¿¿¿CAIHUAS RELLENAS ???
Me gusta marihuana, me gustas tú", solía cantar el intérprete apodado Manu Chao. Pero como al autor de esta huevera nota no le gustan las mismas cosas -o, por lo menos, no le gustas tú- prefirió ensayar en la crónica que sigue un inútil inventario de sus cosas favoritas.Por más que sepan un poco a cactus, me gustan las caihuas crudas (en ensalada), también guisadas, salteadas o licuadas con jugo de piña (muy bueno para adelgazar), pero me gustan sobre todo -y muy por encima de muchos otros potajes sofisticados- las insuperables caihuas rellenas.
Me gusta el olor de la albahaca, el olor de la gasolina, el olor de las cebicherías, el olor a papel de los libros nuevos, el olor de la masa cruda del bizcocho de naranja y el olor de la lejía que me recuerda al cloro de las piscinas de la Guay de Pueblo Libre donde aprendimos a nadar los que no teníamos piscina.
Me gusta escuchar a Caetano Veloso equivocarse en su versión de "Fina estampa" y cantar "la populí se ríe" allí donde debió decir "la cuculí". Me gusta verles las caras a los que viajan en el tren que viene en sentido contrario al mío y creer reconocer entre ellas la de alguien que ya se murió pero qué lindo sería que siguiera vivo.
Me gusta escuchar, a lo largo de los años, a una animadora de la tele volviendo a decir: "dijistes" y a la otra perseverando en su no menos clásico: "pero sin embargo". Me gusta corregir -patológicamente y por todas partes- los errores ortográficos, sintácticos, morfológicos, gramaticales. Me gusta el pulpo al olivo con arroz graneado bien caliente. Me gusta comerme el concolón de la lasaña, el maíz morado que queda en la olla de chicha, el pan de molde con gelatina, la cola extra-crispy del pejerrey, el limón con sal, las salchichas bien heladas y la yuca frita con Sublime.
Me gusta recibir cartas de extraños -especialmente si son mis lectores- y contestarlas siempre, a menos que se me pongan belicosos o zalameros en extremo. Me gusta que se me salga el gas de la Coca-Cola por la nariz.
Me gusta cuando a la gente que se jura la chucha cagada le va mal, por ejemplo: me gusta imaginar la diarrea convulsiva de Olivera tras el flash electoral y después imaginarla de nuevo, pero, esta vez, en cámara lenta y con la épica banda sonora de Carros de fuego. Me gusta pedalear de pie en las subidas más empinadas y agradecer que lo que Dios no me dio en abdominales me lo dio en pantorrillas.
Me gusta sorprender a la gente que no se ha percatado que los coros de Should I stay or should I go están en español. Me gusta pelarme libros en las ferias, especialmente cuando son absurdamente caros. Me gusta leer las novelas que ganan premios y estar convencido de que yo las hubiera escrito más bonito. Me gusta gorrear -en los multicines- tres películas seguidas pagando una sola entrada.
Me gusta ver cómo salieron las fotos, aunque sean de gente que no conozco ni de vista. Me gusta olvidarme de que esa historia ya la conté y luego descubrirlo en la cara que ponen los que me escuchan volverla a contar. Me gusta cuando leo algo que consigue hacerme llorar, pero más me gusta cuando lo logra una frase mía mientras la escribo. Me gusta cuando alguien dice exactamente lo que yo quería decir y viceversa. Me gustan los periódicos vírgenes. Me gusta encontrar el geniograma que alguien ha dejado a medias y terminarlo. Me gusta la última cucharada del pezziduri.Me gusta, por supuesto, la punta del baguette.
Me gusta soñar que voy al baño a echar una meada y luego despertarme sobresaltado porque me estoy meando en la vida real. Me gusta recibir e-mails privados de famositos y que después me odien a muerte por haber fracasado en mi lucha contra la tentación de publicarlos. Me gusta ladrarle a mis perras con ladrido de chihuahua. (Me gusta imaginar los altísimos brincos que van a pegar el día que nos reencontremos.) Me gusta quitarle la fruta confitada al panetón. Me gusta buscar el diseño perfecto para un tatuaje, aunque sé que nunca me voy a animar a hacerme uno. Me gusta reventar una por una las burbujitas del plástico de embalaje.
Me gusta organizar carreras entre gotitas sobre el parabrisas cuando llueve. Me gusta el ruido de las pisadas sobre el cascajo que cubre el piso de las playas de estacionamiento. Me gusta el horrible ardor que me produce la loción después de afeitarme. Me gusta que me inviten vodka tonic bien helado con la boca. Me gusta dibujar, en los márgenes de la agenda, cada vez que hablo por teléfono y dibujar siempre la misma reiterativa escena de batalla: miles de espermatozoides que pelean por trepar una enredadera de maracuyá.
