domingo, setiembre 03, 2006

VUELTAS QUE DA LA VIDA

Actual reo contumaz, asilado político y hombre de prensa (no se puede ser ex hombre de prensa), el autor recuerda su primera entrevista con el actual presidente de la República, ex reo contumaz de la justicia peruana y ex asilado político en un descabellado paralelo.

UNO

Almojábanas boyacenses. Eso es lo que se desayunaba, cinco años atrás, en el departamentito bogotano del asilado político Alan García Pérez. Las almojábanas son unos panecillos de harina de maíz y queso -muy adictivos- que los encantadores colombianos devoran, calientes, al pie de unos pródigos hornos de los que suelen brotar también soberbias arepas, untuosos panes de bono y toda una asombrosa gama de engordantes delicias.

Se acompañan, por supuesto, con café. El mejor café del mundo, según dicen. Su aroma rotundo se esparce por el aire, cunde, se enseñorea al ser servido con generosidad en cuatro humeantes tazas con la única finalidad de despertar del todo a estos cuatro peruanos del Perú que convergen en tan pletórica mañana de la hermana República de Colombia.

Para romper el hielo y propiciar la camaradería, nuestro camarógrafo Tony García se ha permitido soltar una que otra chanza aludiendo a su improbable parentesco con el célebre refugiado (nuestra primicia), quien, fiel a las buenas maneras, le sigue la cuerda, de lo más canchero y hasta accede a la fotito del recuerdo.

Su secreta, clandestina ubicación nos ha sido finalmente revelada por Jorge del Castillo, nuestro guía y anfitrión, gracias a las intensas negociaciones desplegadas por la siempre servicial señora madre de Beatriz Llanos Cabanillas, combativa reportera de mi programa. (Corría la segunda semana de enero del 2001 y, si en ese momento me resultaba del todo impensable que Alan volvería a ser presidente alguna vez, más difícil aún se me hacía sospechar siquiera que yo habría de terminar también asilado en extramares y nada menos que durante su gobierno.

Como diría la tía Anita Barrantes, criolla antigua: ay, sobrino, quién te viera y quién te ve.)
La tarde en que, por primera vez, lo entrevisté, todavía pesaba sobre su cabeza una orden de captura tan temible y tremebunda como la que hoy pesa sobre la mía (son cachitas de la vida). Y salvo en las letras de las poco lisonjeras cancioncillas que el SIN mandaba a componer a su más preclaro juglar: Raúl Romero, Alan García no aparecía -ni en figurita- por ninguna parte. La sola mención de su nombre era mala palabra y estaba prohibidísima en la prensa amaestrada -que era el 90%- pero, de algún modo, también en la autocensurada que era el 10% restante donde tampoco se le mentaba jamás ni por error tipográfico, gazapo ni lapsus linguae.

Había sido declarado reo contumaz en abril de 1995 -como yo, ahora. ¡Qué cosas!, ¿no?- y tan lapidario calificativo solía reemplazar por completo a su nombre de pila en todas las primeras planas en virtud de una especie de regla tácita de estilo periodístico. Puestas al aire durante varios días, las promociones de la esperada exclusiva concitaron en el público una creciente intriga y, en los conductores de los demás programas, no pocos raptos de pública piconería. No era para menos.

Y no solo porque Alan tocaba, por fin, algunos de los eternos temas intocables -desde los sucesos de los penales hasta el rumor Mónica Delta, pasando por la vida amorosa de Víctor Raúl- sino porque aquella era su primera aparición estelar en la TV peruana tras nueve -imagino- larguísimos años de un destierro que, como bien recordarán, había comenzado un 5 de abril de 1992 en medio del fragor de las tanquetas y de cinematográficas balaceras por las azoteas, luego de las cuales el buen vecino Hurtado Miller lo escondió con osadía en el gabinete de su baño antes de que el entonces presidente colombiano César Gaviria mandara un avión de sus FF.AA. en su rescate.

Estoy seguro de que no estaba en su libro que pasaría casi una década antes de que le fuera posible regresar al Perú. Ni tampoco que solo dos años después, en revanchista alarde de suprema inhumanidad, el gobierno de entonces le impediría asistir al sepelio de don Carlos García Ronceros -su padre-, en lo que constituye la terrible materialización de la peor de las pesadillas que, con frecuencia, nos atormentan a los exiliados, sobre todo a los que tenemos viejitos que ya frisan base ocho.

DOS

A la nieve de Nueva York llegué la noche del 30 de diciembre del 2004 con el mismo plan, agenda y presupuesto con que 18 meses antes había llegado de Lima a Miami: ninguno. También con la misma ambiciosa meta de genuina inspiración disco: I will survive. Lo primero que hice fue recorrer, con mi fólder de recortes bajo el brazo, todas las organizaciones de defensa de periodistas habidas y por haber: todas, desde la famosa SIP hasta Reporteros Sin Fronteras.

