sábado, octubre 07, 2006

PELIGRO : PERIODISTAS

Dos coartadas tiene el chakanato para tratar de hacerle creer al mundo que el Perú es "fiel respetuoso de la libertad de expresión". La primera -su favorita- es compararse con los galifardos anteriores.Así cualquiera.

Todos somos flacos si nos comparamos con Porcel. La segunda es alegar que al gobierno -pobrecito- se le da con palo y que -en toda la historia- a ningún otro presidente se le ha dado tan duro, cosa que quizás se deba a que ninguno había logrado pulverizar tantos récords en su imparable producción de chongo político de la peor estofa.

Pero ahora, a la luz de todo lo ocurrido y ya en las postrimerías del gran papelón, se yergue como un Palacio (de Justicia) una verdad monolítica, imposible de solapear: el Poder Judicial peruano se ha convertido en un temible, avasallador instrumento de presión y de amenaza contra los periodistas incómodos para el régimen. Es quizá lo único en que sí se muestra de lo más expeditivo, agilito y eficaz.

"La prensa peruana, por lo general, es considerada libre, sin embargo, algunos periodistas son blanco de amenazas legales y de juicios" -dice Steven Levitsky, catedrático de política latinoamericana en el Departamento de Gobierno de Harvard University-. "De hecho, hay razones para que determinados periodistas se sientan en serio riesgo de perder su libertad en el Perú. La más importante de estas es que sus instituciones políticas y, muy en particular, sus instituciones judiciales son muy débiles y altamente susceptibles a la corrupción y a la presión gubernamental".

Cómo será de aparatosa la corrupción de hoy que hasta el propio Walter Vásquez Vejarano, presidente del Poder Judicial -en entrevista con El Comercio el pasado 5- ha tenido que tragarse el sapo en público y admitirla: "Algunos jueces, por debilidad ética, incurren en actos de corrupción, no lo niego. La corrupción se da, pero estamos procesando a los corruptos. Quizá nos falte ser más drásticos." Y a nosotros, los periodistas, también.

Nos falta ser más drásticos a la hora de cerrar filas cada vez que otro Mufarech, otro Pollack, otro Olivera o cualquier otro matoncete de similar calaña vuelve a utilizar al condenado Poder Judicial como si fuera una uzi para encañonarnos. Para convertir, sobre el pucho, a los denunciantes en culpables, que es la creacioncita con la que nos salen cada vez que hay que taparnos la boca otra vez.

Lindo sería que, por lo menos, nos defendiéramos entre nosotros -aunque sea- cuando el poder ataca. Pero ya se sabe que -salvo raras excepciones- esperar solidaridades entre periodistas peruanos equivale a esperar que por Navidad nos caiga nieve en el Cercado.

En estos días más bien aciagos, las alertas -cada vez más frecuentes- del Instituto Prensa y Sociedad (IPYS) se han convertido, prácticamente, en el único recurso que tenemos los periodistas para protestar y protegernos cada vez que la aplanadora de los juicios oficiales vuelve a embestir con toda la potencia de sus sobrecogedores engranajes.

Pero, cuidado, tampoco se trata de defender a rajatabla -por ignorancia o exagerado espíritu de cuerpo- al primer hampón que logra trasladar su foto de los archivos policiales a un carnet de periódico (ver recuadro). Más vale investigar primero y no comprometerse a ciegas cuando existen antecedentes ante los cuales no se puede silbar y mirar al techo.

Si Álvaro Vargas Llosa regresara mañana al Perú y -empapelado como está por la Corte Suprema tras haber escrito contra el primer amigo de la nación- fuera llevado del Jorge Chávez a San Jorge, segurito que habría colegas que lo celebrarían a grandes titulares en sus portadas ("Ya fuiste, Alvarito!").

Si en vez de pucallpino hubiera sido limeño el periodista Alberto Rivera Fernández, asesinado brutalmente el 21 de abril del año pasado por sicarios contratados por Luis Valdez, alcalde de Coronel Portillo, ya se habría ensayado por lo menos algún mínimo amago de investigación y el presunto autor intelectual no estaría -como está- chino de risa, haciendo turismo en el exterior.

Una tragedia que este Perú que la pega tan bien de democrático vuelva a convertirse -gracias a los intocables de siempre- en un país peligroso para el periodismo: la Organización Reporteros Sin Fronteras, en su más reciente clasificación mundial de la libertad de prensa, acaba de señalar que "los actos de violencia contra algunos periodistas alcanzan proporciones vertiginosas: más de una treintena de casos y sesenta si añadimos las amenazas y los intentos de intimidación".

Hay que agradecer que el documento no se haya referido a la violencia entre periodistas que en los últimos días ha alcanzado niveles de auténtico frenesí. Qué más se querrán los Mufas, los Pollacks, los Oliveras. Y los Pachecos, ¿dónde los dejan? Y los Genaros, claro.

Y las Eliannes. Sí, pues, ¿no?, cómo friega admitirlo, pero lo cierto es que de un tiempo a esta parte -perdonen la tristeza- formar parte del gremio periodístico nacional no constituye precisamente un orgullo. Ni siquiera un desafío. Tampoco una suerte. Mucho menos, un honor.