jueves, setiembre 28, 2006

LA TRITURADORA

Manzanita del Perú, ¿cuántos juicios tienes tú? Yo tengo cuatro. Dos en contra, dos a favor.

Así son las cosas en este reino boca abajo donde el Estado se venga con saña del periodista que destapa la corrupción oficial y lo arroja de cabeza a esa monstruosa trituradora en que se está convirtiendo el Poder Judicial.

Te inventan delitos tremebundos con muchos años de prisión, a ver si así logran que el resto de tus colegas se lo piensen muy bien antes de meterse con los que la llevan.

Pero a los periodistas no se nos calla trabajándonos al susto, por si acaso. Y lo que no nos quieran dejar decir en un tribunal, igualito nomás lo escribiremos aquí para que todos lo lean, al igual que estas inútiles reflexiones:

1.Que yo haya estado tratando -en vano- de volver durante las últimas seis semanas no es tan increíble. Lo increíble es que sean los probos e insospechables jueces y fiscales, o sea, «los primeros interesados en llegar a la verdad» quienes se muestren empeñados -de manera francamente contumaz- en impedir que me presente a declarar.

Como si prefirieran nunca oír todo lo que hay aún por descifrar del intrincado enigma Almeyda-Villanueva. ¿Quieren saber lo que REALMENTE pasó en ese caso? Pregúntenme a mí. Vamos a contar esa historia de una buena vez, pero -eso sí- contémosla todita.

2.El Departamento de Justicia de Estados Unidos considera que en el Perú de hoy se persigue periodistas. Por esa razón se me concede el asilo político indefinido. Eso significa que puedo quedarme legalmente en Nueva York por el resto de mi vida: sin enemigos, sin juicios, sin despellejamientos.

Con permiso de trabajo, social security, green card, seguro médico y, si así lo requiriera, hasta una pensión de desempleo. ¡Qué no darían los millones de indocumentados que salen aquí a las calles a protestar por tener la mitad de todos esos derechos que yo sí tengo y que perderé automáticamente si regreso!

3.Si regreso, tendría que dirigir una carta formal a las autoridades de inmigración de aquí agradeciéndoles su protección y, por supuesto, renunciando a ella.

Tendría que decirles: «He decidido regresar a mi país porque hay un nuevo gobierno, porque las condiciones han cambiado, porque los corruptos ya se fueron, porque ya no existe ensañamiento contra la prensa, porque confío en el Poder Judicial, porque ahora tengo todas las garantías necesarias para ejercer mi trabajo en libertad sin temor de irme preso al primer callo que pise».

Como comprenderán, al país que me abrió las puertas y me acogió cuando más lo necesité, yo no le puedo mentir de esa manera.

4.Nadie entiende por qué extrañas razones puedo estar tan empeñado en abordar de nuevo ese Titanic del que el 77% de pasajeros quiere saltar, aun cuando fuera sin chaleco salvavidas.

Si yo ofreciera canjearme por algún peruano que quiera venirse a vivir en mi lugar a Nueva York... ¿Cuántos millones de voluntarios tendría? Manden su carta, jóvenes. A ver, ¿quién quiere?

5.¿Existe la pena de destierro? Que yo recuerde, es la Biblia la que la consigna y no el Código Penal. Ha de ser, entonces, un castigo bíblico (encargado por algún saliente sumo sacerdote) el que me ha tocado en suerte. Como las siete plagas, más o menos.

6.Lo mejor que se puede hacer -en el Perú- es ponerse siempre en el peor de los casos. Ese es el caballo cojo al que hay que apostarle porque, por absurdo que parezca, siempre gana.

Absurdo -dije. Mala palabra cuando se usa en el Perú, donde lo peor que se puede hacer es «ponerse a derecho» porque, casi siempre, equivale -más bien- a «ponerse a chueco», a marchar -derecho, justamente- cual tetudo voluntario al matadero para solaz de palcos, mezzanines y cazuelas.

7.El único que alza la voz cada vez que se intenta aplastar a un periodista es otro periodista. Y apoyo de mis colegas no me falta.

Sin embargo, tras leer y releer los dictámenes de los fiscales que me acusan, compruebo amargamente que sus "elementos probatorios" son los testimonios -es decir, los dichos- de otros periodistas. Ocho, en total. De esos ocho, ¿cuántos me odiarán? ¿Siete, seis? ¿Qué de pestes habrán dicho, no? Caray, qué curiosidad.

8.Me sugieren que acuda al despacho de la defensora del Pueblo, Beatriz Merino, en busca de ayuda. Me parece buena idea y le escribo un e-mail el pasado 16 de agosto.

Jamás me responde. Eso debe querer decir que yo no califico como "pueblo", ¿qué soy, entonces?, Probablemente, un cerdo burgués.

9.Quedándome corto, una vez más, en mis cálculos más pesimistas, me pongo como plazo para regresar a Lima el 31 de agosto.

«Que te quiten la orden de captura es cuestión de días», vaticinan -en julio- los abogados. Informo a mis empleadores aquí que sólo trabajaré hasta el 31. (¿Te vas a tu país? ¡Quién como tú!) Hago lo mismo con el dueño del depa que alquilo y lo desocupo. Cambio por quincuagésima vez la fecha de mi boleto y la fijo para ese día.

Por último, devuelvo el televisor, el microondas, la lámpara, el sofá y la computadora a las mismas calles de donde los recogí en perfecto estado a fin de que sigan sirviéndole a nuevos prófugos del mundo. Desecho sin pena todo lo que no cabe en mi mochila. Han pasado catorce días desde que el plazo se venció. Catorce días sin casa.