Me gustan las conversaciones -entrecortadas e incoherentes- en la cama cuando ya estamos más dormidos que despiertos. Me gusta dejar que jueguen con el pallar de mi oreja o con la uña de mi pulgar. Me gusta dormir con el walk-man puesto. Me gusta darle, varias veces, la vuelta a la almohada. Me gusta vestirme de estricto negro para zamparme en las inauguraciones de las galerías del SoHo hasta ponerme morado de vino ajeno. Me gusta la bendición del agua helada en medio de una resaca criminal.
Me gusta regalar a mis amigos las cosas que más quiero en este mundo, aunque después me falte vida para terminar de arrepentirme. Me gusta llamarlos por teléfono apenas me despierto de haber soñado con ellos. Me gusta arrancarles carcajadas a los niños y a los camarógrafos de estudio. Me gusta cuando el conductor del programa dice algo más que "Volvemos" cuando termina un reportaje mío.
Me gusta cuando el director del periódico dice algo más que "bien recibido" al recibir mi artículo para la mañana. Me gusta salir con chicas, de vez en cuando, aunque solo sea por sacar de cuadro. Me gusta que mi mejor amigo heterosexual me cele a muerte como si yo fuera su hembrita. Me gusta muchísimo que un beso sepa a cigarro.
Me gusta cancelar un plan a último minuto, citarme a ciegas con alguien y dejarlo plantado o -mejor aún- llegar, de improviso, a una fiesta sin haber sido invitado, sobre todo si sé que va a ir mucha gente que no me traga. Me gusta cuando me sé todas las respuestas de "¿Quién quiere ser millonario". Me gusta cuando un amigo con el que me he peleado -por años y años- por cualquier cojudez me saluda de lo más cariñoso como si nada, aunque pensándolo bien, también me gusta pelearme por años y años con mis amigos por cualquier cojudez. Me gusta escribir obscenidades en los baños.
Me gusta despilfarrar dinero, aunque me falte. Me gusta intentar cumplir, en tiempo récord, con el mayor número posible de rituales de año nuevo. Me gusta encender una vela para nadie en especial cuando necesito que un plan se realice. Me gusta ponerme a tostar ají y provocar accesos de tos cada vez que quiero que todos salgan de mi cocina. Me gusta que el público aplauda de pie mi lomo saltado.
Me gusta sucumbir a la flojera y quedarme todo el día en mi pijama de franela. Me gusta sentir que cada día me perfecciono más en mi paciente cultivo del difícil arte de la antipatía. Me gusta la adrenalina de escribir estas notas al filo del cierre de edición cuando perfectamente podría entregarlas una semana antes. Me gusta mentirle descaradamente a los periodistas de espectáculos, aunque solo sea por ahorrarles el trabajo.
Me gustan los cuerpos desnudos cuando la luz de la refrigeradora abierta los revela de improviso en la oscuridad. Me gusta usar el mismo jean una semana, pero cambiarme de anteojos todos los días. Me gusta cuando logro correr una hora completa en el treadmill y cuando cumplo una semana entera de abstinencia (rubro manualidades incluido, que eso no es fácil).
Me gusta hacerme peinados estúpidos frente al espejo del baño. Me gusta caminar con zapatos muy viejos. Me gusta cuando se me revienta el globo de chicle y se me queda pegado en la barba. Me gusta arrancarme las canas, las costras, los pellejos, las cejas demasiado largas y los granos. Me gusta haber desempeñado aquí un sinfín de oficios modestos -mozo, anfitrión, cocinero, barman y robin- porque de otro modo, me hubiera sido imposible el aprendizaje del cansancio y de la humildad. (Y también me gusta contarlo y exagerarlo y hacerlo trágico para que tanta gente que sufre tanto en el Perú tenga, por lo menos, un momento de alegría.)
Me gusta descubrir pequitas en el dorso de mi mano y comprobar que me estoy volviendo viejo. Me gusta meterme a los supermercados indios a comprar especias y a bucear a las tiendas de juguetes japoneses para comprarme la mayor cantidad posible de muñequitos de Ultramán. Me gusta quedarme todo el día sin quitarme de encima la arena ni el agua de mar y probarme el brazo, de rato en rato, con la lengua para verificar si estoy bien de sal. Me gusta pararme en las azoteas y en los extremos de los muelles. Me gusta fantasear con la idea de poder pasarme un solo día repartido en tres países para así contemplar el amanecer lila de la selva del Perú, el atardecer sangriento de La Habana y el anochecer azul metálico que se divisa desde cualquier ventana que dé al skyline de Manhattan.
Me gusta tener a San Martín de Porres, a la Sarita y a Astroboy pegados, uno junto al otro, en el monitor de mi PC. Me gusta que la gente me recuerde con cariño o con rencor, que, al final, da igual, si la cosa es que te recuerden. Y lo que más me gusta de haber terminado este artículo es que he cumplido una vieja ilusión que tenía de escribir cualquier cosa que pudiera titular Caihuas rellenas.
2 Comments:
Me gusta sentir la satisfaccion de hacer una buena pendejada y que al final se enteres q fuist tu pero ya es muy tarde.
me gusta ler tus huevadas aunque no tengan naa culturizador
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