia la involuntaria causante del desencuentro. Te dictaron mal los datos o el vuelo se retrasó o se adelantó significativamente o, por último, se canceló por huaico en la Carretera Central. En cualquiera de los casos, la coleguita que es tu amiga, o cualquiera de sus productores y asistentes de producción que tienen -toditos- tu número de celular (que, encima, está clonado con un número de Lima y llamarte les cuesta lo mismo que una llamada local) te llamarán, como siempre, muy agilitos, con la misma presteza con que acostumbran llamarte a pedir toda suerte de datitos y gauchadas y te dirán: "Ya no esperes más, lo que pasa es que ocurrió esto y lo otro y aquello" a lo que, sin duda, añadirán un infaltable: "Pucha, sorry". ¿Les parece suficientemente malo este final? Espérense un ratito. You ain't seen nothing yet.
b) La peruanada: De una a dos de la tarde esperas nomás como todo un soldadito. A las dos y cuarto llamas a su celular de Lima. Nadie responde. No puede haber pasado nada -piensas- porque si así fuera, te hubieran llamado. ¿No es para eso que tienes celular? A las dos y media empiezas a doblarte de hambre. A las tres decides echar un vistazo por la zona de equipajes. A las cuatro te empiezas a cocinar por dentro en tus jugos gástricos.
A las cuatro y cuarto vuelves a llamar a todos los teléfonos posibles y tampoco. A las cuatro y media eres un completo cebiche de bilis porque no solamente no llega sino que tampoco llama, por la parimpamputa. Nadie llama. ¿No es para eso que uno tiene celular? Tratas de disculparla: de repente te ha mandado un e-mail que no has leído. Tampoco. Cero mensajes. Te cagares. A las cinco de la tarde alguien te contesta por fin en esa muy efervescente oficina de Lima en la que, al parecer, la noticia nunca se detiene.
Tratando de tomar aire, preguntas dónde (chucha) está la bendita coleguita. "Entrevistando al cónsul", te contestan. "¿Pero cómo?", retrucas, con la aguja marcándote extremo recalentamiento de motor. "¡Llevo cuatro putas horas esperándola en el aeropuerto!". Te responden: "Ay, pero si ya llegó a Nueva York hace uff, montón de rato, en la mañana. Pucha, qué pena". "¿Estamos completamente seguros de eso?", pregunto. Lo están: "¡Pero claro!, ¡ya nos llamó, ya hemos hablado!" Al promediar las seis de la tarde, coleguita se digna llamar por fin desde su apacible alojamiento en algún lugar de la ciudad y no se le ocurre mejor cosa que decirte: "Creo que ha habido un pequeño malentendido".
Un malentendido, claro. Un peruanísimo malentendido. Que me desmienta Ese dedo meñique si me equivoco: Con un "Pucha, sorry" hubiera quedado mucho mejor.
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