Peloteado de aquí para allá. No te deprimas -me dicen todos. También me dicen: «Por algo pasan las cosas», «si me necesitas, me avisas» e infinidad de fórmulas por el estilo. Mayoritariamente aconsejan paciencia, yeah, right, paciencia.

10.En la acusación fiscal en mi contra por presunto encubrimiento real en agravio del Estado se dice textualmente que quien esto escribe «tuvo conocimiento de la conducta antijurídica del procesado César Almeyda Tasayco (audio Almeyda-Villanueva) y, a sabiendas de ello, lo ocultó, pese a que constituía material probatorio de vital importancia en la investigación a que estaba sujeto Almeyda Tasayco».

¿Investigación? ¡Pamplinas! ¿A qué investigación iba a estar sujeto Almeyda si -en su calidad de sicario, hoy traicionado, de Toledo- era intocable? Los únicos que lo investigamos fuimos los periodistas porque, a la sola mención de su nombre, jueces y fiscales se ponían a temblar y le archivaban toditito.

Mal podría yo haber querido encubrir a alguien como Almeyda, a quien fui uno de los primeros en denunciar cuando a mediados del 2002 me envió a una amiguita suya como emisaria para intentar persuadirme de que emitiera, en mi programa, una tristemente famosa entrevista que era el Plan B de Toledo para evitar reconocer a Zaraí. Los elefantes nunca olvidan.

11.Desde que supe que el audio existía, todos mis esfuerzos tendieron a persuadir a mi fuente de que entregara el material, y a los responsables de los medios, de que me publicaran la historia.

Esto último era complicado ya que las pruebas con que contaba eran frágiles pues NUNCA TUVE ESE AUDIO EN MI PODER y, así lo hubiera tenido, podía haberme tomado todo el tiempo que fuera necesario para culminar mi investigación, pues ninguna ley peruana me obligaba a publicar una información ni muchísimo menos a entregarla a las autoridades.

Haber escuchado el contenido del audio tampoco es delito pues si así lo fuera tendrían que incluir en la denuncia a la infinidad de personas que lo escucharon antes que se hiciera público: Coqui Toledo, el general Mora, Daniel Lazarte, el periodista Fernando Viaña y un largo etcétera. Nullum crimen nulla poena sine legem -eso me enseñaron en primer ciclo de derecho penal: No hay crimen ni pena si no hay ley. Y no hay ninguna que tipifique los imaginarios delitos que me imputan.

12.Cronología de ciencia ficción. El 21 de abril, el fiscal superior Pedro Angulo solicita que se archiven todas las acusaciones en mi contra porque no encuentra mérito para abrirme instrucción.

El 13 de junio, la fiscal suprema transitoria María de Lourdes Loayza Gárate expide una resolución discrepando con el dictamen de Angulo y opinando que debo ir a juicio.

El jueves 20 de julio -aún con Toledo en el poder- sale al aire la promoción del reportaje que, tan generosamente, me dedicó Día D de Canal 9, anunciando la mala nueva: mi regreso.

Las imágenes de archivo me muestran en Lima. Como es natural, alguien monta en cólera. Al día siguiente: viernes 21 (una semana antes del cambio de mando), se informa que el fiscal superior Pedro Angulo ha cambiado -por iluminación divina- de opinión y me ha formulado acusación por encubrimiento. Esta noticia se hace pública el 21 de julio. ¿Y saben cuándo formuló la acusación? El 24 de agosto.

Más de un mes después. Hasta hace poco, en el suplemento de humor político El Otorongo, yo escribía una sección que, premonitoriamente, se llamaba: Noticias del Futuro.

13.Solo a mi proverbial promiscuidad le debo el no haber terminado -todavía- durmiendo en el último vagón del tren N que es el ideal porque es el que tiene el recorrido más largo: casi dos horas en total. En cuatro viajes, mal que bien, completas tus ocho horas de sueño. Y hasta tiene aire acondicionado. ¿Les dio risa? A mí no. Créanme. Quedarse en la calle no tiene nada de divertido.

14.Me siento afortunado, sin embargo, porque conservo lo más importante de todo: mi libertad. Porque, eso sí: primero muerto que encerrado. Ahora que me mato pidiendo que me dejen acudir a declarar y no me dejan, me queda clarísimo que a mí no se me incluyó en la denuncia del caso Almeyda para esclarecer ninguna verdad.

Es evidente que eso es lo último que les interesa pues muchas de sus conclusiones son risibles: no tienen mayores pistas sobre lo que realmente ocurrió.

A mí se me denunció por pura revancha popy-toledista, con la única finalidad de meterme a la canasta «mientras duren las investigaciones». O sea: años y años. ¿Alguien sabe cuánto tiempo llevan presos Miguel Salas, el 'agente Sun' y Ruth Díaz Méndez, la viuda del general Villanueva? Treinta meses.

Dos años y medio. ¿Han sido sentenciados? El juicio ni siquiera empieza todavía. ¡Treinta meses presos! Casi mil días enjaulados. ¿Saben qué? No tienen derecho de hacer esto con la vida de la gente. Y encima ahora pretenden que yo le pague reparación civil al Estado, al mismo Estado que me tiene completamente reventado hace tres años. ¡Reparación civil! ¿Quién me devuelve a mí estos tres años perdidos? Espero, en verdad, que sus hijos o los hijos de sus hijos lean esto algún día y sientan, por lo menos, un poquito de vergüenza. Porque esto que ustedes hacen es monstruoso.