ANGOSTO DE AMARGURA
Un boleto regalado hacía años por el Día del Periodista, un pasaporte casi repleto y una maleta con rueditas fue lo único que me traje de Lima en junio del 2003. Traje también a cuestas, por supuesto, una aplastante y pelotuda depresión que debo haber ido dejando regada como arena gruesa por las calles del East Village como quien arrastra un pesado costal que, felizmente, tiene hueco.
Al pasar por los controles migratorios, no tenía modo de saber por cuánto tiempo me habría de quedar aquí. Creía que sería un par de meses a lo mucho, y eso fue lo que le dije al oficial que me puso el clásico sello de D/S, que significa during status, o sea: quédate mientras la visa dure. Para nada estaba en mi libro que empezaba un exilio que iba a durar sabe Dios cuánto.
Ninguno de mis pocos buenos amigos de Miami fue a recibirme porque no les avisé. Llegué nomás, cual paracaidista, de buenas a primeras. Los llamé recién desde un teléfono del aeropuerto.
Cada vez que me preguntaban: "¿Qué haces por acá?", yo hacía lo posible por no responderles la verdad: que no tenía ni la más remota idea. Gustavo y Carlos, camarógrafos de los buenos tiempos del Panorama de inicios de los 90, se turnaron en acogerme con gran hospitalidad en sus estresadas nuevas vidas floridenses, ambos con mujeres, casas, hijos, perros.
Para mí, era el inicio de una decisiva fase de mi historia: el período nómade. Los primeros días fueron errabundos, mochileros y, digamos, hippies. Días de sleeping bags, colchones inflables y sofá-camas. Andrés, otro camarógrafo peruano que es dueño de una productora de video, me ofreció un trabajo que se hubiera pintado perfecto para mí si no fuera porque lo último que yo quería era trabajar y muchísimo menos trabajar en televisión.
Lo que quería, en realidad, era dormir. No tenía fuerzas para nada. No jalaba. Me moría de sueño las 24 horas del día. Me quedaba dormido en cualquier parte como si en vez de 35 años tuviese 90. Y ese maldito calor tan paralizante de Miami no hacía sino empeorar esa horrorosa sensación de haber sido disecado vivo. Yo pensaba que estar deprimido significaba estar triste. Nada que ver. Para sentir tristeza es necesario justamente eso: sentir. Y creo que, salvo el sueño y el calor, ya no sentía nada.
Cero dolor, placer, deseos, sentimientos. Era como si -en un acto de caridad cristiana- me hubieran sacado todas las vísceras para impedir que me pudriera.
Por si no lo he repetido lo suficiente, diré otra vez que ese conjunto de malls y autopistas con mar caliente que es Miami fue el escenario de mi propia pesadilla americana. Allí descubrí lo que era realmente estar recagado, hundido, en la última lona. Y, como no producía un dólar, tuve que comenzar a vender las pocas cosas de valor que me quedaban como solo suelen hacerlo los drogos en angustia. La única diferencia es que no me las fumé, me las comí. La primera víctima fue mi laptop, que se convirtió en dos meses de dieta desbalanceada: atún y Nescafé, tallarines y más tallarines.
Después correrían igual suerte mi reloj de pulsera y un soberbio libro autografiado por un gran escritor que, estoy seguro, sabrá comprender y no se enfadará conmigo cuando se lo cuente. Pero, eso sí, cuando se enteraron que también me había comido la Canon XL, mi nuevecita cámara de TV, Gustavo y Carlos casi me estrangulan: "¡Eres una bestia!, ¡aunque sea nos hubiéramos puesto a grabar bautizos!" Ahora sé que fue también la manera que encontré para evitar la tentación de ponerme a grabar suicidios.
Los tres primeros meses: junio, julio y agosto me parecieron tres años, y si bien estaba legalmente en Estados Unidos, no tenía autorización para trabajar, lo cual me servía de perfecta justificación para continuar vegetando en mi esplendoroso estado de coma. No me sorprendería enterarme de que he sido el único migrante hispano tan respetuoso de las leyes y la verdad. Es que no me explico por qué no chapé más rápido mi wok y mi espumadera en lugar de dedicarme a lamer al infinito las heridas como un pitbull que ha perdido la pelea.
Aunque, pensándolo bien, sí me lo explico: quería permanecer despatarrado en el piso hasta que alguien viniera a recogerme con cucharita. Iba a esperar bastante ciertamente, pues, por mucho que lo intentara, ningún hombre iba a ser capaz de hacerlo. Los hombres -los malagracias y los querendones, todos- carecemos por completo de ese misterioso chip apapachador que ellas -casi siempre- poseen. No había duda de que este era un trabajo para una mujer, y ese estoico papel lo aceptó Rocío -otra ex integrante de aquel Panorama de emigrados y hoy productora de Discovery Channel-, quien tomó la posta, me recogió una mañana del Aventura Mall y, literalmente, me adoptó: me llevó a su casa, me sobrealimentó y me cedió la alegre y colorida alcoba de Sophie, su hijita de dos años que más tarde se convertiría en algo así como mi ángel sanador.
Fue un milagro que la minúscula camita con edredón de Dora, La Exploradora no se desfondara con mi peso. Pasé la mayor parte del tiempo dormido en aquella cama de juguete, ovillado como un puerco espín con delirio de persecución.
Tengo la impresión de que, algunos años antes de la extraña mutación que me transformó en el fatuo insufrible de la tele, hubo un tiempo en que debo haber sido buena gente. Lo que me lleva a pensarlo es el inmenso cariño con que los viejos amigos de correrías reporteriles se turnaron en proporcionarme los primeros auxilios. Para suerte mía, ellos solamente conocían al antiguo.