En todas me tuvieron horas sentadazo en salas de espera cuando no me chotearon directamente. En algunas pocas me dieron cita -de acá a un mes- para acudir a exponer mi caso en inglés ante un jurado de púberes practicantes de derecho que no sabían quién era Toledo ni querían saber.
Lo más sensato era comenzar mi alocución ubicando al Perú (Did you say Beirut?) en un mapamundi para que nadie fuera a preguntar si aquello era África o Asia.

Tras cuatro horas de escucharme, por supuesto se aburrían y me daban la mano con la mejor de sus sonrisas y la promesa de una pronta llamada que jamás iban a hacer. Esta solitaria, inútil rutina se prolongó a lo largo de ocho meses.

Ya parecía un predicador loco, un disco rayado. Desarrollé un feroz odio jarocho contra todas las oenegés, pero cuando me daba ganas de tirar la toalla, volvía a leer una carta que me había escrito otro periodista peruano con muchísima más experiencia que yo en estos avatares. La carta -que surtió siempre mágico efecto en mis menguantes ánimos- decía:

"Bienvenido al club de los contumaces. En efecto, es ingrato comprobar que los periodistas son la misma ralea que los políticos y que, en lugar de defender al colega perseguido, en el mejor de los casos se lavan las manos y, con frecuencia, contribuyen con sus mezquindades a la propia persecución. Recuerda que esta es una batalla psicológica antes que judicial y política.

Harán toda clase de anuncios tremebundos en la prensa peruana y, eventualmente, lograrán colarlos en algún cable internacional para minarte la moral. No hagas caso: sonríe, da un paseo por la playa, respira hondo, lee un poema de Neruda o de quien sea, y vuelve al ataque con mas fuerza al día siguiente."

El autor de estas líneas de tan insólita generosidad es Álvaro Vargas Llosa, de todos los periodistas posibles, justo él: alguien a quien yo no había perdido oportunidad de maletear en todos los tonos: en serio y en broma, en la prensa escrita y en la hablada. Seguramente ahora le sorprenda enterarse de que fue algo así como el Paulo Coelho de esos días ásperos de impaciencia y desaliento.

La espera, sin embargo, valió la pena: una mañana de agosto del 2005 la llamada llegó: los muchachones de Human Rights First habían logrado convencer a uno de esos superestudios de abogados que solo defienden a grandes corporaciones internacionales para que tomaran mi humilde casito como quien hace una excepción, como quien cumple con su buena acción del año, haciendo alarde de caridad con el tercer mundo.

No dejaba de ser un shockeante contraste para mí escaparme cada tarde del humo de las fritangas de mi caótica cocina de restaurante para ingresar a la obscena fichería de un climatizado, acolchadísimo piso cincuentitantos en Rockefeller Center en el que, mandibulando toda suerte de delicatessen del infaltable buffet froid me esperaban mis cinco attorneys at law -o sea, abogados- mi intérprete y mi notario, dream-team este que tuvo perfectamente claro que el bad-guy indiscutido de esta historia era Olivera, desde la primera vez que lo vio morisquetear en un subtitulado monólogo en los estudios de Panorama.

Los bravos tigres de aquel estudio llamado Paul, Weiss, Rifkind, Wharton & Garrison se demoraron en lograr que Estados Unidos me otorgara el asilo político bastante menos de lo que me demoré yo en aprenderme su pomposísimo nombre completo.

TRES

Días después de emitida la entrevista que le hicimos en Colombia para Canal Dos, la Corte Suprema del período Paniagua declaró prescritas las causas contra Alan García y anuló la orden de captura dictada en su contra, y el 27 de enero del 2001 regresó. Beautiful. Yo también quiero regresar. Aunque solo sea para averiguar cuánto tiempo me toma esta vez recuperar la consabida y sobrevaluada etiqueta de enemigo público.

Supongo que es de presidentes normales joder a los periodistas que los joden. Así será, pues. Pero la cosa es que este viernes 25 se celebra el cuarto aniversario de Perú.21 y hay un tonazo en el Costa Verde que de ninguna manera me puedo perder. ¿Lo han invitado, presidente? Venga y brindemos por la libertad de expresión. Perdonará el atrevimiento pero es que también es mi diario, ¿sabe? Es mi país también, carajo.

1 Comments:

At 10:01 a. m., Anonymous Anónimo said...

Oye Beto así que te regesas a limonta, pues tío tu verás donde te metes, más chévere estarás por allí no?, yo ando por Madrid y la verdad regresaré a Lima pero para comprar postales.
Oye posteate la carta desahuevante a un joven periodista pues!!!!

 

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