Con el aire acondicionado a full y las persianas cerradas, Rocío me dejó hibernar las primeras dos semanas.
De repente, como la enfermera recia que obliga a pararse y caminar a un recién operado, una soleada mañanita me desahuevó: me levantó muy temprano (¡arriba, gordito, arriba!), me llevó a rastras, primero, a la ducha fría y luego ante una sobrecogedora PC encendida frente a la cual pronunció una sentencia atemorizante pero redentora: "¡Escribe, carajo!".
Obedecí. Tampoco me quedaba otra. Las primeras cosas que escribí me salieron atroces. Textos resabiosos, tremebundos o, como dicen los charapas: renegridos. Parecían las letras del peor compositor de rock subterráneo. Tenía razones de sobra para estar amargo. Amargo de Angostura. O Angosto de Amargura, más bien. Poquito a poco -conforme drenaba el pus- mis notas fueron mejorando y así pude volver a publicar en este diario unas esporádicas, famélicas columnitas de apenas 200 palabras que me costaban jornadas íntegras completar.
"Vamos a armar tu resumé", fue la siguiente orden de Rocío. Resumé es currículo en gringo. Ella estaba empeñada en insertarme -a patadas- en el mercado laboral. "No puedo, no tengo papeles", pretextaba yo. "No importa. Que te los saquen ellos", me respondía. Imprimimos resumés como posesos y los repartimos en su carro cual volantes del Emmanuelle. No hubo canal, estación de radio, revista o diario de Miami que no recibiera su ejemplar pero nada pasó.
Semanas después, recibí la primera respuesta: el broadcaster mexicano Ángel Gonzales -más conocido como El Fantasma- me esperaba en las oficinas de Fonovideo.
Yo había oído en Lima una serie de historias tétricas sobre él, pero me pareció un tío inteligente y simpático. Hablamos largamente de política y farándula peruana y, al final, me propuso algo que sonaba a regalo de los dioses: conducir un programa de TV en alguno de sus muchos canales en Centroamérica. Quedamos en volver a reunirnos la semana próxima para ultimar detalles pero -cosa rara- jamás volvió a llamar ni a contestarme el teléfono. Creo saber cuál fue el motivo. Gonzales, como se sabe, es el propietario de dos televisoras en Lima: Canal 13 y... Canal 9. Parece que hay odios que son para siempre.
Otro dueño de estación entabló contacto conmigo por aquellos días: el argentino Omar Romay, de América Canal 8, me escribió diciéndome que buscaba reemplazo para su conductora estrella que acababa de firmar por otro club. Nuestra reunión, sin embargo, fue brevísima, pues comenzó por el final: me preguntó a quemarropa cuánto me pagaban en Lima y yo cometí la salvajada de decirle la verdad.
No me dio tiempo ni siquiera de barajarla. Salió disparado a grandes velocidades, súbitamente convertido en el ratoncito Speedy Gonzales.
"¡Ven acá, peruano traidor, ya me enteré de que has querido reemplazarme!"- me dijo, al día siguiente, la guapa periodista cubana María Elvira Salazar con tremendo abrazo y la mejor de sus sonrisas. Después de la aparatosa -y muy sintonizada- gresca en que ella y yo nos habíamos enfrascado en setiembre de 2002 cuando fui invitado como panelista a su programa inaugural, lo menos que me esperaba era que, ante mi sola presencia, ella optara por cambiarse de vereda. Todo lo contrario: me hizo fiestas: "A mí lo que me encanta es la gente que no tiene miedo de fajarse con quien sea, mi niño. Y tú lo que estás es listico para el pleito, muchacho.
¡Encojonaíííto!, ¡puesto para el daño es lo que tú estás!". Pocos como ella me alentaron tanto a retomar la investigación del caso Almeyda-Villanueva que había dejado botada -como tantos otros proyectos- en el fondo de la maleta. "Vaya y haga lo que tiene que hacer: investigue, escriba, opine, ¡joda!". Siempre me repetía que los periodistas, para sentirnos vivos, solo necesitamos eso: pelear, que sin una buena bronca, agonizamos sin remedio.
Me temo que es cierto. Pero si algo no voy a olvidarme nunca es lo que me dijo cuando leyó en los diarios peruanos que yo había terminado convertido en denunciado: "¡Pero es que ese país que tú tienes es candela! ¡Yo no entiendo cómo todos esos periodistas de Lima se matan diciendo que eres un siniestro conspirador y que un agente secreto y que un espía internacional!... ¡si tú lo que eres es un pobre comemierda!".
2 Comments:
Estimado Ortiz, soy pata de ruco, por algun motivo llegue a tu blog, y bueno lei tu post, soy de iquitos, el pata que se graduo en informatica zack.
Y sobre tu post, como cambia la vida en otro pais no?, de todas maneras creo que puedes subir a una cima, o simplemente no correr cuando quieras. Pero siempre tienes tu toque hacia ti(jajaja castellano charapa no?)
Bueno espero seguir en contacto, mi blogs es:
http://www.informaticaamazonica.blogspot.com/
TVO, le dare saludos a ruco de tu parte.
Ya te lo he dicho mi estimado Beto Ortiz,tu estas para seguir siendo un excelente lider de opinion a traves del periodismo de investigacion.
La poblacion peruana esta cansada de los periodistas que venden su pluma.Eres un formidable investigador cuando te lo propones.
Bueno,espero que te vaya bien
Omoliom
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